Para Santiago Alba Rico, hermano de fe de una religión
popular basada en la
emancipación
Me
asombra que estas cosas sigan asombrando. Veo a tantos compañeros sorprendidos
e indignados ante los ataques injustos y cobardes del PP contra
IU que me llevan a la conclusión de que muchas veces no sabemos, mejor dicho,
no somos plenamente conscientes de las cosas que decimos y hacemos. Que el PP
aproveche su la mayoría conservadora en la Cámara de Cuentas para expedientar a
IU no debería asombrarnos, tampoco que medios tan “independientes y objetivos”
como El País, nos dediquen, después de
tantos meses o años, una pagina impar completa comentando la excepcionalidad
del tema. Somos visibles para lo peor. Luchar por la ruptura y por los de
“abajo” tiene estos costes.
Que
el especialista consumado en financiación ilegal y en corrupción política, el
PP, expediente a IU por supuestas irregularidades formales en sus cuentas tiene
que ver, como no, con nuestra sistemática denuncia de la corrupción, con
nuestra personación en el “asunto Barcenas”, con la querella contra los
gestores de Bankia y, mucho más cercanamente, por nuestra petición de dimisión
por nepotismo del mismísimo presidente de la mencionada Cámara de Cuentas. La
respuesta no se ha hecho esperar: expediente y ventilador. Idea: todos somos
igual de corruptos.
Hay
que ir, aquí también, más allá de lo inmediato y de lo aparente. El PP, los
poderes reales económicos y mediáticos, van contra IU, porque esta no aceptó ni
acepta un nuevo pacto, una nueva “transacción”, para impulsar una enésima
restauración monárquica, que tenía en su trasfondo el borrón y cuenta nueva con
los múltiples casos de corrupción. Al negarse IU, el PSOE, tuvo que pensárselo
y actuar con mayor comedimiento como se ha visto en la “dimisión en diferido”
de Rubalcaba.
El
gobierno sabe —los “cloacas” del “doble Estado” están funcionando a tope— que
desde casi siempre IU, sus activistas y militantes, están presentes, son
actores destacados (no los únicos, nunca lo olvidamos) en las luchas sociales y
en las movilizaciones ciudadanas. La prioridad ha sido y es el conflicto, para
desde él ir trenzado una estrategia unitaria de amplio espectro, muchas veces
dando un paso atrás hasta hacernos, si no invisibles, sí opacos. El poder lo
sabe y no se deja engañar por las apariencias, más bien tiende a usarlas,
contra el movimiento de masas unitarias y mayoritarias que IU intenta impulsar.--> Sigue leyendo aquí pinchando el enlace
IU
ha ido, esta yendo, más allá de sí misma. En las elecciones europeas, mejor
dicho, de la Unión Europea, ya fuimos en una amplia coalición, pero nos faltó
audacia y así ha sido reconocido. Ahora
se trata de dejarse enseñar por la vida y no perder el norte. Este está claro y
los ataques de los enemigos nos dicen que estamos golpeando donde más les
duele. Simplemente, tenemos que dejar de ser ingenuos: luchar por la apertura
de un proceso constituyente, defender los derechos sociales y laborales,
oponerse a la Europa alemana, defender la soberanía popular es luchar contra el
poder, el poder de verdad y eso obliga, insisto, obliga a construir un poder
“otro”, un (contra-) poder. Todo lo demás es mala literatura y pésimo concepto.
No es tiempo de pusilánimes.
Situar
a Alberto Garzón al frente de la política unitaria y de la propuesta
constituyente es una señal de que aprendemos, de que tenemos ojos y oídos y de
que rectificamos, señal inequívoca de una fuerza con futuro. Ante la presencia
de Podemos no nos replegamos y no nos equivocamos de enemigo. No hay
movimientos sin cuadros y sin organización; necesitamos mucho, muchísimo, de
ambas cosas, situando siempre la política en el puesto de mando.
No
debemos engañarnos con el cuento de la lechera de los “medios de manipulación
social”. La partida es y va a ser muy dura. El nuevo monarca es muy débil y el
proceso de transición a un nuevo régimen no ha hecho otra cosa que comenzar. El
peligro es el transformismo. ¿Cómo definirlo aquí y ahora? Se trata de usar el
impulso, la demanda de cambio para modificar el sistema político en un sentido
contrario a las aspiraciones populares.
