El propósito de esta reflexión se configura en torno a tres ideas-fuerza:
1ª) En las relaciones trasnacionales la economía-mundo capitalista vive una mutación, una reordenación sistémica. Afrontamos una transición geopolítica de enormes dimensiones, su fundamento es la redistribución sustancial del poder político a nivel mundial.
2ª) América Latina y el Caribe tienen ante sí una gran oportunidad histórica, para ser sujeto y no mero objeto en esta transición. Esta región es una de las “líneas de fractura” del sistema-mundo. Por primera vez en décadas es un territorio en disputa entre las grandes potencias. La conmemoración del bicentenario de la independencia enlaza en el momento actual con esta cuestión. Es una nueva oportunidad histórica para engarzar la emancipación social con la independencia nacional y la soberanía con la unidad Latinoamericana.
3ª) Necesidad de un “nuevo regionalismo” para ello hay que salir del “cosmopolitismo de mercado” y organizar una nueva unidad que permita un modelo de desarrollo social, económico y ecológicamente sostenible. En definitiva; convertirse en un sujeto político internacional que de protagonismo y voz a los pueblos del continente.
I. El mundo está cambiando de base.
I. El mundo está cambiando de base.
En Noviembre de 2008, el Consejo Nacional de Inteligencia (órgano de análisis y planificación ligado a la CIA) hizo público el informe “Tendencias globales 2025”. (1) En él se afirmaba lo que conocidos especialistas norteamericanos venían advirtiendo hacía años. Sintetizando, en este se plantea cinco grandes cuestiones. En primer lugar señala que la tendencia dominante evoluciona hacia una organización multipolar del mundo. En segundo lugar los EEUU seguirían siendo la potencia predominante, aunque tendrían que adaptarse y compartir el poder a nivel planetario. En tercer lugar la emergencia de otras grandes potencias (específicamente China e India). Su capitalismo es muy diferente al de los EEUU. La intervención del Estado y un control de éste sobre los flujos de capitales, servicios, personas y tecnología, son su carta de naturaleza. En cuarto lugar se abre paso una nueva centralidad, los problemas ecológicos globales, la reducción de los recursos naturales, cada vez más escasos abre nuevos marcos de confrontación internacional. En quinto lugar, pensar la seguridad desde una visión global donde lo militar, los recursos del planeta y el llamado cambio climático se entrecruza y definen una nueva visión de la estrategia y de la geopolítica. Este informe, que está disponible en la red, da muchas pistas sobre lo que se ha venido en llamar la revolución en los “asuntos militares”. El paso a un mundo multipolar cuestiona un elemento central de la estrategia norteamericana: impedir que surja una potencia o un conjunto de potencias que pueda a medio y a largo plazo cuestionar el superpoder norteamericano.
Robert Kagan (2), también en el 2008, publicó un libro con el significativo título de “El retorno de la historia y el fin de los sueños”. Este autor, uno de los teóricos más reputados de la derecha extrema norteamericana y coautor del “Proyecto para un Nuevo Siglo Norteamericano”, sostiene una tesis aparentemente simple. El mundo ha vivido un sueño, una ilusión transitoria llamada globalización. La historia, emerge de nuevo como conflicto por el poder a nivel mundial de un conjunto de potencias en competencia. Para el autor, la línea divisoria está situada en la defensa de las democracias de mercado frente al supuesto autoritarismo de las potencias emergentes. Obviamente, la clave son los EEUU y su capacidad para liderar política y militarmente el “mundo libre”.
Zbigniew Brzezinski(3) otro autor de mucho mayor nivel y capacidad, publicó también en ese año, un libro llamado “Tres presidentes: La segunda oportunidad para la gran superpotencia americana”; la tesis que mantiene este conocido “halcón” demócrata es, en muchos sentidos sugerente. Según él, estaríamos ante el “despertar político global”, caracterizado “por ser históricamente antiimperial, políticamente antioccidental y emocionalmente antinorteamericano en dosis crecientes. Este proceso está originando un gran desplazamiento del centro de gravedad mundial lo que, a su vez, está alterando la distribución global de poder con implicaciones muy importantes de cara al papel de EEUU en el mundo”. De este análisis sorprende la lucidez y su tono; argumenta que EEUU tiene una segunda oportunidad, no habrá una tercera si no es capaz de responder a los retos y desafíos de la fase geopolítica que está viviendo la humanidad en este comienzo del siglo.
