El objetivo táctico es derrotar al Partido Popular; el estratégico es
derrotar al bipartidismo como forma precisa y concreta de organizar el
poder político para que los que mandan de verdad y no se presentan a las
elecciones sigan imponiendo sus intereses y decisiones. Así de claro,
así de preciso. Todo lo demás debería ser secundario. Podemos tiene la
fuerza y la responsabilidad histórica de organizar la alternativa a la
enésima restauración borbónica y oligárquica en marcha. Este debería ser
el punto de partida.
Ahora se lleva mucho decirle a Podemos lo que debe hacer y hasta cómo
hacerlo. Tiene su lógica: se reconoce que la partida política en juego
se gana o se pierde según lo que haga o no haga el partido de Pablo Iglesias.
El asunto no es nada fácil. De un lado, se deben gobernar unos
resultados electorales que dan un enorme poder institucional a Podemos,
pero que van a reforzar también a su principal competidor electoral, el
PSOE; de otro, el bloque alternativo se ha hecho más heterogéneo, más
plural, con nuevas formas de liderazgos que transcienden el marco local y
hasta regional. Hay, por así decirlo, un doble componente,
forma-partido, forma-movimiento, que se han reforzado y se han
retroalimentado no siempre armoniosamente.
No tiene demasiado interés —creo— hablar de futuros escenarios
partiendo de estas singulares elecciones. Estas eran, con mucho, las más
difíciles para Podemos. Inventarse organizaciones, resistirse al pesado
juego de las encuestas y sustraerse a las tentaciones de unos poderes
institucionales que parecían al alcance de los votos fueron siempre
tareas muy complicadas para partidos hechos y más o menos derechos; para
Podemos eran desafíos radicales. Ahora las cosas son diferentes, diría
que sustancialmente diferentes: tres actores representando tres espacios
político-electorales se van a enfrentar y tendrán cara y ojos
singulares. La presencia de Ciudadanos va a depender más del PP y
—atención— del PSOE que de ellos mismos. Los poderes deben, en este
momento, sopesar diversas alternativas y escenarios posibles. Lo dicho,
tres espacios a desarrollar, fortalecer y ampliar. Este es el centro de
la partida.
La reciente propuesta de Alberto Garzón
va en la buena dirección, pero me temo que llega tarde y que tiene
problemas no pequeños de credibilidad y de implementación. La posición
de la que parte el candidato de IU es acertada; los problemas de la
coalición dirigida por Cayo Lara son centralmente
políticos, de carencias de dirección y de incapacidad radical para
situarse en el territorio adecuado. El asunto es en muchos sentidos
dramático: una buena organización, solidamente implantada y con
referentes locales significativos, puede volverse políticamente
prescindible porque no ha tenido una estrategia adecuada.
¿Resulta creíble que aquellos que se han opuesto a la unidad popular
dirijan o tutelen el proceso de convergencia? ¿Tiene sentido que
aquellos que no asumen responsabilidades políticas vayan dando lecciones
de unidad y de pluralidad? Se trata de esto: IU ha sufrido una derrota
política y no organizativa; para salir de ella se requieren otros
fundamentos, otras prácticas y otros liderazgos, es decir, hace falta un
revulsivo nítido, una señal clara de que se ha rectificado, de que se
va en serio y hasta el final. Estamos hablando de meses, de pocos meses;
no hay tiempo para tacticismos.
La clave, a mi juicio, es organizar en torno a Podemos, desde la
autonomía de cada fuerza u organización, un bloque, un espacio político
electoral que permita construir una forma-movimiento capaz de
convertirse en alternativa al bipartidismo dominante; hacer una
propuesta que tenga como lema, referente e imaginario, el Sí se puede
que hemos ido proclamando desde el 15M, grito de los de abajo, que
expresa un desafío, una esperanza que debe convertirse en propuesta
política y en fórmula electoral. Partimos de la idea de que se trata de
una ocasión única y que su éxito o fracaso puede marcar el destino de
nuestros país durante muchos años
En mi opinión, para lograr esto haría falta, en primer lugar, un
discurso político claro que sintetice en propuestas concretas las
demandas, las aspiraciones de las mayorías sociales; en segundo lugar,
construir una alternativa electoral que tenga como base las
nacionalidades y comunidades autónomas; en tercer lugar —no será fácil—
desarrollar fórmulas de democracia participativa que impliquen a las
gentes más allá de la militancia partidaria como ha ocurrido en
diferentes lugares en éstas últimas elecciones; en cuarto lugar, buscar
alianzas programáticas con los movimientos sociales; y en quinto lugar,
un candidato o candidata que sea capaz de expresar estos anhelos y
esperanzas. Yo tengo mi propuesta.
Publicado en Cuarto Poder