jueves, 16 de septiembre de 2010

La Democracia del Socialismo: la construcción social de la alternativa al capitalismo realmente existente.






Prólogo al libro de Marta Harnecker



1.-Prologar un nuevo libro de MH supone siempre una oportunidad para la discusión y el debate sobre los desafíos del movimiento popular y de la izquierda política en América Latina. Basta observar con cierto detenimiento la recopilación de sus obras (in)completas que está sacando Rebelión para tomar nota de la enorme variedad de temas, de la pluralidad de contextos sociales y geográficos y de la insaciable curiosidad de una mujer comprometida desde siempre con las clases subalternas, con sus experiencias y luchas, con sus sufrimientos.

El estilo intelectual de MH es una difícil síntesis entre investigación social en sentido estricto, periodismo de nivel y reflexión política al servicio de una pedagogía de la liberación meticulosamente construida y organizada. Todo ello desde un punto, lo diremos sin eufemismos, explícitamente revolucionario basado en la tradición marxista.

Este estilo intelectual se ha forjado en la experiencia chilena de la Unidad Popular; en el contacto directo con las transformaciones en la Cuba socialista y sus relaciones con el “socialismo real”; con la guerrilla centroamericana y la Nicaragua del primer sandinismo; con los movimientos populares sudamericanos (su trabajo sobre los “sin tierra” brasileños es ejemplar) y sus no siempre fáciles relaciones con la izquierda política; en el análisis de la gestión municipal y de las diversas formas de participación y autoorganización puestas en practica por la izquierda en diversos países; en fin, con el complejo mundo de postneoliberalismo latinoamericano y la apasionante aventura intelectual y política del así llamado “socialismo del siglo XXI”.

Este libro pretende dar cuenta de la experiencia, de los problemas y de los desafíos de unos procesos que, no solo impugnan el neoliberalismo, sino que pretenden, en estos tiempos de derrotas y de hegemonía del neoliberalismo, nada más y nada menos que construir el socialismo a las alturas de un siglo apenas iniciado. La aventura es, sin duda, apasionante. Hay muchas cuestiones abiertas.

Lo primero, es preguntarse el por qué estos procesos, de nuevo, se dan en países periféricos y singularmente en America Latina. Lo segundo, individualizar “lo nuevo” de un socialismo que pretende realizar una crítica no solo teórica sino política y de masas a las experiencias anteriores, es decir, pasar de “las armas de la crítica a la crítica de las armas”, por así decirlo. Nada fácil pues. En tercer lugar, evaluar las consecuencias de dichos procesos en otros contextos geográficos y políticos marcados por una grave crisis del capitalismo y una “transición geopolítica” de grandes dimensiones.

2.-De todos es sabido que A. Latina fue el laboratorio mundial del neoliberalismo. Lo hizo al modo tradicional: mediante durísimos golpes de Estado coordinados y organizados por el poderoso “amigo del norte”. La doctrina de ”Seguridad Nacional” fue la cobertura y el instrumento para iniciar una “guerra de clases” contra los pueblos, las clases subalternas y las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda. No eran golpes de Estado “normales”, tenían la vocación y el propósito de de ser fundadoras: crear las condiciones económicas, sociales y político-culturales que hiciesen irreversible el capitalismo subalterno y dependiente; consolidar el poder de las oligarquías criollas y perpetuar la subordinación a los intereses estratégicos de los EE.UU. Perry Anderson, con su acostumbrada agudeza, denominó a estos golpes militares “contrarrevoluciones preventivas” cuyo objetivo y función fue “la de traumatizar a la sociedad civil en su conjunto con una dosis de terror suficiente para asegurarse de que no habría tentación ulterior de reincidir en desafíos revolucionarios contra el orden social vigente; para romper cualquier aspiración o idea de un cambio social cualitativo desde abajo; para eliminar definitivamente el socialismo de la agenda política nacional”(1).

