Armando Fernández Steinko y Manolo Monereo Pérez
La Huelga General del 29 de Septiembre ha sido un éxito del movimiento obrero organizado y de la izquierda social si tenemos en cuenta las condiciones de partida. Estas condiciones eran y siguen siendo las siguientes: a) el aumento de la heterogeneidad de las clases subalternas pero también de su predisposición a la lucha; b) el ataque radical y sistemático a los sindicatos y a los derechos sociales de los trabajadores y trabajadoras por parte de la derecha económica y política; c) el aún persistente desprestigio de las grandes organizaciones sindicales entre una parte significativa de la población, sobre todo por su apoyo a Zapatero en los primeros años de la crisis ; d) la debilidad de lo que podríamos llamar la izquierda alternativa, su escasa presencia institucional y su frágil implantación social.
1.
El ataque de los medios de comunicación a la huelga y a los sindicatos que la convocaban ha sido casi unánime. Esto dice mucho sobre la coyuntura política y la correlación de fuerzas que se ha ido configurando desde el estallido de la crisis financiera. Políticamente resulta decisiva en este momento la conformación de una derecha extrema, dura y revanchista que va más allá del Partido Popular, y que tiene como referente a Esperanza Aguirre.
Esta derecha desarrolla una estrategia de masas. Su núcleo argumentativo es la falta de legitimidad histórica de la izquierda social, cultural y política española y por eso no es casual que en el centro de su propuesta esté la revisión del pasado y la disputa sobre la memoria histórica. Tampoco es casual que tenga un acceso privilegiado a los medios de comunicación de masas financiados por los grandes grupos de poder económicos del país y del poder financiero en particular.
En segundo lugar, asistimos a una estrategia ofensiva por parte del PP destinada a provocar un desgaste sistemático del PSOE y a conseguir una mayoría absoluta en ambas cámaras. No hay ninguna duda de que esta derecha apuesta por una estrategia “reaganiana” de confrontación radical y abiertamente neoliberal. Su actitud ante la huelga dice mucho de lo que piensan hacer en el futuro: apoyo nítido y sin fisuras a la patronal y ataque a los sindicatos, desde un punto de vista que considera a los derechos sociales y sindicales obstáculos a superar para la así llamada salida a la crisis.
En tercer lugar, la huelga ha puesto de manifiesto la crisis del zapaterismo que es algo más que el PSOE. Sedujo a una parte sustancial de la izquierda política y social en los años del capitalismo inmobiliario y supo neutralizar el conflicto de clase desde una explícita alianza estratégica con los grandes poderes económico-financieros del país. De todo el entramado creado por el Gobierno y el Psoe, lo único que queda en este momento es la persistencia de su pacto de hierro con la oligarquía financiera, sus relaciones de servidumbre con la jerarquía eclesiástica y con la monarquía borbónica. Se ha acabado convirtiendo en el administrador de sus intereses generales y todas sus políticas van encaminadas a garantizar un trasvase gigantesco, de abajo a arriba, de rentas del trabajo hacia los propietarios del capital financiero, una casta que, literalmente, ha asaltado el Estado apropiándose del los bienes públicos.
La nueva (contra) reforma laboral tiene que ver mucho con todo esto. Su objetivo es debilitar al movimiento sindical y al núcleo central de las clases trabajadoras que le prestan su apoyo, que secundan sus movilizaciones y que representan o pueden llegar representar a sectores muy amplios de la sociedad.
2.
Después de la huelga nada será igual. La sima que se ha abierto entre el gobierno y los sindicatos debería ser duradera y tendrá, presumíblemente, varias consecuencias. La primera afecta a la estrategia de los sindicatos. Es más que probable que el gobierno no negocie los aspectos centrales de su propuesta y a los sindicatos no les quedará otro remedio que cambiar de política con el fin de prepararse para una resistencia sostenida a medio plazo. Es obvio que “la salida neoliberal a la crisis del neoliberalismo” debería ser es incompatible con un sindicalismo honesto, por reformista que este pueda ser, con el pacto constituyente entre capital y trabajo, con las formas de concertación social que han prevalecido casi siempre desde la transición política. Esta es la cuestión clave y los desafíos que pone encima de la mesa son muy grandes.
La segunda consecuencia de esta huelga afecta a la centralidad de la política. Al movimiento obrero no le quedará más remedio que poner en un primer plano su carácter sociopolítico pues una buena parte de la batalla se librará a partir de ahora en el terreno estrictamente político. Esto les obligara a plantearse la difícil cuestión de contribuir, directa o indirectamente, a la construcción de una alternativa de izquierdas a la ofensiva de los poderes económicos y al propio gobierno de Zapatero, una alternativa no meramente electoral, que exige la construcción de una nueva cultura, de nuevos valores, de una nueva forma de estar en el mundo.
3.
