Si algo ha caracterizado a Julio Anguita es su intuición política y su
sentido histórico. Él fue siempre un
adelantado, un profeta armado con un punto de vista fundado en la cultura
popular y en la democracia plebeya.
Siempre nos despistó a todos y nunca fue fácil clasificarlo: derecha,
izquierda, renovador, leninista, hasta
falangista, según el insigne Santiago
Carrillo, que Dios tenga en su gloria.
Antes de la “caída del muro”, mucho antes (él sabía mucho de ese muro
y lo que tenia de protección frente al enemigo de verdad: el imperialismo euro-norteamericano)
se dio cuenta que las viejas formulas no valían y que había que innovar para
seguir siendo comunista. Él siempre se definió por los grandes enemigos y
escogió al que era más de derechas y el peor adversario de la izquierda con
voluntad socialista: Felipe González. Lo combatió a fondo y sin tregua. Solo le
ganaron cuando rompieron IU y aislaron
al PCE.
Perdimos todos y el sistema se reprodujo lindamente. Anguita nos dejó
y llegó el enésimo encantamiento: Zapatero. No es cosa ahora de hacer balance,
baste tan solo constatar que abrió casi todos los frentes posibles y que todos
los cerró mal; el único que nunca enfrentó, el decisivo, fue el del poder
económico y el del modelo de crecimiento; cuando llegó la crisis dio de sí todo
lo esperable: sumisión a la oligarquía financiera-inmobiliaria, servilismo ante
los dictados de la troika y, cobardía extrema, modificación de la Constitución
para garantizar el pago de la deuda y la estabilidad presupuestaria, es decir,
la conversión de España en un protectorado de la Europa alemana.
Todos esos años Anguita siguió escribiendo, hablando y estudiando:
comprender el mundo para transformarlo, al viejo modo de los tribunos del
pueblo, removiendo conciencias, enfrentándose a los poderosos y haciendo bueno
aquello de la soledad orgullosa del que se sabe acompañado por muchos y que
nunca mira atrás. Eran los años de la “belle époque” y del sueño de los
españolitos y españolitas: somos como ellos, al fin europeos y adiós al
subdesarrollo. No duró mucho el
encantamiento.
La crisis lo cambió todo. Se inició virulentamente la del patrón de
acumulación español en el contexto de una profunda y radical mutación en eso
que se llamó la globalización capitalista; emergió una crítica de fondo a la
clase política y se puso en cuestión el bipartidismo dominante; la monarquía,
piedra angular del sistema de poder, fue denunciada por su carácter parasitario
y corrupto y la “vieja y nueva” cuestión nacional del Estado español volvió a
situarse en el centro del debate público. Era todo el imaginario de la
“inmaculada transición democrática “el que entraba en crisis en medio de un desempleo de grandes dimensiones, del
crecimiento de las desigualdades y del planificado desmontaje de nuestro débil
Estado Social. Era el inicio de nuestra peculiar marcha hacia el subdesarrollo.
Hace apenas unos días, en el marco de la asamblea anual del CEPS
(Centro de Estudios Políticos y Sociales, fundación, entre otras muchas cosas,
especializada en A. Latina y en sus cambios políticos y constitucionales) se
suscitó en amplio debate sobre una aparente paradoja: la progresiva “latinoamericanización”
de Europa precisamente cuando esta intenta, a su modo, europeizarse. La tesis
que hemos defendido algunos de nosotros, con ganas de provocar, es verdad, era
que empezaban a darse en algunos países del sur de Europa “condiciones
nacional-populares”, eso que algunos denominan de forma casi siempre descalificatoria, condiciones
“populistas”.
No es este el lugar para un debate de calado sobre estos temas, solo
subrayar que estas condiciones nacional-populares
tienen, al menos, cuatro rasgos básicos: (a) la aplicación sistemática del
modelo neoliberal de transformación social, con el tratamiento de shock
correspondiente, por medio del uso a fondo y sin contemplaciones del poder
político; (b) la creación de un modelo político y social que promueva el miedo
y la inseguridad colectivas y personales hasta el punto que el “sálvese quien
pueda” y el individualismo más atroz e insolidario sea el modo normal de
funcionamiento de la sociedad; (c) la disolución de las viejas identidades de
clase y de los viejos alineamientos políticos tradicionales; (d) el
desmantelamiento de la acción social protectora del Estado, la supresión de
derechos sociales y sindicales en el marco de una mercantilización brutal del
conjunto de las relaciones sociales.
Todavía no estamos en condiciones de valorar en todas su dimensión el
15M como símbolo y ejemplo de resistencia de una parte significativa de la
sociedad a la ofensiva del capital y de los poderes económicos y mediáticos. De todas, a mi
juicio, la más importante, fue la emergencia de un “nuevo espacio público” en
el terreno y en la lucha democrática. Siempre hay otras posibilidades y el
espacio se fue construyendo en un territorio que pugnaba por una regeneración democrática de la sociedad, la economía y del
poder. Esa es una batalla que puede marcar una época.
La gran intuición de Anguita es darse cuenta que correlativamente a la
crisis del régimen se estaba abriendo un nuevo espacio público y que sobre él
habría que construir la resistencia democrática, la reorganización de las
fuerzas populares y la ofensiva
constituyente, ahora sí, en su contenido fuerte. Veamos. Cuando un comunista
convicto y confeso plantea, como tantos jóvenes en las plazas públicas, que “el
Frente Cívico no es de derechas o de izquierdas sino de los de abajo”, está
constatando que las viejas identidades (¿el PSOE es de izquierdas?) ya dicen
poco a las nuevas generaciones y a los nuevos sujetos emergentes, y que la
izquierda de verdad, la transformadora, debe aspirar a vertebrar una nueva
mayoría social capaz de crear y organizar un nuevo régimen político al servicio
de una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales. Por derecho: no solo conquistar el poder sino
transformarlo, democratizarlo.