La percepción del autor es muy aguda cuando dice (téngase en cuanta que el libro se escribió antes del agravamiento de la crisis financiera internacional) que “en vista del endeudamiento global de los EEUU (prestatario actual del 80% aproximado de los ahorros totales del mundo) y de sus enormes déficits comerciales, una crisis financiera de grandes proporciones, sobre todo en el actual contexto de predominio del sentimiento antinorteamericano (tan emocionalmente cargado como mundialmente generalizado), podría tener enormes consecuencias para el bienestar y la seguridad Estadounidenses”, siguiendo esta reflexión podemos analizar la crisis económica como efecto y causa de los conflictos geopolíticos subyacentes. Lo hemos hecho poniendo atención en lo que piensan y maquinan las instituciones e intelectuales del “establisment” norteamericano que muchas veces aciertan más que los intelectuales críticos del sistema.
II. La crisis: de la economía a la geopolítica.
Alguna vez he usado la metáfora de Sapir del “virus mutante” (4) para expresar gráficamente las dimensiones de la crisis. Primero, fue la crisis de las hipotecas basura y, posteriormente del sistema hipotecario norteamericana en su totalidad, después el virus mutó y puso en crisis al sistema financiero mundial. El pánico llegó y estuvo a punto de hacer estallar las relaciones económicas internacionales. Más tarde, una nueva mutación lo convirtió en la crisis de las deudas soberanas y, actualmente, estamos en lo que el ministro de hacienda brasileño llamó “guerras monetarias”, es decir, el ciclo se cierra y se convierte en un conflicto geopolítico. La moneda es poder concentrado y el conflicto entre ellas expresa las realidades de la relación de fuerzas internacionales.
Se podría decir que estamos ante una salida neoliberal a la crisis del neoliberalismo. Entre otras consecuencias dicha salida agravará la crisis, agudizará los conflictos geopolíticos, acentuará la degradación en el nivel de vida y en las condiciones laborales de las clases trabajadoras en el centro del sistema y en la periferia. Hasta ahora estamos, como en toda la etapa anterior, en una “lucha de clases” desencadenada desde arriba, con escasa respuesta del movimiento obrero y sindical y que encuentra a la izquierda, en cualquiera de sus acepciones, sin ideas y sin proyectos.
Ahora bien, ¿qué pone en crisis a esta crisis? Lo que ésta crisis cuestiona radicalmente es la respuesta que se dio a otra crisis, la de los años 70. Lo que hoy se pone en tela de juicio es todo ese complejo histórico que simplificando mucho hemos llamado Neoliberalismo y que, como antes se indicó, fue una respuesta concreta a una crisis concreta. Hay, pues, un ciclo largo que comienza en los 70, que se estructura en los 80 y que llega hasta el presente.
El capitalismo es siempre una realidad histórica, una configuración social, económica históricamente determinada. Si partimos de la idea de que las crisis son siempre un elemento central de su modo concreto de funcionar y organizarse; deberíamos concluir que son las crisis y las respuestas a ellas (desde una específica correlación de fuerzas) las que marcan las etapas del capitalismo. Resumiendo: el capitalismo histórico hoy dominante es el Neoliberal y la alternativa es al capitalismo neoliberal. Si esa supuesta alternativa conduce a un nuevo capitalismo o a algo que vaya más allá, depende de la correlación de fuerzas y de la capacidad de la izquierda social y cultural, para organizar una mayoría social capaz de promover una sociedad en transición al socialismo.