Desde el 15M el centro ha sido “democratizar
la democracia”, asegurar el autogobierno del pueblo por el pueblo. Pablo
Iglesias ha sabido definir eso en el imaginario social: ellos (la casta) y
nosotros (el pueblo). Esto es justo: la crisis de régimen es siempre una crisis
de representación y la llegada de una nueva clase política. Transformismo, en
este contexto, significa cambiar todo y de forma radical hacia peor partiendo
de lo mejor. Expliquémonos.
Poner
el acento en los procedimientos y no en los contenidos de la democracia
conlleva riesgos ineludibles. ¿Cuál es el problema de esta clase política? Que
se ha convertido en casta. ¿Por qué? Porque ha perdido cualquier autonomía del
poder económico, que son los que mandan y los que corrompen. La casta es el
efecto y no la causa. Por eso el enemigo es algo más que la casta, es el
complejo económico-mediático- político que dirige el país, el nuestro y al
otro, el que dirige el inefable Cebrián de las cavernas, y que desde siempre
nuestro padre Joaquín Costa llamó oligarquía a unos y a otros caciques
especializados en conseguir votos.
La
propuesta de Rajoy de cambiar la elección de los alcaldes es claramente
oportunista, pero tiene mucho que ver con la tentativa transformista. So
pretexto de acercar la política a los ciudadanos se defienden circunscripciones
electorales uninominales y sistemas mayoritarios, para democratizar el sistema
y acabar con los privilegios de los políticos se pone fin a la financiación
publica de los partidos y para evitar la corrupción se privatiza lo público y
las instituciones económicas pasan a manos de supuestos expertos neutrales y
profesionales.
Más
allá, para democratizar los partidos, se potencian las organizaciones locales y
se liquidan de paso las arcaicas organizaciones ideológicas, sustituidas por
políticos funcionales, ligados a los poderes realmente existentes, es decir,
las empresas y los grupos mediáticos. Al final, emerge la (norte-)
americanización de la vida pública y el control férreo del poder político por
los grupos económicamente dominantes. La supuesta regeneración democrática da
paso a la revolución neoliberal. Renzi esta ahí al lado, como quien dice.
Lo
que se quiere indicar es que todo proceso de cambio real lleva en su seno,
contradictoriamente, peligros restauradores que las fuerzas políticas deben
reconocer y evitar. Cuando hablamos de revolución democrática, nos referimos a
un proceso de democratización sustancial del poder político, económico, social
y cultural. El poder constituyente que nosotros defendemos busca construir un
sujeto político capaz de definir las condiciones que hagan posible una sociedad
de hombres y mujeres libres e iguales. A esto siempre se le ha llamado
Constitución republicana y Estado de derecho.
Recientemente,
con su lucidez habitual, Santiago Alba Rico definía el asunto con mucha
precisión: “¿Qué quiere decir Estado de derecho? Quiere decir que toda asamblea
ha tenido que decidir previamente, en un proceso constituyente, los límites,
éticos y políticos, de cada decisión colectiva. La democracia no es solo
decidir en elecciones; es haber decidido ya los principios de nuestras
decisiones. Eso se llama Constitución”.
Desde
este punto de vista la Constitución a la que aspiramos sería la “hoja de ruta”
de la transformación de nuestra sociedad, para realizar aquello de que
“Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la
libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean
reales y efectivas: remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud
y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política,
económica, cultural y social.”
Seguramente
a algunos le sonará: es el artículo 9,2 de nuestra Constitución, que recoge,
suavizada, el artículo 3, párrafo segundo, de la Constitución italiana, la
célebre cláusula de Lelio Basso. La realidad constitucional ha cambiado tanto
que esto nos parece de otro mundo y sin embargo fue un elemento clave del
constitucionalismo social fruto de la derrota del fascismo y del ascenso del
movimiento obrero y de la izquierda.
Manolo Monereo, a 12 de julio del 2014