Se trata, insisto, de un nuevo
espacio público difuso, heterogéneo, “mar de muchas mareas” donde lo viejo
y lo nuevo se confunde, donde las viejas culturas emancipatorias se
mezclan con nuevas experiencias apenas
vividas y donde el tiempo se comprime y acelera. En esto tampoco cabe
engañarse: la batalla estratégica es ampliar este nuevo espacio público y
restar base de masas a los “populismos de extrema derecha” o al fascismo puro y
duro. Todo esto construido en las luchas, en el enfrentamiento radical a las
políticas de la derecha y desde el desarrollo de la democracia como
democratización sustancial de las relaciones sociales y del poder. ¿No es eso
aquí y ahora estrategia socialista en lo real concreto?
Ahora de lo que se trata es poner en marcha un nuevo discurso público al servicio de una estrategia de poderes
sociales. Ni más pero tampoco menos. Vayamos por partes. Nuevo discurso público. No hay que
inventarse nada, solo hay que traducirlo a propuesta política. El enemigo está claro: la plutocracia, el
gobierno de los ricos con la complicidad de la clase política bipartidista más o menos imperfecta
(es decir, con la burguesía vasca y catalana). El objetivo: una
democracia de hombres y mujeres libres e iguales. Contenido: una economía al servicio de las necesidades básicas de
las personas y en armoniosa relación con nuestro medio natural del que formamos
parte. Medio-forma: poder
constituyente. Método: la acción
democrática.
Esto último tiene su importancia. Lo digo directamente: la rebelión
democrática que Izquierda Unida ha hecho suya en la última asamblea requiere
un método de lucha, una forma de acción y organización que, como diría Rosa
Luxenburgo, en los medios estén los fines. Esto significa: desobediencia civil
y estrategia pacifista. Sobre estas cosas Paco Fernández Buey escribió mucho y
bien y a él me remito. Una cuestión: hay que leer y estudiar. Los codos y la
soledad ayudan a pensar libremente. Tenemos que robar la ciencia a los ricos y
entregársela a nuestra gente “común y corriente”.
Estrategia de poderes sociales. Lo diré con una cita, con perdón, del Kautsky
marxista (maestro de Lenin: la gente cambia y no siempre para mejor, sobre
todo, en momentos de crisis y cuando se ponen en juego los verdaderos
fundamentos político-morales de los dirigentes) venía a decir así: el partido
te coge en la casa cuna y te deja en el cementerio. Traducción: el Partido
Socialdemócrata Alemán había creado toda una red social organizada que iba
desde las guarderías hasta las funerarias al margen del estado y como
economía-organización popular. Para decirlo de otro modo: se creó en la
sociedad un (contra) poder social organizado que era el sustento material de la
fuerza política. Más: no solo fue cosa de alemanes, se hizo en casi todas
partes y se sigue haciendo hoy. Ejemplos: el PSOE de las “Casas del Pueblo”
y los anarquistas de los “Ateneos
Populares”. Hoy, guste más guste menos: Hamas y, sobre todo, Hizbulá. Para que
no se diga: la experiencia de los kibutz también comprendida y valorada por una
de las personas más venerables del siglo XX: Martin Buber. Entre nosotros: solo
queda algo así en el mundo de HB, ellos nos enseñan muchas cosas en una vía
nada fácil.
¿De qué se trata?: construir una “una economía moral de la multitud”
“un sector público voluntario” que organice capilarmente este nuevo sector
público emergente, lo fecunde, reproduzca y la convierta en poder social. La
gente cuando se organiza, se compromete y se dota de un proyecto se convierte
en poder; en condiciones democráticas
(ojo, hay que tenerlo en cuenta) derrotar a los que tienen el poder económico y
controlan el poder mediático y político exige de un contrapoder social de las
clases subalternas como fundamento de cualquier avance electoral. La condición para
los que no tienen poder es siempre socializarlo y hacerlo carne y sangre de las
capas populares. Sobre esto han escrito cosas preciosas Max Abel y Juan Ramón
Capella.
¿Qué tendríamos que hacer hoy? Discutir, consensuar y ejecutar un plan para acción. En el centro: exigir la dimisión del gobierno Rajoy y nuevas por elecciones
generales. Será el momento para proponer una lista propia de todos los que estamos por un
proceso constituyente. Una salida democrático-republicana a la crisis de
régimen.
La clave: diferenciar claramente legalidad y legitimidad. Este
gobierno no es legítimo: incumple
sistemáticamente su programa electoral, legisla contra la constitución
vigente y sirve a interese de los grupos de poder económicos. El derecho y el deber de resistencia frente a la tiranía de los mercados, la
desobediencia civil ejercida pacíficamente y sin violencia es un derecho humano
fundamental. La libertad se defiende ejerciéndola.
La unidad y la convergencia al
servicio de la acción consciente organizada es imprescindible. Se dan síntomas
de que la movilización social esta encontrando límites políticos para su
desarrollo. Parece llegado el momento de la política en sentido fuerte. El 2013
por venir será decisivo: hacia la Revolución Democrática.