Se trato de una verdadera (contra)revolución que significó un gigantesco proceso de ”acumulación por desposesión” al servicio del capital transnacional y de las élites locales; disolución de la viejas identidades políticas y sindicales y la desintegración de las clases trabajadoras sometidas a eficientes políticas de disciplinamiento y reeducación que combinaban desestabilización de las relaciones laborales con desprotección social, mercantilización universal y represión sistemática de derechos y libertades, es decir, el terror como momento constitutivo de la política; El “desmantelamiento del Estado”, realizado con el poder del Estado, con el objetivo explicito de aplicar sin obstáculos lo que posteriormente se definiría como ”El consenso de Washington” y, nunca se debe de olvidar, producir una radical distribución de poder hacia “arriba”, concentrando renta, riqueza y poder (el mediático, entre ellos) en proporciones nunca conocidas. Posteriormente vendrían las llamadas transiciones democráticas y los infinitos debates en torno a la caracterización de las nuevos Estados. No fue casual que el paradigma dominante terminara siendo el de la gobernabilidad: había que compatibilizar la democracia electoral con las enormes desigualdades sociales y el patrón económico (y de poder) dominante.

Es bueno, como hace MH, partir de esta realidad sin la cual no se puede entender unos procesos políticos y sociales que, precisamente, se organizaron y forjaron en la lucha contra dichas políticas neoliberales. Porque lo primero fue el conflicto social y la acción colectiva de nuevos sujetos, luego vinieron nuevas practicas de autoorganización (“piqueteros”, ”Sin tierra”) que recogían formas tradicionales presentes en la “memoria larga” de los pueblos y convertidas en “memoria corta” por los movimiento en contextos sociales muy diferentes y, esto es muy sugerente, que acabaron por converger en una síntesis histórica que anudaba la lucha contra la “colonialidad del poder” con lucha por la vida, por los bienes comunes de la Humanidad, en torno a los pueblos originarios, portadores de futuro porque fueron capaces de construir su memoria y dar sentido al tiempo y, por tanto, de la muerte.

Lo nuevo no ha sido solo esto, con ser ya mucho. La radical novedad ha consistido en el paso de la lucha y de la movilización social, de la resistencia, en definitiva, a plantearse el problema del poder. Las resistencias populares provocaron en última instancia la crisis de legitimidad de las políticas neoliberales y fueron el fundamento de las victorias electorales de la izquierda y del centro-izquierda en Latinoamérica. MH hace en este apartado un esfuerzo muy meticuloso y prudente para no caer en los estereotipos, claramente interesados, que pretenden trazar una línea fuerte y dura, un muro, entre las varias experiencias de los gobiernos postneoliberales; hasta arriesga una tipología de los mismos muy matizada y nada esquemática.

A estas alturas parece claro que los procesos de transformación social han estado marcados más por los contextos nacionales, por la hondura y la radicalidad de los conflictos sociales y las relaciones de poder, que por premeditadas estrategias políticas. MH señala con mucho acierto que Chávez llego al gobierno con un proyecto de “tercera vía” y que su radicalización posterior tuvo más que ver con la respuesta brutal de la oligarquía y de sus aliados imperiales a su moderado programa que a un proyecto elaborado de ruptura con el capitalismo. A mi juicio, lo determinante para explicar unas u otras derivas está relacionado con la existencia o no de una crisis nacional, de una crisis de Régimen. Cuando los procesos electorales (productos de precisos contextos nacionales) sancionan o inician cambios de Régimen (las nuevas constituciones representan mejor que cualquier otro dato dichos cambios), la radicalización programática y político- cultural se ha hecho más evidente y aparecen nuevos problemas y nuevas necesidades que empujan, por así decirlo, a horizontes socialistas.

3.- El meollo del libro es justamente este: intentar explicar el por qué emerge de nuevo la cuestión del socialismo en el contexto indoamericano y qué características lo irían definiendo como “construcción heroica” de los pueblos. El asunto no es nada fácil de dilucidar. MH narra con precisión como en el contexto venezolano va apareciendo el término hasta culminar en febrero del 2005 con la propuesta de Chávez de “inventar el socialismo del siglo XXI” como tarea de masas y como proyecto político a construir.