Walden Bello (5) con mucha elegancia, ha sabido expresar las características de la ofensiva del capital. La restauración de su poder de clase es el contenido esencial del neoliberalismo y hoy, a mi juicio, se encuentra en una crisis profunda. Cuando digo crisis, no digo hundimiento, simplemente constato la lucha y el conflicto, por tanto su cuestionamiento. Bello habla de que esta reorganización del poder del capital tiene tres fundamentos: El primero, las políticas neoliberales se han concretado en el así llamado “Consenso de Washington”, han significado un inmenso transvase de rentas, riqueza y poder hacia la oligarquía y la plutocracia internacional. Lo segundo, él lo llama “acumulación extensiva”, la puesta a disposición del capital de un gigantesco ejército de reserva mundial de sociedades pre y pos capitalistas y de sectores sociales en vías de mercantilización. En este sentido, parafraseando a Harvey (6) diríamos que cada crisis supone también procesos de “acumulación por desposesión” como una característica permanente del funcionamiento del sistema. El tercero, lo definió como “acumulación intensiva” o financiarización de la economía. Es el aspecto central de su argumentación. La financiarización significó la vía de escape para eludir las tendencias al subconsumo o a la sobreproducción que las políticas neoliberales traían consigo. Es, en la llamada economía real, donde están los problemas, por así decirlo, reales. Es justo reconocer la aportación de los “viejos Magdoff y Sweezy” cuando en los años 80, le dieron toda la importancia a este fenómeno y lo introdujeron como elemento central en su teoría del “Capital Monopolista´ (7)
Pues bien, es todo este complejo histórico lo que se encuentra hoy en crisis. Antes se argumentó que las distintas etapas del capitalismo venían marcadas por las crisis y las respuestas a las mismas. Ahora habría que señalar que estas también se relacionan con las potencias hegemónicas y con la distribución del poder a nivel mundial. No es casual que la etapa neoliberal del capitalismo esté asociada a la ofensiva norteamericana en un momento (los años 70) donde su hegemonía estaba siendo cuestionada. Tampoco es casual, que la crisis actual tenga su epicentro en los EEUU y de nuevo, se cuestione su poder.
III. USA: ¿una crisis de hegemonía?
No es éste el lugar para entrar a fondo en el debate existente sobre los problemas del dominio en las relaciones internacionales. La escuela de la economía-mundo y específicamente Arrighi (8) han hecho aportaciones, a mi juicio fundamentales, de las cuales es necesario partir. Como es sabido, este autor relaciona, siguiendo a Braudel y a Marx, los ciclos sistémicos de acumulación con los ciclos hegemónicos. Específicamente la financiarización de la economía mundo se relacionaría con los esfuerzos de una potencia en declive por mantener sus posiciones hegemónicas. Creo que es una hipótesis que merece la pena argumentarse.
En efecto, insistiendo en lo que antes se dijo, la clave de esta crisis estaría en los años 70 y las respuestas a la misma. En momentos de crisis del capitalismo, de cuestionamiento de la hegemonía norteamericana en el mundo y de avance de los movimientos de liberación nacional y social, las clases dominantes iniciaron una contraofensiva que dura hasta el presente. El informe de la Trilateral sobre la ingobernabilidad de las democracias pone fecha a la ofensiva ideológica y supone, hay que tenerlo en cuenta, que las salidas a las crisis son siempre políticas y dependen de la lucha de clases en curso. Crisis es siempre movimiento, restructuración, cambio y excepción que se convierte en regla.
La ruptura de Nixon con el sistema de Bretton Woods y, sobre todo, el golpe de Estado de Volker en los 80 inician la financiarización de la economía mundial y la conversión de EEUU de una economía acreedora a una economía deudora. Juan Ramón Capella y Miguel Ángel Lorente, en un excelente libro han llamado la atención sobre la novedad que significó que la economía norteamericana se financiase sistemáticamente recurriendo al mercado mundial y colocando los bonos del tesoro. Estamos hablando (2007) de que EEUU consiguió apropiarse de más del 40% del ahorro mundial. Se creó un gigantesco mecanismo de trasvase de capitales hacia los EEUU, necesario para financiar el consumo, la gigantesca maquinaria militar y las guerras que este país desplegaba en el mundo.
Para decirlo desde otro punto de vista, las reglas de juego que se fueron estableciendo consistían en que se prestaba dinero a EEUU a cambio de que se convirtiera en los grandes consumidores de la economía mundial, es decir, una economía básicamente parasitaria del resto del planeta, al que le vendían protección militar e instituciones financieras capaces de asegurar el control que la plutocracia internacional ejerce sobre el resto de mundo.
