Hay que insistir una y otra vez en que
la clave siempre está, y en estos momentos históricos mucho más,
en saber cómo mandan los que no se presentan a las elecciones. La
cuestión básica, a mi juicio, es saber “leer e interpretar la
fase”: lucha denodada, sistemática y sin cuartel entre pasado y
futuro, continuidad y cambio, restauración dinástica-oligárquica o
ruptura democrático-plebeya. Todo lo demás, creo, debe leerse en el
marco de este conflicto de clase y, sobre todo, de poder, incluidas
las elecciones andaluzas.
La política es un arte y la
estrategia, su instrumento principal. Susana Díaz, la Presidenta de
la Junta de Andalucía, cuando convocó anticipadamente las
elecciones andaluzas sabía lo que hacía: situar “a contrapié”
a Podemos, destrozar al PP y quitarse de en medio a una díscola IUCA
dirigida por Antonio Maillo, alguien que no era de los suyos. Todo el
mundo estaba de acuerdo en esto y las elecciones le han dado la
razón. Hasta aquí, todo normal, todo previsible. Hay que ir más
allá.
¿Qué es lo específico y qué es lo
general de las elecciones andaluzas? Deberíamos centrarnos en esto.
La jefa de Andalucía es “orgánica del poder”, es decir, tiene
conciencia de Estado: hay que defender al régimen y oponerse con
todas las fuerzas a la ruptura democrática. El instrumento debe ser
el PSOE y ella, la dirigente, la que decide. Es su misión histórica,
defender a la clase política, al bipartidismo y, sobre todo y más,
a los grupos del poder, a los que mandan y no se presentan a las
elecciones. Ella lo sabe bien, mejor que nadie; es aparato, “purito”
aparato. El rey es la clave porque asegura la estabilidad del poder y
que todo siga como debe ser, igual, es decir, que los Botín sigan
mandando.
El verdadero partido del régimen es el
PSOE, Felipe González se lo enseñó. El PP es demasiado derecha,
demasiado comprometida con las clases parasitarias y clasistas. El
PSOE es “moderno” y abierto al mundo. Ellos saben hacerlo, es
decir, encontrar el “centro de gravedad” donde se hace posible
que las clases subalternas (los asalariados y asalariadas; los
trabajadores y trabajadoras) acepten que los que mandan deben seguir
mandando. No es fácil, pero ellos saben el secreto. Si les dejan, si
confían en ellos, si los apoyan y los financian abundantemente,
demostrarán que son capaces de defenderlos mejor que nadie, mejor
que el PP de Rajoy. Esta es la batalla que Susana Díaz ha ganado en
Andalucía. La duda es si Pedro Sánchez será capaz; pero si no lo
es, ella siempre estará ahí asegurando la línea de defensa última
y la gobernabilidad del sistema.
En Andalucía ellos son un régimen, es
decir, la cristalización de una estructura de poder, un formidable
dispositivo político, organizado, estructurado y legitimado por más
de treinta años de ejercicio sistemático de dominio sobre la cosa
pública. En unos años hemos visto cómo el PSOE pasa de ser un
partido andaluz, el principal si se quiere, al Partido de Andalucía.
La clave es una inmensa capacidad para neutralizar el conflicto
social. Los ERE son eso, medios, instrumentos para desactivar la
relación entre lucha social y política, conflicto y poder en
Andalucía. La sociedad civil ha sido reorganizada desde las
instituciones e integrada. Se practica un juego donde la
discriminación y cooptación de las diversas y singulares
oposiciones (sociales, culturales, políticas) son sabiamente
dosificadas. SEGUIR LEYENDO ->
La urdimbre del poder creado durante
tantos años articula instituciones de la Junta, diputaciones,
ayuntamientos y toda una variedad de organismos que penetran,
organizan sujetos y desactivan conflictos. No es que se opongan sin
más a la sociedad civil, el asunto es otro: impedir la autonomía de
los movimientos, desorganizar cualquier oposición que pueda poner en
peligro a los que mandan y conquistar el “sentido común” de las
gentes. La represión pura y dura siempre dejan que la haga Madrid.
Que el PSOE es en Andalucía un
partido-régimen se pone de manifiesto en la persona de la
presidenta. Desde que fue ungida a la máxima magistratura de la
Comunidad se ha comportado como si fuese una recién llegada, sin
pasado, hasta el punto que muchas veces ha aparecido como si fuese la
“oposición” del gobierno andaluz, es decir, de sí misma. Ser a
la vez “posición” y “oposición” son elementos
característicos de los regímenes que despreciativamente se suelen
llamar “populistas”. Este aspecto no es menor. La neutralización
del conflicto en lo interno es inteligentemente sustituido por la
construcción de un conflicto externo: la derecha de Madrid, Rajoy,
que discrimina, castiga, insulta y ofende a Andalucía, en la persona
de su presidenta.
El discurso populista de Susana Díaz
ha dado un salto de cualidad en estas elecciones, hasta llegar a un
ejercicio nada disimulado de caudillismo. El populismo construido es
una variedad de “nacionalismo sin nación” pero que actúa con
las mismas claves: definición del enemigo (la derecha de Madrid);
identificación de la presidenta con el pueblo andaluz discriminado y
ofendido; y culpabilizar como “malos andaluces” y por lo tanto,
aliados de la derecha, a los que se oponen a la Junta y a su
presidenta. El eje derecha-izquierda está así subordinado a otro
eje que es el de enemigo (Madrid y Rajoy)-amigo (Andalucía y Susana
Díaz). Esto explica bien dos cosas de la campaña que son la no
presencia de Pedro Sánchez y la presencia constante de Rajoy como
interlocutor-adversario de la candidata-presidenta.
