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En primer lugar, hoy se tiende a olvidar, el alineamiento
sin fisuras con la Administración Norteamericana y con la OTAN. Los gobiernos
del PSOE nunca han tenido dudas sobre estas cuestiones, sabiendo como sabían
que una parte mayoritaria de la opinión pública española es pacifista y que la
izquierda social y cultural defendió siempre el no alineamiento. Se dirá que
Zapatero retiró las fuerzas de Irak; esto es verdad, pero se olvida, de un
lado, que era una promesa firme y clara de Zapatero que tenía detrás las
mayores manifestaciones públicas de la historia democrática de España y, de
otro, que una de las últimas decisiones de Zapatero fue la ampliación de la base
de Rota, desde un posicionamiento muy definido en favor de la estrategia
político-militar norteamericana contra Rusia y China.
En segundo lugar, la Unión Europea. Las crisis hacen que
todo parezca mucho más claro. Hoy sabemos que la UE era algo más que los fondos
FEDER y su famoso “modelo social”. Para el PSOE, representando a los poderes
económicos y a las élites políticas, la UE ha sido una auténtica “fuga” de los
problemas estructurales de España y una apelación permanente a una benéfica
Europa que nos iría resolviendo las dificultades que surgieran en el camino.
Hoy sabemos que la UE es el problema y que detrás de tanta palabrería hueca lo
que se esconde es un diseño neocolonial que nos hace cada vez más dependientes
y subalternos de una Europa bajo hegemonía alemana.
Lo tercero tiene que ver con lo que podríamos llamar
programa conjunto PSOE-PP. La Unión Europea sigue siendo en nuestro país el
“debate imposible”. Tanto Izquierda Unida como Podemos parten de un supuesto
irreal: que España es un Estado soberano. Y no lo es. Somos, dígase como se
quiera, un protectorado de los “poderes fuertes” europeos. Tanto el Tratado de
Lisboa como los otros tratados, que lo han profundizado y agravado, dejan un
margen de maniobra muy pequeño para los gobiernos elegidos democráticamente en
el sur de Europa. El verdadero programa de coalición PSOE-PP son justamente
estos tratados, es decir, las “líneas rojas” que todos los gobiernos han de
respetar. La “seguridad” que da Pedro Sánchez a los poderes fácticos es precisamente
su aprobación y su respeto escrupuloso a los tratados europeos que obligan, más
allá de la retórica, a aceptar el modelo neoliberal.
En esto tampoco hay que engañarse mucho. El PSOE siempre ha
sabido que la UE significa disciplinar nuestra economía, ajustar
sistemáticamente los costes salariales y, al final, es lo fundamental, limitar
sustancialmente el poder económico del Estado. Cuando salimos de las palabras y
vemos lo que realmente se vota, nos damos cuenta de hasta qué punto el Partido
Socialista tiene un “programa oculto” al que somete su programa visible para
ganar elecciones. Pongamos un ejemplo claro. Se dice que se está contra el
austericidio y por la defensa de los derechos sociales y, sin mayor
contradicción, se aprueban los tratados de estabilidad (que hacen obligatorio
el austericidio) y se acepta el llamado Tratado Trasatlántico (TTIP, por sus
siglas en inglés), que será una enorme vuelta de tuerca más en favor de
políticas neoliberales contrarias a los derechos laborales y sindicales de los
asalariados y que nos sigue alineando con los intereses geopolíticos de la gran
potencia norteamericana. Se podría decir que la política, en este sentido, es
el conjunto de medios para engatusar y engañar a la opinión pública. Este es el
verdadero “síndrome” Hollande: defender en la oposición una política más o
menos “social”, llamarla de izquierdas sería demasiado, y cuando se llega al
gobierno aplicar el programa de la derecha.
En cuarto lugar, el PSOE ha sabido siempre quién manda y ha
respetado escrupulosamente sus intereses: este ha sido siempre su consenso
básico. La glorificación permanente del monarca y la sistemática ocultación de
sus corrupciones ha ido acompañada de una sumisión escrupulosa a los que
detentan el poder económico y financiero. Cuando se habla de las crisis de
nuestro modelo productivo, se tiende a olvidar que detrás de él hay un
determinado modelo de poder, una determinada matriz político-institucional que
lo organiza y lo reproduce. El que el poder básico lo detente el capital financiero
e inmobiliario tiene mucho que ver con la estructura productiva del país y su
inserción en la división desigual del trabajo en la UE.
