Sigue
siendo difícil pero fatigosamente se abre camino. Es duro, durísimo si se me
apura, entenderlo y, sin embargo, es crucial
comprenderlo para situarse bien en el presente: el capitalismo que
emerge de y por la crisis es incompatible con los derechos, las libertades y
las aspiraciones de las gentes, de nuestra gentes, comunes y corrientes. La
novedad es radical y extremadamente negativa: el pasado no volverá y lo que
viene es mucho peor. No será fácil convertir esto en política.
Muchos
y muchas, casi todos se agarran al primer clavo, aunque sea ardiente, para
eludir esta cuestión central: toca ser radicales y es necesario volver a luchar
y hacerlo a fondo. Después de vivir en la maravillosa y consoladora etapa de endeudamiento para el
ladrillo (¡por fin ya somos como ellos!) despertamos y nos volvemos a encontrar
con la España de siempre: derecha pura y dura que expropia y privatiza,
libertades menguantes, involución social y, de nuevo, la emigración como
alternativa. Por si fuera poco, Rusia, también, de nuevo, culpable.
Definitivamente, el pasado que vuelve es el
que creímos que se había ido para siempre y que amenaza con convertirse
en nuestro futuro.
Cuando
decíamos esto no hace demasiados años las palabras de respuesta, dejo a un lado
los insultos, eran acusaciones de catastrofismo y de dogmatismo de nostálgicos de las crisis liberadoras de
la revolución. No seguiré mucho por este
lado. Lo sustantivo: la izquierda social y sindical no está a la altura de la
ofensiva del capital. En el reciente pasado de construcción pactada del capitalismo español se han desacumulado muchas fuerzas, se han
perdido dosis elevadas de tensión política y moral y, lo que es peor, se demostró
con mucha claridad que las reformas reformistas (eran eso y no otra cosa) son
reversibles, rápidamente reversibles.
Dicho de otro modo: la condición de las reformas, mientras que exista el
capitalismo, es la organización, el proyecto alternativo de sociedad y la
movilización social de las clases trabajadoras realmente existentes. Los
derechos solo se garantizan con poderes sociales activos y actuantes.
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Se
suele decir que vivimos una inquietante paz social en medio de una crisis
pavorosa. Es verdad solo en parte. Los poderes económicos fuertes, sabiamente
guiados y coordinados por eso que se llama la Troika, siguen a la ofensiva y
descaradamente practican la “lucha de clases desde arriba” contra los de abajo
sin equivocarse nunca: se trata de incrementar sustancialmente la tasa de
explotación como variable fundamental
para una salida capitalista de esta crisis. El guión se está cumpliendo
día a día, minuto a minuto.
El
problema está en las enormes carencias organizativas, en la falta de estrategia y en las debilísimas iniciativas
de las organizaciones sindicales y del movimiento social en su conjunto. No es
que no haya luchas o conflictos; No, este no es el debate; la verdadera
cuestión es que estas son respuestas
dramáticamente insuficientes para combatir
y frenar la ofensiva del capital. Se pueden y se deben analizar las causas
objetivas y subjetivas que explican la poca fuerza de las movilizaciones, su
temprano agotamiento, hasta sus limitaciones programáticas. Lo que asombra es la escasa reflexión
autocrítica de un pasado tan cercano y,
más allá, la definición del tipo de sindicalismo que hay que organizar y
practicar en el tipo de capitalismo español que se está configurando en y por
la crisis, parecería que se tiene la esperanza de que de una u otra forma se
pueda continuar con el tipo de sindicalismos que se hacía antes.
Las
marchas de la dignidad dicen mucho de la situación social existente y de los
enormes esfuerzos que se están realizando para dar una respuesta organizada a
la altura de los tiempos. Lo primero que hay que tener en cuenta, es que se
trata de un movimiento que se hace al margen de las organizaciones sindicales
mayoritarias y del conflicto laboral en sentido estricto. El en centro
está la “cuestión social” en sentido
amplio: desempleo, eliminación de los derechos sociales, pobreza, nueva
“cuestión juvenil”. Los protagonistas: sindicatos minoritarios, movimientos
sociales y colectivos políticos que conscientemente se sitúan en un segundo
plano porque saben que la politización más importante, aquí y ahora, es la que
surge de la acción y del sacrificio colectivo.
La
palabra dignidad da muchas pistas sobre la plataforma programática e ideal del
movimiento. En el centro una afirmación
fuerte: no somos mercancías somos personas con derechos y deberes sociales.
Puede parecer muy genérico hasta
moralista. No es así: el compromiso ético- político es siempre lo primero, la
señal inicial de que se opta por un modelo social basado en la igualdad, en los
derechos sociales para todos y todas y en un democracia, no es cosa menor,
comprometida con la calidad de vida de las mayorías sociales. Todas las demás
reivindicaciones (económicamente posibles, socialmente viables y moralmente
justas) se anudan a una dignidad que fácilmente se convierte en autoestima y en
orgullo de ser obrero creador de riqueza social.
El
otro asunto más sutil y menos evidente tiene que ver con la política. Se habla
mucho de que estamos viviendo un proceso de constituyente, es decir, que se
está cambiando para peor nuestra constitución sin contar con el pueblo
soberano. Esto es decisivo y sitúa la política en sentido fuerte en el centro
de la “cuestión social y de clase”. Unir de nuevo lo social y político,
fortalecer la democracia como autogobierno del pueblo, conseguir una
sociedad más justa e igualitaria significa situar en el centro el cambio político, la alternativa y no solo
la alternancia de un bipartidismo sin
hegemonía social, la regeneración y la recuperación de nuestras libertades
públicas y de los derechos sociales.
La
paradoja más visible del conflicto social y sindical es que se quiera
encorsetar la lucha de clases solo y principalmente en el territorio económico,
en un contexto caracterizado por una creciente involución social y un durísimo
autoritarismo del capital masivamente
impuesto por las afiladas armas de la política pura y dura. Esta puede ser la
señal de una nueva etapa: cada vez que
el movimiento obrero y sindical define
una estrategia socio-política no solo se convierte en actor principal de
la vida pública sino que disputa la hegemonía
al poder organizado del capital. Esto sí que sería un “nuevo inicio para
todos”.