Grecia ya es un país normal. Las
elecciones han sido las normales. La campaña ha sido la normal, sin
injerencias externas; las pocas, favorables. El clima político, el
normal, una mezcla contradictoria, entre la resignación y el “no
ha podido ser”. La abstención, la normal, es decir, creciendo y
mucho, no es bueno que la política provoque pasiones —los
terribles populismos, tan dañinos para la estabilidad—, esta debe
ser razonablemente aburrida y lejana. No ha habido polarización
real, solo lucha por la alternancia entre la buena derecha y, ahora,
la buena izquierda. Los medios han jugado a lo normal, escorándose a
la derecha, pero sabedores —las encuestas estaban ahí— de que
Tsipras podía volver a ganar; sin pasarse, pues; lo más neutrales
posible. Todo normal, Grecia, gracias a Tsipras, ha sido normalizada
y los griegos han aceptado la derrota como inevitable, al menos, por
ahora.
¿Qué se elegía realmente en estas
elecciones? Quién y cómo se iba a gestionar el programa de la
troika, porque de eso se trataba y de eso se trata. Los hombres de
negro hace tiempo que volvieron a Grecia y tienen acceso directo a
las estadísticas públicas. Como comisarios políticos que son de la
troika, tienen que discutir con los funcionarios griegos, cada punto,
cada ley, cada decreto administrativo, cada resolución. La Grecia
normalizada, la Grecia domesticada, va a aplicar ahora,
democráticamente legitimado, el programa dictado por los enemigos
del pueblo griego.
Algunos me han criticado por hablar de
transformismo al referirme a Tsipras. Ahora, con su gloriosa
victoria, se ve con claridad lo que realmente significa el término
que tan profusamente emplearon los padres de la ciencia política
italiana y que Antonio Gramsci hizo suyo: los enemigos de la troika,
los mismos que ganaron credibilidad y prestigio enfrentándose a
ella, aplicarán ahora su programa, un programa que Syriza
calificaba, no hace mucho tiempo, de austericida. Se trata de una
victoria completa de los que mandan hoy en Europa, en íntima y
natural alianza con la oligarquía de ese país. Es hegemonía de la
buena, de la que crea consenso, de la que dura en el tiempo:
hegemonía acorazada de coerción.
Ahora todo el mundo es de Tsipras, la
normalidad nos acecha. Cuando se habla del realismo de Tsipras, de su
pragmatismo, hasta de su valentía por aceptar la realidad tal como
es, es decir, inmodificable, inmutable, incambiable, se olvida que
todo el enorme capital político acumulado por Syriza se hizo
defendiendo un proyecto que tenía en su centro la reivindicación de
la soberanía popular, la salida urgente de la austeridad y el
respeto por los derechos sociales de las mayorías. Con este
proyecto, con un líder joven con fama de sincero y con una
movilización social imponente, Syriza derrotó a la derecha y
aniquiló al Pasok. Cuando se mira sólo el final de la película y
se intentan sacar lecciones de la experiencia griega, no se debería
olvidar que los pragmáticos de hoy fueron antes irrealistas,
utópicos y, sobre todo, rebeldes que no aceptaron las reglas del
bipartidismo dominante; que hicieron de la insubordinación moral y
política un poderoso instrumento contra una casta que vendía el
país al por mayor, que, en definitiva, construyeron la esperanza de
un pueblo y reconciliaron la democracia con la justicia, con los
derechos de las mayorías, con la soberanía del país. Hoy, esta
fuerza política ha sido normalizada, domesticada y convertida en la
mano izquierda de los que mandan y no se presentan a las elecciones.
François Hollande lo ha dicho con
mucha claridad, la victoria de Tsipras tendrá una gran influencia en
la izquierda europea. Claro que sí, en esto tampoco se equivoca el
también pragmático y realista presidente francés. El mensaje es
claro y la Grecia normalizada lo prueba: no son posibles programas de
izquierda en esta Europa alemana del euro. Lo que realmente tienen
que hacer las poblaciones y una clase política responsable es
defender propuestas compatibles con Bruselas, con las sabias y
ponderadas propuestas de la incomprendida troika y, más allá, de la
buena señora Merkel. Si no es así, si siguen apostando
irresponsablemente por los populismos, serán penalizadas, serán
castigadas, después de un largo proceso de criminalización y de
desprecio.
Este mensaje es de masas. Estará en el
centro de nuestras próximas elecciones. Un conocido dirigente de la
izquierda española ha dicho, hace pocos días, que estas cosas
ocurren porque se hacen propuestas que no se pueden realizar,
propuestas irrealistas, inaplicables dada la correlación de fuerzas.
La consecuencia lógica de esto es también clara y distinta: hay que
hacer programas compatibles con la troika o que al menos respeten sus
“líneas rojas”, solo esos se pueden realizar. Esto tiene, al
menos, dos problemas: 1) que el capitalismo monopolista-financiero
dominante —la troika es su expresión política— exige, en su
normal y cotidiano funcionamiento hoy, sacrificios humanos en
derechos, en libertades, en condiciones de vida y de trabajo,
incompatibles con cualquier tipo de reformismo fuerte o débil; 2)
que en España existe ya un partido capaz de realizar estos gloriosos
y realistas cometidos sin necesidad de grandes mutaciones ni de
grandes esfuerzos programáticos o de imagen: el Partido Socialista
Obrero Español.
Los que están de vuelta sin haber ido
a parte alguna empiezan a defender aquello de que al final nada
pasará y que los que mandan lo seguirán haciendo sin grandes
complicaciones. La vida es lucha y lo de Grecia nos dice que nuestras
clases dirigentes tienen mucho poder. Se puede continuar con aquello
de quien construye en el pueblo construye sobre el barro y que no hay
más cera que la que arde. Cambiar la sociedad en un sentido
democrático e igualitario nunca fue fácil. Algunos venimos de una
tradición que partía de una afirmación audaz: conocer el mundo
para transformarlo. Ese mundo, la realidad, era contradictoria,
contenía pliegues diversos y muchas veces antagónicos. La “realidad
de lo real” no es única y apunta a varias direcciones posibles.
Hay realistas irreales, por así decirlo, y realistas reales. Bertolt
Brecht, en el Me-ti, llamó a estos últimos dialécticos. Una cosa
es segura: la normalidad de nuestros “realistas” nos mata.