Se puede decir por tanto, que la izquierda vive en nuestro país una situación de emergencia. En situaciones así son necesarias ideas claras, convicciones profundas, lucidez estratégica y apuestas personales comprometidas. No es el momento de las pequeñas ambiciones, de las actitudes cobardes y timoratas.
Nos encontramos en un momento fundacional, constituyente. Lo que está en juego es si en este país, en un contexto histórico marcado por la mayor crisis del capitalismo desde los años 30, va a existir o no un referente de izquierdas con vocación de alternativas de sociedad y de poder. No nos debemos equivocar demasiado, en última instancia lo que se dirime es la entera legitimidad del sistema político vigente y su cualidad democrática.
Izquierda Unida ha sabido sortear, mal que bien, una situación difícil. Sin embargo sus principales dirigentes siguen pensando, más allá de las declaraciones de intenciones, que es el referente único y exclusivo del conjunto de la izquierda alternativa. Siguen pensando erróneamente, soñando mundos inexistentes, que todo lo demás que se mueve en la izquierda se nutre de actitudes oportunistas, de espacios políticos marginales y de conspiraciones palaciegas.
La enésima “operación verde” pretende construir un referente homologable con el partido verde europeo olvidando que la cuestión social y el conflicto de clase están en el centro de las preocupaciones ciudadanas; que las cuestiones identitarias, si son solidarias y no abonan un independentismo que suele apoyar las finalidades últimas sus burguesías nacionales, sólo pueden generar dinámicas emancipatorias si se funden con el rojo. La unión del rojo con el verde y lo identitario no solo es un elemento decisivo de cualquier alternativa de izquierdas, sino que es fundamental para darle a la reconstrucción ecológica de nuestras sociedades y a la configuración plurinacional y federal del Estado una salida realista y solidaria.
En el futuro inmediato probablemente prevalezca la fragmentación, la división y la disputa por un espacio político-electoral que, lejos de ensancharse, más bien tiende a estancarse.
Pero ¿no es absolutamente obvio que existe la necesidad, pero también la oportunidad histórica, de construir un referente alternativo de la izquierda después de una huelga general como la que hemos vivido y dada la crisis de representación por la que atraviesa actualmente una parte importante de la sociedad ante la deriva abiertamente neoliberal del gobierno de Zapatero?
¿Realmente podemos permitirnos seguir con la rutina de siempre y hacer prevalecer de nuevo las lógicas de poder y del reparto de los aparatos en función de unos intereses electorales mezquinos y a corto plazo que poco deberían tener que ver con las tradiciones emancipatatorias de la izquierda?.
¿No es posible organizar una plataforma común de las izquierdas del Estado español en torno a un programa antineoliberal, apoyada en el empoderamiento de la ciudadanía, en alianza sincera con los diversos y activos movimientos sociales realmente existentes utilizando las elecciones municipales y autonómicas para darle un impulso decisivo, esta vez si, a la democracia participativa, a la convergencia social, política y cultural de todas las izquierdas alternativas del Estado?
El tiempo apremia.
1.
El ataque de los medios de comunicación a la huelga y a los sindicatos que la convocaban ha sido casi unánime. Esto dice mucho sobre la coyuntura política y la correlación de fuerzas que se ha ido configurando desde el estallido de la crisis financiera. Políticamente resulta decisiva en este momento la conformación de una derecha extrema, dura y revanchista que va más allá del Partido Popular, y que tiene como referente a Esperanza Aguirre.
Esta derecha desarrolla una estrategia de masas. Su núcleo argumentativo es la falta de legitimidad histórica de la izquierda social, cultural y política española y por eso no es casual que en el centro de su propuesta esté la revisión del pasado y la disputa sobre la memoria histórica. Tampoco es casual que tenga un acceso privilegiado a los medios de comunicación de masas financiados por los grandes grupos de poder económicos del país y del poder financiero en particular.
En segundo lugar, asistimos a una estrategia ofensiva por parte del PP destinada a provocar un desgaste sistemático del PSOE y a conseguir una mayoría absoluta en ambas cámaras. No hay ninguna duda de que esta derecha apuesta por una estrategia “reaganiana” de confrontación radical y abiertamente neoliberal. Su actitud ante la huelga dice mucho de lo que piensan hacer en el futuro: apoyo nítido y sin fisuras a la patronal y ataque a los sindicatos, desde un punto de vista que considera a los derechos sociales y sindicales obstáculos a superar para la así llamada salida a la crisis.
En tercer lugar, la huelga ha puesto de manifiesto la crisis del zapaterismo que es algo más que el PSOE. Sedujo a una parte sustancial de la izquierda política y social en los años del capitalismo inmobiliario y supo neutralizar el conflicto de clase desde una explícita alianza estratégica con los grandes poderes económico-financieros del país. De todo el entramado creado por el Gobierno y el Psoe, lo único que queda en este momento es la persistencia de su pacto de hierro con la oligarquía financiera, sus relaciones de servidumbre con la jerarquía eclesiástica y con la monarquía borbónica. Se ha acabado convirtiendo en el administrador de sus intereses generales y todas sus políticas van encaminadas a garantizar un trasvase gigantesco, de abajo a arriba, de rentas del trabajo hacia los propietarios del capital financiero, una casta que, literalmente, ha asaltado el Estado apropiándose del los bienes públicos.