Convendría detenerse un poco y explicar cómo funciona un
Estado capitalista en condiciones de democracia de mercado. Políticamente, lo
fundamental, es saber cómo mandan los que no se presentan a las elecciones. La
clave es que el sistema político-institucional, es decir, el Estado, debe
garantizar el poder del capital y, a la vez, asegurar que aquello que los ciudadanos
eligen sea compatible con los intereses de los poderes económicos o que, al
menos, no los cuestionen sustancialmente. Es la conocida y contradictoria
función de combinar acumulación del capital con la legitimación democrática del
sistema. La llamada “gobernabilidad” tiene que ver con esta contradicción, que
se ha agudizado mucho con la presente crisis ya que, es el dato crucial de la
época, el capitalismo realmente existente hoy “exige sacrificios humanos”, es
decir, expropiar libertades, derechos sociales y bienes comunes para poner en
marcha de nuevo el proceso interminable e indefinido de acumular renta, riqueza
y poder para los que mandan, para una oligarquía despótica y sin proyecto de
país.
El bipartidismo ha sido siempre un modo de organizar el sistema
político para impedir que surjan alternativas que cuestionen o limiten el poder
de aquellos que mandan, insisto, sin presentarse a las elecciones. Ahora se
habla mucho de que hay que hacer política más allá del eje izquierda-derecha.
El problema real ha sido casi siempre el mismo: una derecha que lo es, y sin
complejos, y una supuesta izquierda que practica un “reformismo sin reformas”,
sumisa al poder y sin proyecto alternativo. Resumiendo, una izquierda que no lo
es, que, precisamente por ello, hace del eje derecha-izquierda el eje de su
legitimación social.
No es casualidad que durante mucho tiempo la patronal y los
grupos de poder económicos hayan preferido al Partido Socialista. Los gobiernos
de González y de Zapatero aseguraron los intereses generales de los que mandan,
neutralizaron a los sindicatos e impidieron que surgieran alternativas a su
izquierda. Esta ha sido la durísima experiencia de la Izquierda Unida de Julio
Anguita e, imagino, el gran reto que debe afrontar Podemos. Hay una cosa clara:
los poderes apostarán hasta el final por el bipartidismo y la única duda es si,
en último término, sacarán a escena a Susana Díaz, persona de confianza del
capital financiero y estrechísima servidora de las reglas de juego del poder.
Andalucía pone de manifiesto que el bipartidismo sigue siendo fuerte y que
puede ser la plataforma para el relanzamiento del PSOE en toda España.
La propuesta de Pedro Sánchez de una reforma constitucional,
ordenada y limitada, tiene que ver con esto que se acaba de decir: configurarse
como el partido “orgánico” del régimen, es decir, eje y centro del sistema y
garantía última de su estabilidad. La lampedusiana formula de reformar la
Constitución para no cambiar de Constitución tiene que ver con esto: mantener
los poderes fuertes de la misma, la Monarquía en primer lugar, e impedir un
proceso constituyente que haga que el soberano ejerza como tal. Dicho de otro
modo: propiciar una nueva restauración borbónica y oligárquica que canalice y
desvié las aspiraciones de cambio de la sociedad, especialmente de las nuevas
generaciones. Se trataría de crear una nueva centralidad: entre el inmovilismo
y la ruptura democrática. Son palabras que asocian imágenes y crean referentes.
Vender moderación frente a los extremos y cambiar sin riesgos.
Por ahora el PP no quiere abrir este nuevo campo de juego
político. Se considera con fuerza suficiente para garantizar el futuro del
sistema. Seguramente piensa que el PSOE es demasiado débil y que siempre lo
tendrá de aliado subalterno cuando se trate de eso que eufemísticamente se
llama “cuestiones de Estado”. El partido de Pedro Sánchez juega a otra cosa:
que el impulso de Podemos lo convierta de nuevo en interlocutor privilegiado de
los poderes dominantes y volver a ser lo que siempre ha sido: garante último
del sistema y baza decisiva de su continuidad. El partido continúa, con una
“pequeña diferencia”: ellos, los que mandan, saben que su control de la
política y de los políticos no está asegurado como antes y que se están
produciendo cambios que cuestionan su poder. Veremos.