(Para Santiago Fernández Vecilla, la conexión zamorana)
“Déjame que, con vieja sabiduría, diga: a pesar, a pesar de todos los pesares
y aunque sea muy doloroso, y aunque sea a veces inmunda, siempre, siempre,
la más honda verdad es la alegría. La que de un río turbio hace aguas limpias…”
Claudio Rodrígue
Está siendo muy difícil vivir sin
Paco. Son ya tres años sin él. Se le echa de menos. Tenerlo ahí,
al lado, sabiendo que siempre, siempre, estaba disponible para
conversar, para dar opiniones serias y fundadas, combinando mesura,
buen juicio y radicalidad analítica. Sobre todo, calidez, afecto
concentrado y por ello, contenido, que lo convertía en la fortaleza
de una amistad sobria y profunda. Uno, con Paco, siempre sabía a que
atenerse; estaba ahí, al lado, ayudando, sin que se notara,
haciéndose hábito.
Así lo viví por más de treinta años.
Era, para muchos de nosotros, un referente político, filosófico y,
sobre todo, moral. Había conseguido una especie de “geografía de
los afectos”: estar muy cerca, hacértelo sentir, y a la vez
distante, próximo y lejano. Quizás esa era la sabiduría que fue
adquiriendo con la edad, con las decepciones, con el estudio y con la
reflexión del poeta que llevaba adentro. Sí, poeta, y razonar como
tal. La razón moral funciona mejor usando el sentimiento
esclarecido, la pasión razonada que era, lo repitió muchas veces,
el modo en que entendió siempre la incansable tarea, la milenaria
lucha por la emancipación de las mujeres y hombres del mal social
del dominio y la explotación.
Era seguridad, dentro de un cierto
orden. A muchos jóvenes que no lo conocieron o lo vieron de lejos
les puede parecer algo oscuro que una persona mayor, hasta muy mayor,
como yo, diga de otra persona, de parecida edad, que le ofrecía
seguridad. Ser referente es eso, la seguridad que nos da una posición
sólida, fundada, diáfana, anclada en el tiempo y en el espacio,
como los astros que iluminaban el navegar de los marineros intrépidos
por los procelosos mares de la vida vivida, comprometida siempre con
personas e ideas. Muchas se acordarán de la vieja metáfora de Otto
Neurath que tanto le gustaba repetir: “somos como los hijos de la
mar”. Siempre iba en serio y hasta el final.
Qué pensaría de nuestro país hoy;
cómo interpretaría hechos tan dramáticos como los de Grecia, la
guerra de Ucrania o las variadas derivas de los procesos
emancipatorios latinoamericanos. Cataluña y la propia existencia de
eso que se llamó España, cuando la Unión Europea enseña su peor
lado. Hablando con él, insisto, disponible siempre, te formabas
opinión, riqueza de juicio y punto de vista. Podías estar de
acuerdo o no, pero las cosas que decía importaban, ayudaban, daban
pistas sensatas y juiciosas. Mesura radical.
Un mes antes de su muerte, quizás
menos —Jordi Mir estaba con él, creo—, me llamó Julio Anguita y
me preguntó si Paco estaba enfermo. Le dije que sí, que estaba muy
enfermo. Me lo preguntaba porque tenía delante a una persona que se
parecía mucho a él. Eso sí, estaba más demacrado y envejecido.
Anguita, siempre tímido, me dijo: ¿Qué hago? Fácil, te acercas a
él y lo saludas. Así lo hizo y fue un momento extraordinario para
los dos. Paco, fue su último mensaje, me escribió y me dijo:
después de muchos años he vuelto a ver a Julio Anguita: ¿será una
premonición? Premonición ¿De qué? ¿De la muerte por llegar? ¿De
la vida recobrada? Nunca lo sabré.
Paco, nuestro Paco Fernández Buey,
vive, en sus escritos, en su excelente castellano y en su dicción
serena y clara. Vive porque los que lo quisimos seguimos añorándolo
y pensando en él, con él y desde él. Porque tiene a Salvador López
Arnal, el mejor de nosotros, que seguirá luchando por su obra,
engarzando pasado y futuro y Miguel Riera publicándolo. Así somos.
Nuestro mundo, definitivamente, fue mejor con él.
Manolo Monereo. A 14 de Agosto de 2015.
En Arenas de San Pedro, Ávila.
En el centenario de Teresa de Jesús.