En general, tanto en Venezuela como en Bolivia y Ecuador, el programa real de las fuerzas populares implicaba una alianza social antineoliberal con contenidos claros nacionalistas, desarrollistas, democráticos y descoloniales .En el centro, la propuesta de nuevas constituciones concebidas como programa y hoja de ruta de las transformaciones, es decir, nuevos regímenes, nuevas legitimidades y las consagración jurídica de las aspiraciones de las mayorías sociales. La cuestión del socialismo aparece cuando convergen la reacción brutal de las clases dominantes, la permanente ingerencia de EEUU y las respuestas populares en defensa de las reformas; para decirlo más claramente, es la necesidad de cambiar el patrón de poder dominante lo que desencadena el cuestionamiento del capitalismo y abre el horizonte del socialismo.

“Inventar el socialismo del siglo XXI” implica dar respuesta, al menos, a tres conjuntos de problemas:

Primero, medirse con el “socialismo real”. Las afirmaciones sólamente ideológicas no ayudan demasiado. Afirmar que aquello no era socialismo por su desviación del proyecto original, ahorra demasiadas explicaciones y dice poco de su descrédito político-cultural en el imaginario colectivo. Si analizamos dichas experiencias históricas con ojos limpios y desde un punto de vista emancipatorio, encontraremos un “material” extremadamente sugerente y rico que ayudará a entender las enormes dificultades, los inmensos desafíos, los errores y dilemas, de la transformación revolucionaria de nuestras sociedades.

Segundo, desde dicha critica, fundada en ella, refundar el proyecto socialista-comunista. Es conocido que los clásicos de nuestra tradición fueron muy reacios a dar ideas muy acabadas de la futura sociedad emancipada. A lo máximo que llegaron fue a formular un conjunto de principios ético-jurídicos e hipótesis, fundadas en experiencias históricas concretas, que daban “pistas” sobre el andamiaje político-institucional de la transición socialista. No mucho más. El por qué de esto, y sus consecuencias, sería largo de explicar y nos llevaría demasiado lejos. Baste indicar que los bolcheviques en el poder, en condiciones no clásicas, como las definió el viejo Lukacs, tuvieron que “inventarse” el socialismo y, para bien o para mal, lo definieron, históricamente, de una determinada manera. Del Lenin de ”El Estado y la Revolución” al del “Renegado Kaustky” va un tiempo muy corto, pero desde el punto histórico-social es enorme.
La tarea, sin embargo, es más ardua. La refundación exige medirse con los viejos y con los nuevos problemas. La crisis ecológico-social del planeta, las luchas de las mujeres y el pensamiento feminista y la crítica decolonial, entre otros, exige algo más que meros retoques al edificio. Se trata de una tarea fundadora y no de mera acumulación de problemas y de respuestas apresuradas.”Otro” socialismo es posible, podríamos decir.

Tercero, transformar los imaginarios colectivos. Es la derrota más dura. La tatcheriana afirmación de que “no hay alternativa” pesa como una inmensa losa sobra las conciencias de las gentes. En momentos como el presente de grave crisis del capitalismo, es un obstáculo político fundamental. Para esta tarea, la “construcción social” de la alternativa que se está ensayando en diversas partes de A. Latina tiene una dimensión política que va mucho más allá de sus fronteras.

La importancia del libro de MH tiene que ver centralmente con esto: dar cuenta, en tiempo real, de las transformaciones políticas y sociales que se están produciendo en diversos países con el objetivo explícito de construir una sociedad alternativa al capitalismo.

MH lo hace recogiendo experiencias y dándole un filo, me perdonará, teórico. Lo hace tirando del “hilo rojo” del viejo Marx, aprendiz de la Comuna de París, del Lenin “soviético” y de la experiencia yugoeslava. Su objetivo, mostrar que los “elementos de socialismo” que se están intentado en esta sociedades son un crítica, practica y teórica, a los viejos modelos y un esfuerzo extremadamente duro para ir construyendo ”desde abajo” una sociedad socialista. El desafío es enorme y la posibilidades de fracaso también.

Lo que está en juego es mucho y nos afectará a todos: si el socialismo es un modo de producir, consumir y socializar el poder, es decir, un modo de vida diferente y alternativo al capitalismo o es una continuidad de este, de una u otra forma, encaminada a propiciar nuevas formas de dominio y opresión.

Manolo Monereo.12 de septiembre del 2010