Para Hugo Martínez
Albarca,
desde el orgánico partido
Aquí
y ahora, lo fundamental y prioritario es la política, dejarse de
lenguajes que nada dicen y situar en el centro el debate político,
estratégico y programático en torno a la ruptura democrática y al
proceso constituyente. Las cosas están llegando ya a tales extremos
que se empieza a dar la paradoja de gentes que abandonan IU para
poder seguir defendiendo verazmente su proyecto histórico, aunque
sea en otra formación política; para decirlo con más precisión,
se puede estar iniciando ya un proceso, la “otra” refundación,
de progresiva separación de IU-organización, de IU-proyecto. No es
poca cosa. Se necesita, por lo tanto, volver a la política con
mayúsculas, para encontrar en ella y desde ella los elementos que
permitan crear futuro, ilusión y confianza en las propias fuerzas.
Si no, nada será posible.
Las dos ideas básicas
que deberían organizar nuestra ofensiva sería la Unidad Popular
como estrategia y el “partido orgánico” como fundamento. Ambas
cosas esta relacionas. ¿Qué significa la estrategia de Unidad
Popular? Es sencillo: que para la transformación social no basta
solo ganar unas elecciones, sabiendo que son extremamente
importantes, sino que hace falta transformar el poder (en el Estado y
más allá) y que para eso es necesario crear una fuerte y compacta
Unidad Popular en la sociedad que compense, amortigüe, debilite, la
desigualdad de poder existente (económico, político,
cultural-mediático) entre las clases dominantes y las clases
subalternas.
Si tomamos nota de la
marcha de Podemos de las semanas pasadas, las encuesta de opinión y
el clima social, se nota que emerge con fuerza un sujeto
nacional-popular, democrático-plebeyo que se autoorganiza y busca
ser protagonista del cambio político. Esto es lo decisivo: sin unos
fuertes poderes sociales, que organicen a las y a los de abajo, que
creen alianzas sociales y políticas, que fomenten nuevos patrones
culturales, no será posible la transformación social en un sentido
justiciero. Los jóvenes, hombres y mujeres, van a jugar un papel
decisivo en estos procesos; de hecho ya lo están jugando. -->
Hay un problema
insoslayable: las clases trabajadoras y las clases subalternas en
general tienen que ser ganadas para la revolución democrática desde
su propia realidad y desde su nivel de conciencia. No hay
determinismos ni automatismos, lo que hay es un conflicto de clases
duro y difuso donde las clases trabajadoras han pedido derechos
laborales y sindicales, han sido estructuralmente debilitados como
clase y no cuentan con recursos y energías morales y organizativas
aún para ser sujetos activos, aquí y ahora, de la emancipación.
Sin ellos, a medio y largo plazo, nada será posible. En el medio, la
refundación del sindicalismo de clase. Lo nacional-popular es
siempre lucha de clases por la hegemonía y eso nunca está
garantizado, de ahí que la mejor estrategia es siempre la lucha
social, combinar lo electoral y la constitución de un tejido social
asentada en la realidad local-territorial y desde ahí avanzar,
avanzar siempre, mirando de reojo a la retaguardia y de frente a los
enemigos de clase.
No se trata de
abstracciones. La experiencia de los diversos “ganemos”, con sus
pros y sus contras, dice mucho de que el proceso de autoconstrucción
del sujeto popular está avanzando. Aquí tampoco cabe engañarse: la
unidad es una lucha muy dura que a menudo se pierde; es un modo de
organizar el conflicto y, sobre todo, un proceso de construcción
social. Combinar unidad y elecciones, es combinar agua y aceite, y
si, por lo demás, se trata de elecciones municipales la cosa se
complica mucho, muchísimo. Las viejas rencillas nunca superadas, las
ambiciones y los oportunismos se confunden con debates ideológicos
de andar por casa y al final lo que se impone es el sectarismo y el
desprecio a las buenas gentes que ilusionadamente creen que el mundo
pueda cambiar de base y que la vieja política ha sido superada al
menos por los “nuestros”. Esta batallas no las pierden los
“políticos” las pierden las personas y con ello se favorece a la
derecha y al capital financiero dominante. Si la política no implica
una ética de lo público como base y fundamento de una nueva
Res-pública no hay liberación ni emancipación y llegará la
restauración en cualquiera de sus versiones.
Somos los tribunos de la
plebe y los abogados de un porvenir construido colectivamente, ni más
ni menos. El sectarismo y el dogmatismo se superan yendo más allá
de partidismo estrecho y del electoralismo burgués. Hace falta
construir una nueva cultura del Partido Orgánico de la Revolución
Democrática, el partido del pueblo, de los hombres y mujeres
comunes, que quieren vivir con dignidad, en un mundo justo y en una
tierra habitable, donde quepamos todos y todas. No es difícil de
entender: que la vida, la nuestra, la de ellas, las de ellos, merezca
la pena vivirse. Esto no resuelve todos los problemas pero ayuda a
afrontar el sentido de la vida y aceptar la muerte.
Manolo Monereo, a 10 de
febrero del 2015