Alexis Tsipras, durante una sesión en el Parlamento griego. / Efe |
Ellos, los que mandan, nunca se
equivocan. Aciertan casi siempre. Su especialidad es cooptar,
integrar, domar a los rebeldes para asegurar que el poder de los que
mandan de verdad y no se presentan a las elecciones se perpetúe y se
reproduzca. El transformismo es eso: instrumento para ampliar la
clase política dominante con los rebeldes, con los revolucionarios,
asumiendo algunas de sus reivindicaciones a cambio de neutralizar y
dividir a las clases subalternas. La clave es esta: para conseguir
que el sujeto popular sea no solo vencido sino derrotado, es
necesario cooptar a sus jefes, a sus dirigentes. Con ello se bloquea
la esperanza, se promueve el pesimismo y se demuestra que, al final,
todos son iguales, todos tienen un precio y que no hay alternativa a
lo existente. La organización planificada de la resignación.
Con Tsipras no ha sido fácil. Era un
reformista sincero y, además, un europeísta convencido, de los que
pensaban que se podrían conseguir concesiones de los socios
europeos; que a estos se les podría convencer de que las políticas
de austeridad no solo eran injustas sino profundamente ineficaces y
que para poder pagar la deuda se deberían incentivar un conjunto de
políticas diferentes que relanzaran la economía, que solucionaran
la catástrofe humanitaria que vivía el país y que hicieran
compatible la soberanía popular con la pertenencia a la UE.
Varoufakis ha sido la cara y los ojos de esta estrategia negociadora
que él, en algún momento, ha definido como kantiana, es decir,
basada en la razón y en la búsqueda del interés común.
La historia es conocida. Hoy sabemos
que esa estrategia ha sido un rotundo fracaso: no se consiguió nunca
dividir a los Estados europeos más poderosos y el dominio alemán
fue claro y definitorio desde el comienzo. Todo esto lo sabemos por
el propio Varoufakis, que ha ido relatando este auténtico “vía
crucis” que nunca implicó realmente una negociación y que, desde
el primer momento, fue un chantaje en toda regla del tipo “lo tomas
o lo dejas” y, mientras, la presión sostenida y permanente del BCE
agotando la liquidez y las instituciones europeas negando los
créditos.
Dieciocho contra uno. Así ha sido este
proceso, que tenía tres objetivos fundamentales. El primero,
combatir el malísimo precedente griego en un sentido claro y
rotundo: los países endeudados del Sur no pueden tener otras
políticas económicas que las dictadas por la Troika. En segundo
lugar, apoyar firmemente a los gobiernos de la derecha y de la
socialdemocracia que, de una u otra manera, en uno u otro momento, se
plegaron a las políticas impuestas por el Estado alemán; estos
partidos siguen siendo absolutamente necesarios para garantizar las
políticas neoliberales dominantes y bajo ningún concepto se les
puede dejar caer, máxime cuando emergen fuerzas alternativas, de eso
que la UE y los gobiernos de turno llaman populismo. El tercero, el
mensaje real que se manda a las poblaciones, sobre todo del Sur, es
que ésta UE, sus políticas y sus relaciones reales de poder, no
tienen alternativa. Lo que queda es la estrategia del miedo: o se
aceptan estas políticas o se producirá el caos y la catástrofe
económica y social de la salida del euro.
En muchos sentidos, el caso griego es
bastante excepcional. Grecia es un viejo-joven país con una honda
tradición político-cultural, con una fuerte identidad como pueblo y
con un gran sentido patriótico. Se había ido produciendo en éstos
años una simbiosis, una nueva relación entre la defensa de los
derechos sociales, la independencia nacional y de la unidad de una
gran parte del pueblo en torno al apoyo a las clases trabajadoras, a
los pobres y a los jóvenes que estaban viviendo una grave regresión
en sus condiciones de vida y de trabajo. Todo esto terminó
identificándose con dos nombres: Syriza y Tsipras. El ejemplo más
claro de esto fue la victoria en el referéndum en un país, no se
debería olvidar, que estaba viviendo un “corralito”, con
amenazas constantes de las “autoridades europeas” y con unos
medios de comunicación masivamente partidario del “sí”.