Es esta forma partido-régimen la que
explica con claridad los dramas pasados y presentes de Izquierda
Unida en Andalucía. La novedad y la radicalidad de la propuesta que
hizo Julio Anguita tenían que ver con su planteamiento de construir
una alternativa con voluntad de mayoría y de gobierno a la forma
partido-régimen que se construyó en Andalucía en torno al PSOE. No
se trataba ya de convertirse en “la izquierda”, o en complemento,
o en el “ala radical” del partido de Rodríguez de la Borbolla y
de Felipe González, sino la alternativa a sus políticas y a sus
modos de organizarlas. El concepto básico era construir la
alternativa.
Desmontar este dispositivo de poder
requería una fuerza política nueva, plural, unida programáticamente
y organizada como una forma-movimiento. La estrategia era la de
“guerra de posiciones”: construir desde abajo (contra-) poder
combinando lucha social y electoral, trabajo en las instituciones y
en los movimientos, forjando alianzas y programas comunes. Esto, hay
que subrayarlo hoy, generó unidad y esperanza, recuperación de la
militancia y una significativa politización de nuevas generaciones.
En la etapa de Luis Carlos Rejón se
llegó al punto más alto social y electoral, 20 diputados. No es
este el momento para valorar ese periodo, los posibles errores
cometidos y su tipología. Baste decir que no se fue capaz, fuera y
dentro de Andalucía, de organizar el debate sobre una cuestión
estratégica que afectaba, y sigue afectando, a los fundamentos
mismos del proyecto. Esta cuestión pronto se saldó, a mi juicio, al
modo politicista: sin debate y sin autocritica, y lo que es peor, se
giró sin decirlo, en los hechos, a posiciones que nos situaban en la
fase previa a “Convocatoria por Andalucía”. Reaparecieron los
viejos fantasmas y los viejos clichés heredados de la Transición,
había que hacer política y ser realistas, saliendo de los sueños
utópicos de Anguita y echando a un lado cualquier referencia en
serio a la cuestión de la alternativa.
Lo fundamental, se repetía una y otra
vez, era “tocar poder”, es decir, gobernar y hacerlo desde lo que
somos; si tenemos un 12% de votos esa será nuestra influencia real y
punto. Para ello era necesario aliarse con el PSOE, poner el acento
en programas susceptibles de ser aprobados por nuestro socio
preferente y, decisivo, reconstruir una organización que sirviera
para estos fines y no otros. Estas cuestiones, pero no solo ellas,
tienen que ver con los resultados obtenidos por IU de Andalucía. La
campaña ha sido buena, y muy inteligente la recuperación de Anguita
y su discurso en el tramo final de la misma.
Desde este punto de vista los
resultados de Podemos son buenos. Hay siempre un peligroso juego que
mezcla expectativas, resultados y movilización electoral. Se ha
dicho antes y lo decimos ahora: era el momento peor y en el lugar
peor para el partido de Pablo Iglesias; Susana Díaz lo sabía y las
encuestas, de una u otra forma, lo decían. La aritmética es simple:
en votos y, en escaños, la suma de Podemos e IU son los mismos que
en la época de Rejón. Ese es el techo a superar y no se conseguirá
solo con (es la gran enseñanza que deja IUCA) el trabajo
institucional y saliendo en los medios de comunicación. Se trata de
conquistar posiciones, de trenzar alianzas y construir un proyecto
autónomo con voluntad de mayoría y de gobierno; para ello hace
falta organización, militancia, activismo para promover formas
plurales de articulación social y disputarle “sentido común” a
los poderes dominantes. Y, sobre todo, unidad: IU y Podemos son
insuficientes para construir una verdadera alternativa a la
estructura de poder dominante hoy en Andalucía.
La novedad ha sido Ciudadanos. Por fin
(no ha sido fácil) han conseguido crear una fuerza del cambio desde
la derecha. El objetivo era claro: taponar a Podemos por el centro y
buscar un comodín, un partido bisagra capaz de aliarse a derecha y a
izquierda. Pronto sabremos la procedencia de sus votos y la
consistencia y dirección de sus políticas.
Ciudadanos va a poner de manifiesto
debilidades del discurso de Podemos como, por ejemplo, poner el
acento en los procedimientos democráticos y no en los contenidos de
las políticas. Existe el peligro de que una fuerza liberal como
Ciudadanos pueda, sin grandes dificultades, hacer un discurso de
regeneración democrática y a la vez defender que para luchar contra
la corrupción es necesario menos Estado, más organismos
independientes para regular el mercado e impuestos más bajos para
los ricos. Esto lo hace Renzi en Italia sin demasiadas dificultades.
Si la “casta” solo son los
políticos, se deja a un lado lo fundamental, a los poderes
económicos; basta cambiar a aquellos, es decir a los políticos,
para que la oligarquía financiera siga mandando, que es de lo que
trata. Hay una cierta dificultad para entender que el problema de
nuestras debilitadas democracias tiene que ver con el control
creciente que los grupos de poder económico ejercen sobre la cosa
pública. El problema central de nuestras sociedades es la creciente
desigualdad, que no es solo económica sino de poder: los que mandan
tienen cada vez más poder y lo ejercen. Sin afrontar esto, la
supuesta regeneración democrática es mera retórica.
Publicado en Cuarto Poder
Publicado en Cuarto Poder