¿Quién compra los bonos norteamericanos actualmente? Básicamente China, Japón, los países petroleros de Oriente Medio, Rusia, hasta Nigeria acaba financiando a EEUU. Así de simple. Con mucha razón, Oscar Ugarteche y Leonel Carranco (10) han podido hablar con ironía de la decadencia del otrora todopoderoso G7, como los países ricos altamente endeudados (los PRAE).
Estos autores han analizando con detenimiento los cambios que se han ido produciendo en la economía capitalista y el papel de los Estados en ella. Por ejemplo, si hablásemos de lo que sería el G7 en el 2010 (medido en paridades de compra) observaríamos que ya no estarían en él, ni Francia, ni Canadá, ni Italia, ni Gran Bretaña, mientras aparecen China, India, Rusia y Brasil. Es más, Leonel Carranco, partiendo de los datos del FMI, plantea que en el 2016 China alcanzará a los EEUU y que el tercer lugar lo ocuparía la India. Se trata de cambios radicales que, tarde o temprano, terminarán teniendo consecuencias geopolíticas y que inauguran una larga etapa de conflictos, de crisis y seguramente de guerras. Supondrán desde luego, profundos cambios en las instituciones económicas internacionales. Modificará el marco de representación en las Naciones Unidas y especialmente en el Consejo de Seguridad. Sobre todo, se producirá el cuestionamiento del dólar como moneda de reserva internacional.
Hay que tener en cuenta que los llamados BRIC, como lo hace Leonel Carranco (11), configuran los auténticos motores de la económica mundial y que más temprano que tarde terminarán por cuestionar las reglas del juego que organizan el poder. A este proceso Samir Amín lo llamó con gran lucidez el “capitalismo colectivo de la Triada” Estos países se caracterizan por ser, en primer lugar Estados continentales, con grandes territorios, población creciente y culturas antiguas y arraigadas. En segundo lugar, todos, en un uno u otro momento, han rechazado las directrices del “Consenso de Washigton”. En tercer lugar, todos defienden una estrategia nacional de desarrollo desde el fortalecimiento del papel del Estado convertido en el centro y articulador del proyecto nacional. En cuarto lugar, estos países no sin dificultades ni conflictos, están empeñados en construir un auténtico Estado nación e integrar a las clases subalternas en él. Seguramente ha sido Ha-Joon Chang (12) el que mejor ha sabido explicar estos cambios desde una crítica histórica a los conceptos de librecambio, proteccionismo y al papel del ahorro externo como motor de crecimiento.
Parafraseando a Gramsci podríamos decir que en EEUU se “anudan todas las contradicciones” . La crisis, su duración, su intensidad y sus consecuencias de todo tipo están relacionadas con el mantenimiento o no de su hegemonía en el mundo. La decadencia norteamericana, tal y como la definen numerosos autores, no necesariamente significa colapso y mucho menos hundimiento. Una potencia como la norteamericana que gasta más del 50% del presupuesto militar mundial y que tiene más de 700 bases militares en el mundo, intentará siempre hacer prevalecer política y militarmente lo que ya no puede hacer económicamente, es por ello que en este año fiscal con Obama, se alcanzó otra cifra record en el gasto militar. Todo ello en un contexto de rearme generalizado específicamente en América Latina y El Caribe.
Pensar la decadencia de una potencia de estas dimensiones, sumada al agravamiento de los problemas medioambientales y de las desigualdades en un mundo en crisis requiere de mucha lucidez y de una importante capacidad de intervención de los pueblos. Antes se ha dicho y conviene insistir: la más sólida tradición del movimiento obrero ha ligado siempre competencia intercapitalista con el Imperialismo y con la militarización de las relaciones internacionales. Vivimos una gran transición geopolítica y debemos tener en cuenta que todas las anteriores se han resuelto, de una u otra forma, con gravísimos conflictos armados.
