Para Moreno Pasquinelli
“Si la Unión Europea es incapaz de ayudar a
los países de una manera verdaderamente
colegiada y asociativa, debería proceder a
desmantelar la inviable unión monetaria y
empezar un nuevo proceso de integración
más creíble”. Oskar Lafontaine, 2015.
los países de una manera verdaderamente
colegiada y asociativa, debería proceder a
desmantelar la inviable unión monetaria y
empezar un nuevo proceso de integración
más creíble”. Oskar Lafontaine, 2015.
En unos días, la editorial El Viejo Topo publicará el polémico ensayo de Jean Luc Mélenchon ‘El
arenque de Bismarck (El veneno alemán)’. El conocido dirigente de la
izquierda francesa no tiene ningún problema en denominarlo panfleto,
tampoco oculta la motivación última del mismo: denunciar el
“tratamiento” que la Troika, en general, y Alemania, en particular,
están aplicando a la Grecia de Syriza. Hoy sabemos que las cosas han ido
a peor y que los poderes de la Unión consiguieron que Tsipras
capitulara. Una tragedia, no solo griega.
La indignación ha dado paso a una rabia contenida y pareciera,
esperemos, que se abre paso una crítica más de fondo de este sistema de
dominación que ha devenido la Europa alemana. Poner fin, en definitiva, a
un debate prohibido que impide discutir a fondo sobre la Unión Europea
(su naturaleza política y de clase; su papel geopolítico o sus
relaciones con los EEUU, OTAN mediante) y sobre el papel del Estado
alemán. Ambas cosas están íntimamente unidas y ya no se pueden separar.
Quizás merecería la pena resaltar, antes de continuar, que el
ensayo-panfleto de Mélenchon cabe enmarcarlo en una discusión más
amplia, especialmente rica y estimulante, que se ha venido dando en la
‘decadente’ Francia desde hace años. Los nombre son conocidos, Chevènement, Sapir, Cassen, Lordon, Todd,…
todos ellos, desde sus diferencias, se caracterizan por una crítica
seria y cada vez más argumentada contra la Unión Europea, desde la
defensa del Estado nacional republicano y, más allá, por la impugnación
del proyecto globalitario que tiene en su centro el dominio imperial de
los EEUU.
El panfleto-ensayo de Mélenchon tiene un objetivo claro, presentar la
“otra cara” de un país que los medios no quieren difundir, intentado
mostrar que el tan nombrado “modelo alemán” no tiene nada de envidiable;
que oculta una sociedad envejecida, crecientemente marcada por las
desigualdades sociales; unas relaciones laborales y sindicales cada vez
más degradadas, donde la precariedad se generaliza y los salarios se
reducen para una parte significativa de la fuerza de trabajo; el
deterioro ecológico-social crece, con un insano y contaminante sistema
agro-alimentario, férreamente controlado por las grandes empresas de
distribución de bajo costo y el dominio, tradicional en la historia
alemana, de la industria química; todo ello, al servicio de un patrón de
crecimiento basado, lo ha denominado así Lafontaine, en un nacionalismo exportador, desde una explícita estrategia neo-mercantilista.
No se trata, aquí y ahora, de comentar los diversos aspectos del
ensayo-panfleto que el socialista francés va enhebrando en su lúcida
crítica de la Alemania de Merkel; tan solo, poner el acento en aquellos
datos, que, de una u otra forma, tienen que ver con el modo en que el
país teutón ejerce su dominio en la UE y que explican el contenido
último de sus políticas. Mélenchon destaca, creo que es el centro de su
escrito, en la reunificación alemana y en lo que él llama el “método” de
anexión, lo que pudiéramos llamar los antecedentes necesarios para
entender cómo y para quién manda Alemania.
Lo primero que hay que señalar es que el Estado alemán, su clase
política, sus gobernantes de ayer y de hoy –son prácticamente los
mismos– saben muy bien qué significa aplicar en lo concreto y real la
unión monetaria y económica a un territorio desigual, más débil y
diferenciado: me refiero a la antigua República Democrática Alemana. El
asunto es conocido y la palabra anexión explica con bastante precisión
lo ocurrido. Un entero país, una sociedad, una economía y una cultura
fueron destruidas, por así decirlo, en un abrir y cerrar de ojos. La
‘doctrina del shock’ fue sistemáticamente aplicada: privatizaciones,
cierre de empresas, entrega de latifundios, puesta en venta del
patrimonio público y ‘limpieza política’ de las instituciones y aparatos
del Estado, empezando por las universidades. Las consecuencias: paro,
emigración, incremento brutal de las desigualdades y degradación de los
derechos sociales y laborales, especialmente para las mujeres.
¿Los beneficiarios? las grandes empresas financieras y las grandes
corporaciones industriales que, de pronto, se encontraron con 16 nuevos
millones de consumidores, una mano de obra cualifica y disciplinada, y,
lo que fue más importante, heredaron un amplio conjunto de contactos,
redes y relaciones que las empresas de la RDA tenían con el antiguo
campo socialista. No se debe olvidar que la ‘otra’ Alemania exportaba la
mitad de su producto y que era, con mucho, el país más desarrollado de
ese mundo. La ‘colonización’ del centro y del este de Europa comenzó con
la anexión y, como dice Mélenchon, fue el descubrimiento de un
‘método’.
Como suele ocurrir, el incremento sustancial de los beneficios de las
grandes empresas tuvo un coste económico, social y territorial enorme,
que fue pronto ‘socializado’ por y desde el Estado. Las cifras varían.
Se calcula que la ‘operación anexión’ costó al erario público en torno a
2 billones de euros y, lo que es peor, 25 años después las heridas
causadas aún siguen abiertas y una parte importante de la población de
la ‘otra’ Alemania continúa sin sentirse incluida en una común patria.
