A los que luchan por la Unidad
Popular: los perdedores de hoy
son los portadores del futuro
Popular: los perdedores de hoy
son los portadores del futuro
En una reciente reunión de la
presidencia de Izquierda Unida, Cayo Lara, con el tono que ya es
habitual en él, me interpeló sobre mi (supuesta) propuesta de
“partido orgánico” y la necesidad de llevarla a la próxima
asamblea de IU. De pronto comprendí que el problema era que el
coordinador no había entendido el concepto y que polemizaba conmigo
sobre un supuesto falso. Para decirlo claramente desde el principio,
someter a votación en un congreso el “partido orgánico” es como
decidir el concepto de clases sociales, Estado capitalista o la
concepción de la hegemonía político-cultural.
De la “caja de herramientas”
analíticas de procedencia gramsciana, el término “partido
orgánico” hay que diferenciarlo del partido-institución. Se puede
decir que para el destacado comunista sardo cada clase social básica
tiene un solo partido fundamental que le es propio, lo que no impide
que existan diversos partidos-institución ligados a él. Hoy, el
“partido orgánico” emancipatorio sería el conjunto de fuerzas
sociales, políticas y culturales que están por el proceso de
transformación social. Para poner un ejemplo, en Madrid serían
parte del “partido orgánico” Manuela Carmena o Mauricio
Valiente; Luis García Montero o José Manuel López, pasando por
Tania Sánchez o Agustín Moreno. Sin entrar en demasiados detalles,
estos serían las puntas del iceberg del “partido orgánico” de
la Comunidad de Madrid.
Un concepto así configurado tiene
mucha importancia estratégica y normativa. Nos dice, en primer
lugar, que la clave de la política emancipatoria siempre está en
este bloque sociopolítico y cultural, en su desarrollo, en su unidad
y cohesión política e ideológica. En segundo lugar, que los
partidos-institución pueden ser o no funcionales a dicho “partido
orgánico”, es decir, pueden favorecer su coherencia y vertebración
o pueden contribuir a su división y a su ruptura interna. En tercer
lugar, que la estrategia democrático-popular debe propiciar la
organicidad, es decir, la correspondencia entre el “partido
orgánico” y los partidos-institución transformadores.
No es fácil defender la convergencia y
la unidad de las distintas fuerzas transformadoras y de izquierda en
plena campaña electoral y cuando hay una competencia muy fuerte
entre ellas. El “partido orgánico” ha cambiado mucho en este
último periodo, en su composición y hegemonías internas, en su
capacidad de organización y de movilización, en su pluralidad
interna y en sus consciencia. Podemos refleja las insuficiencias de
las viejas izquierdas y expresa un proceso contradictorio,
heterogéneo y conflictual de organización de un nuevo sujeto
político. El “espíritu de escisión” es muy fuerte y la
búsqueda de diferenciación es casi inevitable.
Izquierda Unida vive una situación
especialmente dura. No es fácil atravesar tantos desiertos y no
encontrar el oasis de un buen resultado electoral. La crítica es
siempre más fácil que la autocrítica cuando caen chuzos de punta y
la organización corre el riesgo de sumirse en la irrelevancia. Se ha
pasado de la esperanza de una subida electoral que forzara un acuerdo
de gobierno con el PSOE, a luchar con uñas y dientes por un espacio
político menguante. Como se verá, las condiciones están dadas para
un durísimo antagonismo entre estructuras partidarias, quedando muy
atrás las aspiraciones, los deseos y las demandas de un “partido
orgánico” que sabe que la unidad no tiene alternativa. Se podría
decir que son momentos propicios para los sectarios de todos lados,
para el cierre de filas y la búsqueda del enemigo interno.
Sorprende, sin embargo (las elecciones
andaluzas y las encuestas así lo dicen), que no seamos capaces de
entender que las diversas izquierdas y Podemos somos insuficientes
para los objetivos que individual y colectivamente nos proponemos.
Este punto no puede ser eludido. La cuestión de fondo sigue siendo
restauración o ruptura democrática, continuidad o cambio, en
momentos de crisis del régimen y de transición (muy avanzada ya)
hacia una democracia limitada y oligárquica.
La asimetría de fuerzas es
espectacularmente favorable a los poderes dominantes. Cada acción de
los de abajo implica una reacción de los de arriba que puede ser
igual o, como sabemos ya, superior. Los que mandan y no se presentan
a las elecciones siempre tienen el poder suficiente para construir
alternativas. Sabemos que han reaccionado con prontitud y
determinación: el surgimiento y el desarrollo de Ciudadanos como
fuerza estatal y el ataque sistemático contra Podemos dice con mucha
claridad que estamos ante una guerra de verdad y que los de arriba
van a oponerse con toda su energía a cualquier intento de cambiar la
actual correlación político-institucional de fuerzas.
Estas elecciones podían haber sido una
oportunidad para avanzar en un proceso de unidad popular y de
convergencia social y política de las fuerzas que están por la
construcción de la alternativa al bipartidismo neoliberal dominante.
Al final, creo, que no será así. Los llamamientos a candidaturas
unitarias, a la unidad por abajo y demás consignas de la izquierda
no consiguen eludir lo fundamental: la unidad por abajo es mucho más
difícil de conseguir que la unidad por arriba. Es tremendo, pero es
así. Cuando las cosas llegan abajo, en nuestras específicas
condiciones, aparecen todos los demonios de la izquierda,
sectarismos, oportunismos, desprecio, en definitiva, a las gentes
“comunes y corrientes”. La “casta” está metida en nuestros
huesos y falta grandeza y sobra mediocridad y pusilanimidad.
Hay que continuar. En centenares de
lugares de nuestra patria se han hecho intentos de construir unidad
popular. El resultado ha sido desigual, pero esperanzador. La unidad
popular es la “prueba del nueve” de la coherencia programática y
política de la izquierda. Vivimos una situación contradictoria: la
izquierda reformista no lo es y el programa común puede ser el de
una inmensa mayoría de nuestra sociedad. Podemos llegar al gobierno.
¿Qué haremos desde él si desde arriba y desde abajo no hay un
pueblo organizado y con sentido de la historia? Es un viejo asunto,
transformismo o transformación social.
Muchos y muchas pensarán que somos
idealistas, gentes con buenas intenciones pero sin posibilidades
reales de cambiar esta sociedad. Los “listos”, los realistas, los
que todo lo saben, los que están en posesión de la verdad de
siempre, dicen que no hay más cera que la que arde y que todos los
demás somos ilusos, incompetentes soñadores de un futuro mejor.
Olvidan una cosa, no pequeña, que nos enseñó el viejo Marx: la
realidad es contradictoria y expresa tendencias reales hacia lo peor
y hacia lo mejor, hacia la involución o el progreso social. Nada hay
menos realista que aquellos que aceptan esta realidad como la única
realidad.