IV. América latina y El Caribe: ¿Eslabón débil?
Para muchos pudo ser una sorpresa que fuese precisamente en América Latina y El Caribe donde se produjeran las resistencias más duras al Neoliberalismo, y que más allá acabaran por convertirse en proyectos con una explícita vocación socialista. El continente fue el laboratorio de las políticas Neoliberales. Estas significaron auténtica y genuinamente una contrarrevolución restauradora del poder de las oligarquías y de las grandes transnacionales. Sus consecuencias fueron también muy conocidas: como en la Conquista, el Neoliberalismo fue impuesto a sangre y fuego por medio de unas dictaduras militares con vocación de fundar un nuevo tipo de Estado y de unas nuevas relaciones entre la sociedad, la política y la economía, cuyo objetivo último –lo ha repetido muchas veces Perry Anderson- fue seccionar de raíz la experiencia organizativa, la memoria y la capacidad de generación de alternativas e impedir que el socialismo en cualquiera de sus acepciones pudiese resurgir en un futuro. Como indicamos anteriormente, se utilizó la violencia más extrema. Sus consecuencias aún perduran: crecimiento de la pobreza y la exclusión , desestructuración social, pérdida de las identidades colectivas y la progresiva conversión de muchos países en “Estados fallidos” ; al final, es una de las muchas paradojas del Neoliberalismo, el llamado triunfo de la sociedad civil se convierte en el territorio privilegiado de los grupos de poder económico, en perfecta relación con las mafias de todo tipo y mediante la captura de un Estado para convertirlo en correa de transmisión de los intereses más oscuros, ante la impotencia, ahora sí, de la sociedad sometida al doble tirón de la involución social y la anomia colectiva.
Como antes se indicó América Latina fue un terreno privilegiado de resistencia, con capacidad y la imaginación suficiente, para convertirse en alternativa de gobierno y de poder. Esto fue lo decisivo. Cuando dichas alternativas provocaron una crisis de Régimen, los procesos se radicalizaron hasta plantearse la construcción de un nuevo tipo de Estado, una nueva matriz de poder al servicio de los de abajo. En otros lugares, las resistencias se convirtieron en alternativas electorales; tuvieron que vérselas con unas clases dominantes que no habían perdido su poder ni su influencia electoral. Los ritmos, la hondura y profundidad de los cambios fueron definidos por la capacidad del Movimiento Popular para convertirse en alternativa electoral y de poder.
América Latina, como se señaló anteriormente, es un territorio en disputa. Si partimos de la historia de las relaciones entre América Latina y el Caribe con los EEUU, tal como lo hace Peter Smith, [13] llegaríamos a la conclusión de que esta confrontación es parte de un conflicto más global, donde entran en juego desde la época colonial las distintas potencias mundiales y las diversas etapas que han configurado su evolución histórica. El autor señala, lo que otros investigadores han documentado fehacientemente: la construcción de los EEUU como nación ha Estado indisolublemente unida a su constitución como imperio. Basta mirar su mapa y conocer su historia para darse cuenta con toda claridad que su actual territorio se ha hecho a costa de otros países, utilizando la expropiación, la venta o la invasión. Las clases dirigentes de EEUU asumieron que tenían un “destino manifiesto”, una vocación casi natural al liderazgo continental. Antes de la “doctrina Monroe” (1830) se planteó con toda radicalidad que sus intereses estratégicos estaban determinados por dos principios: asegurar su hegemonía en el continente; e impedir la presencia de otras potencias. Eso explica la tibieza con que presenciaron, la lucha por la independencia de América Latina y su sistemática determinación para neutralizar la configuración de otros poderes alternativos que cuestionaran su dominio.
Ncholas Spykman ha sido con mucho el analista geopolítico norteamericano más importante del siglo XX. Su doctrina sigue siendo hoy el núcleo de la estrategia que despliega en el continente la gran potencia dominante. Este distinguía entre América del Norte, anglosajona y europea del resto; consideraba que el “mediterráneo” circunscrito por Méjico, Centroamérica, El Caribe y los propios Estados Unidos, era de su uso exclusivo. No era permitido compartir el poder con otra potencia. Cualquier modificación en este “estatus quo” siempre afectó[14] y seguirá afectando directamente a los intereses estratégicos más inmediatos de Norteamérica. Desde esta perspectiva los peligros provendrían de los procesos de unidad e integración que se pudiesen articular en el gran “Continente Sudamericano”. Spkyman fue al respecto extremadamente claro y rotundo: en caso de su unidad económica y político-militar, la respuesta no podría ser otra que la guerra. En lo fundamental, esta doctrina ha sido con unos u otros tonos repetida por los estrategas tanto civiles como militares de los EEUU.