Que al final fuese Tsipras el eslabón
más débil de la cadena obliga a pensar las cosas a fondo. Lo
primero, la enorme capacidad de presión de la Troika, en un sentido
muy preciso y que se olvida con mucha frecuencia: lo que existe es
una alianza estratégica entre las instituciones europeas y los
poderes económicos dominantes de cada país que el Estado alemán
garantiza. Para decirlo con mayor precisión: las clases
económicamente dominantes están de acuerdo con ésta Europa que es
la UE y con el papel que se asigna a estos países en la división
del trabajo que se está definiendo en y desde la crisis. En segundo
lugar, lo que Tsipras y la derecha de Syriza expresan es una posición
ideológica que no siempre se consigue identificar y que, al final,
se ha convertido en una enorme debilidad. Me refiero a eso que se ha
llamado europeísmo. Reformismo socialdemócrata y europeísmo han
estado íntimamente relacionados. Se podría decir que la bandera del
europeísmo sirvió para camuflar la crisis del proyecto
socialdemócrata sobre tres ideas básicas: que la UE era la única
construcción posible de Europa; que la UE es un bien en sí,
independientemente del conflicto social y de la distribución del
poder entre Estados y clases; y que el Estado-nación se había
convertido en una antigualla que necesariamente había que superar en
el proceso de integración europea.
La inexistencia de un plan B en el
proceso negociador tiene que ver, a mi juicio, con la posición
política que he intentado definir. Se demostró que para Tsipras era
inimaginable una Grecia fuera del euro, fuera de las instituciones de
la UE, aunque eso significase la ruina económica de su país,
continuar con la degradación de las condiciones sociales de la
mayoría de la población y la aceptación de que el Estado griego
es, de hecho, un protectorado de los países acreedores.
La Troika ha conseguido claramente sus
objetivos. Las políticas que ha venido realizando Tsipras y su
gobierno tras su capitulación (así lo ha definido Varoufakis) nos
impiden ser optimistas. La hoja de ruta aprobada por las
instituciones europeas la están cumpliendo a rajatabla, a veces da
la sensación de que se realiza con el “furor del converso”. Hay
datos que nos llevan a pensar que el asunto irá a peor. Tsipras
sabía mejor que nadie que no estaba garantizada su mayoría en el
próximo congreso de Syriza. La convocatoria de nuevas elecciones no
tiene nada de heroico. Sabedor de que las cosas en su partido estaban
difíciles para él, convoca elecciones generales para conseguir tres
cosas a la vez: garantizarse las siglas, propiciar la ruptura de
Syriza huyendo del debate democrático y del posible cuestionamiento
de su liderazgo y, por último, buscar el respaldo popular antes de
que se empiecen a notar los efectos económicos y sociales de las
políticas de austeridad impuestas por la troika y aceptadas por la
mayoría del parlamento griego.
Seguramente Tsipras ganará, pero su
partido habrá ya cambiado de naturaleza y el movimiento popular y
democrático se dividirá por mucho tiempo. Nada será igual.
Reconstruir desde abajo la alternativa después de la derrota
requerirá tiempo, inteligencia y un compromiso moral especialmente
fuerte. Tsipras ahora es valiente, responsable y realista y los
otros, sus amigos y camaradas de ayer, populistas, maximalistas y
euroescépticos. Los que mandan ganan una vez más: ¿aprenderemos en
cabeza ajena?, mejor, ¿en país ajeno? La vida dirá.
Publicado en Cuarto Poder:http://www.cuartopoder.es/cartaalamauta/2015/08/23/alexis-tsipras-el-transformismo-como-instrumento-para-derrotar-al-sujeto-popular/104