La nueva (contra) reforma laboral tiene que ver mucho con todo esto. Su objetivo es debilitar al movimiento sindical y al núcleo central de las clases trabajadoras que le prestan su apoyo, que secundan sus movilizaciones y que representan o pueden llegar representar a sectores muy amplios de la sociedad.
2.
Después de la huelga nada será igual. La sima que se ha abierto entre el gobierno y los sindicatos debería ser duradera y tendrá, presumíblemente, varias consecuencias. La primera afecta a la estrategia de los sindicatos. Es más que probable que el gobierno no negocie los aspectos centrales de su propuesta y a los sindicatos no les quedará otro remedio que cambiar de política con el fin de prepararse para una resistencia sostenida a medio plazo. Es obvio que “la salida neoliberal a la crisis del neoliberalismo” debería ser es incompatible con un sindicalismo honesto, por reformista que este pueda ser, con el pacto constituyente entre capital y trabajo, con las formas de concertación social que han prevalecido casi siempre desde la transición política. Esta es la cuestión clave y los desafíos que pone encima de la mesa son muy grandes.
La segunda consecuencia de esta huelga afecta a la centralidad de la política. Al movimiento obrero no le quedará más remedio que poner en un primer plano su carácter sociopolítico pues una buena parte de la batalla se librará a partir de ahora en el terreno estrictamente político. Esto les obligara a plantearse la difícil cuestión de contribuir, directa o indirectamente, a la construcción de una alternativa de izquierdas a la ofensiva de los poderes económicos y al propio gobierno de Zapatero, una alternativa no meramente electoral, que exige la construcción de una nueva cultura, de nuevos valores, de una nueva forma de estar en el mundo.
3.
Se puede decir por tanto, que la izquierda vive en nuestro país una situación de emergencia. En situaciones así son necesarias ideas claras, convicciones profundas, lucidez estratégica y apuestas personales comprometidas. No es el momento de las pequeñas ambiciones, de las actitudes cobardes y timoratas.
Nos encontramos en un momento fundacional, constituyente. Lo que está en juego es si en este país, en un contexto histórico marcado por la mayor crisis del capitalismo desde los años 30, va a existir o no un referente de izquierdas con vocación de alternativas de sociedad y de poder. No nos debemos equivocar demasiado, en última instancia lo que se dirime es la entera legitimidad del sistema político vigente y su cualidad democrática.
Izquierda Unida ha sabido sortear, mal que bien, una situación difícil. Sin embargo sus principales dirigentes siguen pensando, más allá de las declaraciones de intenciones, que es el referente único y exclusivo del conjunto de la izquierda alternativa. Siguen pensando erróneamente, soñando mundos inexistentes, que todo lo demás que se mueve en la izquierda se nutre de actitudes oportunistas, de espacios políticos marginales y de conspiraciones palaciegas.
La enésima “operación verde” pretende construir un referente homologable con el partido verde europeo olvidando que la cuestión social y el conflicto de clase están en el centro de las preocupaciones ciudadanas; que las cuestiones identitarias, si son solidarias y no abonan un independentismo que suele apoyar las finalidades últimas sus burguesías nacionales, sólo pueden generar dinámicas emancipatorias si se funden con el rojo. La unión del rojo con el verde y lo identitario no solo es un elemento decisivo de cualquier alternativa de izquierdas, sino que es fundamental para darle a la reconstrucción ecológica de nuestras sociedades y a la configuración plurinacional y federal del Estado una salida realista y solidaria.
En el futuro inmediato probablemente prevalezca la fragmentación, la división y la disputa por un espacio político-electoral que, lejos de ensancharse, más bien tiende a estancarse.
Pero ¿no es absolutamente obvio que existe la necesidad, pero también la oportunidad histórica, de construir un referente alternativo de la izquierda después de una huelga general como la que hemos vivido y dada la crisis de representación por la que atraviesa actualmente una parte importante de la sociedad ante la deriva abiertamente neoliberal del gobierno de Zapatero?
¿Realmente podemos permitirnos seguir con la rutina de siempre y hacer prevalecer de nuevo las lógicas de poder y del reparto de los aparatos en función de unos intereses electorales mezquinos y a corto plazo que poco deberían tener que ver con las tradiciones emancipatatorias de la izquierda?.
¿No es posible organizar una plataforma común de las izquierdas del Estado español en torno a un programa antineoliberal, apoyada en el empoderamiento de la ciudadanía, en alianza sincera con los diversos y activos movimientos sociales realmente existentes utilizando las elecciones municipales y autonómicas para darle un impulso decisivo, esta vez si, a la democracia participativa, a la convergencia social, política y cultural de todas las izquierdas alternativas del Estado?
El tiempo apremia.