Para entender lo que pasa aquí y ahora es necesario hacerse
siempre la siguiente pregunta: ¿cómo mandan los que no se presentan a las
elecciones? Es un viejo y siempre actual problema. Refleja la contradicción
orgánica entre la democracia y el capitalismo, es decir, entre un sistema
político que se fundamenta en la igualdad jurídico-formal de las personas
y una formación económico-social
organizada en base a una desigualdad estructural de poder, renta y riqueza entre
clases y grupos sociales. Las relaciones entre democracia y capitalismo han
sido siempre conflictuales y, periódicamente, ambas lógicas político-sociales
se hacen más antagónicas y contrapuestas, coincidiendo, no es casual, con
graves crisis económicas del capitalismo.
Volvamos a la pregunta: ¿cómo mandan los que no se presentan
a las elecciones? Si observamos con cuidado los tenedores de las “tarjetas
negras” de Bankia, ¿qué vemos? La cooptación de la entera clase política por
los poderes económicos. El instrumento fundamental: la corrupción. Lo que
asombra —aquí también hay clases— no es que la derecha política sea corrupta
(esto se sabe desde siempre: es una de sus características genéticas, por así
decirlo) sino que una parte significativa de la izquierda social y política se
deje atrapar en la madeja de intereses corporativos y en los conflictos de los
varios grupos de poder en el entorno del PP y lo haga por dinero, mucho, hasta
muchísimo para la gente normal, pero calderilla para los que mandan y no se
presentan a las elecciones.
El bipartidismo imperfecto (PP y PSOE más la burguesía vasca
y catalana) ha sido esencial. Los que mandan y no se presentan a las elecciones
necesitaban garantías de que sus intereses nunca serían cuestionados y
volvieron a lo de siempre: dos partidos
que se turnaban, en beneficio de los intereses generales de la oligarquía
dominante, garantizados, en último término, por su corrupta majestad el rey.
Como siempre, es decir, en las permanentes y, por ahora, inevitables
restauraciones borbónicas, la derecha lo
era de verdad; la izquierda era un sucedáneo, con el objetivo específico de
impedir el surgimiento y desarrollo de una izquierda verdadera.
Aquí deberíamos afinar y ver lo nuevo, lo singular, de la
corrupción en esta fase concreta. Se suele decir, se repite una y otra vez, que
siempre habrá corrupción, que es algo natural al ser humano y a la política. No
estoy de acuerdo: este tipo de capitalismo monopolista-financiero lleva en su
seno y necesita de la corrupción para mantenerse y desarrollarse. Esta es la
novedad. Se dirá que es el capitalismo en general, y seguramente es verdad,
pero hay que esforzarse en profundizar y en delimitar lo específico de la fase.
El neoliberalismo, capitalismo senil y depredador, sitúa en
su centro, en su modo normal de funcionamiento, la especulación, los negocios
fraudulentos, la información privilegiada, el expolio de lo público y el ataque
a los derechos económico-sociales. La frontera entre lo legal e ilegal
desaparece conforme se llega a la cúpula de los poderes económicos-financieros
y solo se hace evidente cuando se baja a la base de una sociedad, en el lugar
donde habitan, luchan y sufren los hombres y mujeres normales. La legalidad
aplicada contra las personas, contra las clases subalternas, de nuevo, “clases
peligrosas”.
No me gusta el término casta. ¿Por qué? Porque no anuda, no
engarza y no relaciona a los poderes económicos y mediáticos con la clase
política. Parecería que la corrupción es cosa de los políticos y solo de ellos.
¿Y los corruptores?, ¿dónde están?, ¿quiénes son?, y ¿para qué compran los
poderosos a los políticos? Todo esto desaparece y se pone el foco en los
representantes de los ciudadanos, ligando política con corrupción, libertades
públicas con expolio del Estado. Por esto prefiero el término trama,
precisamente, para poner de manifiesto que existe una relación subjetivamente
organizada y necesaria entre el poder del dinero y los políticos del régimen
bipartidista. Para que los gobiernos realicen y practiquen políticas contrarias
a los intereses mayoritarios tienen que ser corrompidos, anulados y sometidos.
Gobernar termina siendo, en la Unión Europea del euro, el arte para conspirar
contra los ciudadanos y formar parte de la antipolítica organizada desde la
cúspide del poder corporativo y mafioso de las finanzas.
Hay un juego perverso. Los poderosos someten a los
políticos. Los medios de comunicación, casi siempre controlados por los que
mandan y no se presentan a las elecciones, se hacen eco de los escándalos y
denuncian, con razón, a los representantes de los ciudadanos desde una lógica
que oculta las necesarias relaciones entre los corruptores poderes económicos y
sus subalternos políticos corrompidos. La ideología que se crea es del mayor
interés para la oligarquía: la política es corrupción, luego hay que dejársela
a los que viven de ella y el resto, la ciudadanía, a lo suyo, a aguantar y al
sálvese como se pueda. Abandonar lo colectivo, privatizar lo público y
renunciar a la emancipación social y política. Es el “no te metas en política”,
que nos aconsejaban nuestros padres, duramente escarmentados por el terror
franquista.
Los “neoliberales de todos los partidos” suelen insistir en
que los culpables de la corrupción son los políticos y que su origen está en
que el Estado interviene mucho y tiene demasiado poder. Su receta es conocida: más liberalizaciones,
más privatizaciones, más desregulaciones. Lo más significativo del asunto es
que a más predominio de los grupos de poder económicos, más corrupción, más
degradación de la sociedad civil, mayor concentración de renta y riqueza, mayor
fuerza de los oligopolios y prostitución del mercado como institución social.
El país necesita una revolución democrática que haga real y
efectivo lo que dicen las Constituciones: que el poder reside en la soberanía
popular. No será fácil, pero la revolución, para ser realmente democrática,
tiene que romper con la trama oligárquica que gobierna de facto nuestro
presente y controla e impide nuestro futuro como personas libres e iguales.
Esto también depende de nosotros: hacer lo necesario posible y diseñar un
futuro con sentido para los hombres y mujeres de carne y hueso.
Manolo Monereo