Cuando hablamos de un territorio en disputa lo hacemos desde un doble vertiente: un conjunto de gobiernos se plantean explícitamente romper las reglas de juego que perpetúan la dominación imperial (países del Alba) y otros desde posiciones menos radicales, impulsan la integración regional más allá de los límites del mercado. Desde el punto de vista externo las grandes potencias emergentes, (China, India, Rusia) han hecho de los recursos que América Latina y El Caribe tienen en abundancia, un elemento esencial en su estrategia de desarrollo nacional.
La coyuntura Latinoamericana y caribeña está marcada, al menos por cuatro grandes cuestiones: la primera es el desacople relativo de su economía respecto a la crisis. No ha sido la primera vez, ni seguramente será la última, ha ocurrido en otras épocas. Cuando el Centro está en crisis, las periferias tienen oportunidades para integrarse y fundar nuevas relaciones entre sí. El impulso viene de la exportación de productos primarios, con el subsiguiente riesgo de perpetuar el modelo primario-exportador. Las potencias emergentes vienen a por materias primas, minerales, energéticas y alimentarias y lo hacen sobre un plan integral al servicio de sus intereses nacionales.
Un segundo elemento tiene que ver con la contraofensiva norteamericana. Su existencia es algo imposible de negar y se ha incrementado después de la llegada del Obama al poder. Es claro que las élites norteamericanas están convencidas que su declive se puede evitar o ralentizar si se vuelve de una u otra forma al control de América Latina y El Caribe. El restablecimiento de la cuarta flota, hecho que no se producía desde la década de los años 40; el incremento de las bases y la presencia militar norteamericana en el continente, sobretodo en zonas de alto nivel de conflicto por su proximidad a recurso naturales vitales, como el agua, los hidrocarburos, la biodiversidad, etc. La aplicación por Hillary Clinton de lo que ella llama, “el poder inteligente”, es decir, una combinación de poder duro y blando, tuvo su primera manifestación en el golpe de Estado de Honduras, todo ello en un contexto de rearme acelerado de la región. Baste un ejemplo; nada más conocer el gobierno brasileño las dimensiones de sus reservas petrolíferas de Pre-sal, encargó la compra de dos submarinos nucleares y un nuevo portaaviones a Francia. El gobierno brasileño no reconocerá que el enemigo son lo EEUU pero los hechos son los hechos y demuestran que los recursos naturales latinoamericanos cada vez más serán importantes para la economía internacional, riesgosos para su seguridad y determinantes en el balance de fuerzas de la región.
La tercera cuestión está marcada por el reflujo de lo que se ha llamado el “espíritu de Porto Alegre” y por las señales de estancamiento de algunos de los procesos más avanzados en el continente. Parecería que la lucha social y los movimientos de solidaridad, hubieran perdido peso y significación política, precisamente cuando el Neoliberalismo entra en crisis y los EEUU viven una época de declive rápido y acentuado. Venezuela, Ecuador y Bolivia, manifiestan señales de agotamiento de un ciclo reformista y de la necesidad, por decirlo así, de un nuevo impulso que de prioridad a la solución, no retórica, de los problemas reales.
Cuarta: Brasil se está convirtiendo en el elemento central de la política latinoamericana y una de las potencias emergentes. Es un Estado-Nación y tiene intereses geopolíticos en toda la región. La transición geopolítica mundial que analizamos, lo convierte en uno de los pivotes de la restructuración mundial del poder y más tarde o más temprano, tendrá que definir, en las nuevas condiciones, su estrategia y su relación con los EEUU.
Las últimas elecciones presidenciales han mostrado con mucha claridad las diferencias entre las élites políticas brasileñas respecto a sus relaciones internacionales. Para la derecha “paulista”, la opción sería llegar a un acuerdo con los EEUU y definir zonas específicas de influencia evitando cualquier conflicto serio entre los dos países. Para el “lulismo” el acento se pondría en la integración sudamericana como zona de acción preferente y como agregación de fuerzas para ser un sujeto activo en el nuevo orden internacional en medio de un proceso de cambio acelerado. No se debe olvidar que Brasil ha definido intereses y políticas para África, especialmente para la zona subsahariana, y que busca una concertación estable con la potencia hegemónica en la zona que es Sudáfrica.