Efectivamente, las clases dirigentes germanas sí saben lo que significa
la unión económica y monetaria con un territorio más atrasado y débil;
también saben su enorme costo. Ahora no está dispuesta a pagarlo con los
países del sur, con los países orientales de la UE.
Hoy se olvida, pero la todopoderosa Alemania, felizmente reunificada e
integrada en la OTAN, fue durante años ‘la enferma’ de Europa,
incumplió sistemáticamente los criterios de convergencia aprobados en
Maastricht y favoreció el laxismo monetario del BCE, por intereses
propios, que ayudó a cebar las burbujas financiero-inmobiliarias de
Grecia, España e Irlanda. El gobierno de Tsipras habría
necesitado tanta compresión, tanta prudencia como sus homólogos
germanos. La ley nunca es igual para todos cuando hay por medios poderes
y Estados desiguales, cuando quien manda ha construido unas reglas de
juego que siempre le benefician.
Hay momentos en que los poderes necesitan urgentemente un
socialdemócrata audaz, valiente, que no le tiemble el pulso ante los
sindicatos, que desafíe a sus bases partidarias y que haga lo que la
pusilánime derecha no se atrevió a realizar, precisamente, porque este
político de altura casi siempre lo impedía desde la oposición. Ya se
sabe, los programas están para no ser cumplidos y las promesas se las
lleva el viento de la responsabilidad: los que mandan, mandan, y lo
mejor es no oponerse y encabezar la manifestación. Ese hombre apareció: Gerhard Schröder. Su propuesta: la ‘Agenda 2010’.
Es necesario entender bien este paso en el razonamiento que articula
Mélenchon. La ‘Agenda 2010’ hay que verla como una estrategia de las
clases dirigentes alemanas para organizar su modelo de crecimiento en
torno a las exportaciones. Para eso era necesaria una devaluación
salarial sustancial, reduciendo el papel de los sindicatos y debilitando
la capacidad contractual de los trabajadores. La anexión ayudó mucho a
este objetivo y justificó la necesidad de (contra) reformas
estructurales. La cuestión es conocida y durante años el crecimiento
alemán se basó en la represión salarial, la reducción de las
prestaciones sociales y el debilitamiento del Estado social. La
precariedad laboral fue fomentada desde el propio poder y, como antes se
indicó, las desigualdades sociales y la pobreza se incrementaron.
Alemania practicaba el dumping social para impulsar aún más la competitividad de su economía.
Cuando la señora Merkel habla de que ellos ya hicieron los deberes se
refiere a esto, convertir la devaluación salarial en un mecanismo de
ajuste permanente que compense las diferencias de productividad entre
las desiguales economías. El problema que la dirigente alemana no dice
es que el modelo alemán solo es aplicable cuando lo realiza el Estado
económicamente relevante; cuando todos lo hacen a la vez, el modelo no
funciona. En lo concreto, la estrategia neomercantilista aplicada se
basa en ‘arruinar al vecino’ y es incompatible con cualquier proceso de
integración supranacional. Nada explica mejor esto, como la crisis ha
puesto de manifiesto, que un conjunto de políticas realizadas haya
provocado la consolidación de un centro cada vez más rico y poderoso
especializado en exportar mercancías e importar capitales y una
periferia importadora y crecientemente deudora.
Se puede ver que utilizo con mucha frecuencia el término Estado
alemán. Lo que quiero subrayar con esto es que existe un Estado, el
alemán, que expresa una matriz de poder y de clase, que organiza unas
determinadas políticas de alianzas sociales internas que, por ejemplo,
hace que hoy gobiernen socialdemócratas y democristianos y que una parte
considerable de los sindicatos apoyen las políticas que vienen de este
gobierno de coalición. Estamos hablando de un Estado que define
intereses nacionales, que tiene una estrategia no cooperativa con los
demás Estados y que concibe la UE como un gran mercado para el
desarrollo de las grandes empresas alemanas.
Cuando se emplea el mantra de que, en el proceso de integración
europea, los Estados tienden a perder influencia y poder, se dice solo
una parte de la verdad, peor, una media verdad. Lo que se reduce,
planificadamente, es la soberanía económica de los Estados, eso que se
llamó, en varios sentidos, el Estado Social. Pero esto, que es de
carácter general, es decir, para los otros países, no cabe aplicarlo al
Estado alemán, éste sigue siendo un imponente aparato de poder, que
organiza a las clases dominantes, regula la economía y la sociedad,
define la ‘gran estrategia’ de inserción en la UE y en el mundo,
contribuye con éxito a articular el consenso de las clases subalternas
y, sobre todo, que no admite ni admitirá que se cree un poder soberano
que decida sobre el destino de su nación, sobre el destino de su pueblo.
Aquí terminan los sueños del federalismo europeo: no habrá algo
parecido a los Estados Unidos de Europa. Más Europa será más dominio y
más control del Estado Alemán. Así es el sistema de poder que la UE
institucionaliza y aplica; lo demás, literatura de evasión.
Lo único que espero con este comentario es incentivar la lectura de
un ensayo-panfleto, irreverente y contra corriente que debería suscitar
debate, polémica, en una cuestión en la que todas y todos nos jugamos
mucho. Buena lectura.
Publicado en Cuarto Poder: http://www.cuartopoder.es/cartaalamauta/2015/09/01/melenchon-contra-merkel-el-estado-aleman-viene-para-mandar/112
Publicado en Cuarto Poder: http://www.cuartopoder.es/cartaalamauta/2015/09/01/melenchon-contra-merkel-el-estado-aleman-viene-para-mandar/112