V. Conclusión: ¿Un nuevo regionalismo?
Todo lo anterior, en el contexto de un bicentenario que no puede ser sólo retórico, explica la urgente necesidad de la unidad e integración latinoamericana. La llamada agenda de la integración ha avanzado mucho en América Latina en los últimos años. El proceso sin duda va a continuar. Desde hace algún tiempo y en función de las nuevas experiencias se está hablando de un “regionalismo post-liberal”[15], caracterizado por tener más en cuenta la política, el Estado y el bienestar de las poblaciones, dejando en su segundo plano un tipo de integración que ha estado guiada por las transnacionales.
La integración autónoma tiene al menos tres grandes objetivos: Primero, negociar en posiciones de fuerza con el “amigo del Norte” y con las grandes transnacionales; en segundo lugar intervenir y ser sujeto en ese nuevo orden internacional en proceso de configuración; en tercer lugar, lo que podríamos llamar las promesas incumplidas de la Independencia; es decir, soberanía nacional, desarrollo económico y justicia social. Estas tres cuestiones de una u otra forma ya están en la agenda de la Integración. Hay que resaltar que se enfrentan a obstáculos formidables y que, como otras veces en la historia, sus resultados no están garantizados. En efecto, existen diferencias políticas substanciales en el interior de cada uno de los Estados y en la relación entre ellos. Hay que reconocer que no existe hoy un proyecto común de integración suficientemente articulado y social e ideológicamente legitimado. En segundo lugar existen profundas diferencias estructurales -económicas, poblacionales y territoriales- entre dichos Estados que dificultan la puesta en práctica de políticas compartidas y órganos capaces de ejecutarlas. En tercer lugar las dimensiones de Brasil acentúan el riesgo de que dicha integración configure una zona fuertemente hegemonizada por este país. Los riesgos de que se cree un nuevo “subimperialismo” conducido por la nueva potencia emergente, aparece como algo más que un simple prejuicio. En cuarto lugar, la presencia activa de las grandes potencias que buscan y privilegian más a las relaciones bilaterales con los Estados de la región que acuerdos multilaterales.
A pesar de todas las dificultades, y asumiendo las contradicciones como reales, no hay alternativa a la Integración: si América Latina y el Caribe no se unen en un proyecto común, van a contar o van a influir muy poco en el Nuevo Orden que se está configurando y terminarán por caer de nuevo bajo el control, hasta cierto punto más dramático que antes, de una superpotencia norteamericana en decadencia. Este es el desafío que requiere, sobretodo del protagonismo activo y militante de los pueblos: la unidad y la Integración Latinoamericana es demasiada importante para dejársela sólo en manos de los políticos.
Manolo Monereo, 15 de enero del 2011
[1] http://www.dni.gov/nic/NIC_2025_project.html
[2] Kagan, R. El retorno de la historia y el fin de los sueños. Edit. Taurus. Madrid 2008
[3] Brzezinski, Z. Tres presidentes: .Una segunda oportunidad para la supervivencia norteamericana. Edit. Paidos. Barcelona 2008
[4] Sapir, J: El nuevo Siglo XXI. Del siglo americano al retorno de las naciones. Edit. El viejo Topo. Barcelona 2009.
[5] Sin Permiso, 05/10/2008
[7] Esta aportación es resaltada por sus discípulos Foster, B.J y Magdoff, F en La gran crisis financiera. Causas y consecuencias. Edit. Fondo de cultura económica. Madrid 2009. Dicho libro es una aportación muy sustancial al análisis de la crisis desde un punto de vista marxista.
[9] Capella, J.R y Lorente , M.A. El Crac del año 8 .La crisis .El futuro. Edit. Trotta. Madrid 2009.
[10] http:// alainet.org/active/29597
http://alainet.org/active/42197
[11] Corea del Sur, Turquía y Indonesia.
[12] Chang, Ha- J. Retirar la escalera. Edit. La catarata. Madrid 2004
[13] Peter H, Smith, P. Estados Unidos y América Latina: hegemonía y resistencia. Edit. PUV. Valencia 2010.
[14] Esto explica en gran parte el conflicto con Cuba.
[15] Cienfuegos, M y Sanahuja, J.A. Una región en construcción. Unasur y la integración en América del Sur. Edit. CIDOB. Barcelona 2010.