Discutir con un compañero como Ferrán
Gallego (FG) es siempre una oportunidad para ir más allá de la“política politicista”, de la respuesta coyuntural a una agenda
casi siempre marcada por el adversario, de un día a día que absorbe
las mejores energías y que carcome el discurso alternativo, en
definitiva, una invitación para pensar en grande. Esto obliga a
situarse bien en la fase concreta, sin olvidar el ciclo largo de una
historia que no comenzó ayer y que nos marca y nos marcará
definitivamente durante décadas. No se debe olvidar que FG, es,
sobre todo, un historiador competente, especialista, entre otras
muchas cosas, en los diversos fascismos y en los varios populismos
conocidos, desde su temprana tesis doctoral sobre los militares de
izquierda en Bolivia.
Hablo de discutir, de discurrir con un
compañero con el que creo estar de acuerdo en cosas sustanciales del
presente, de nuestro presente colectivo como país y pueblo. Quisiera
discutir sobre varios asuntos: a) la Grecia de Syriza; b) la
naturaleza de la Unión Europea; c) el Estado alemán; y d) la vieja
y nueva cuestión del Estado-Nación, ligada a la soberanía popular
y a la democracia republicana.
Lo de Grecia duele y seguirá doliendo,
es más, me temo que veremos cosas peores muy pronto. FG señala el
centro del asunto: aceptar que hay un limite sistémico que los
Estados, los pueblos, no pueden superar, es decir, interiorizar,
convertir en política que la soberanía popular y la independencia
nacional tiene que someterse a la dictadura de los acreedores
organizados por los poderes de la Unión y garantizados por la “gran
Coalición” que gobierna el Estado alemán. FG dice también en
esto lo que hay que decir: una cosa es ser derrotado y otra cosa muy
diferente es asumirlo y, sobre todo, hacer la política del
adversario, del enemigo de clase.
Aquí conviene hacer una pequeña nota.
Para justificar lo injustificable, a mi juicio, se suele decir que
Tsipras está ganando tiempo, está creando condiciones, por así
decirlo, para una superación futura de la derrota. Se subestima, en
primer lugar, que el gobierno griego está aplicando un nuevo
memorándum: ¿eso qué significa? Que están privatizando los
sectores más significativos del patrimonio público, demoliendo lo
que queda del Estado social, desregulando hasta el final los derechos
laborales y sindicales, desintegrando la sociedad y liquidando las
instituciones básicas del gobierno. Para decirlo de otro modo: están
realizando el programa neoliberal. Esto es decisivo, la clave de este
programa −que le hace materialmente (contra) revolucionario− es
su voluntad de permanencia, en un sentido preciso: que los gobiernos
que vengan detrás nunca puedan cambiar el modelo creado.
El otro asunto, en segundo lugar, es
que el partido Syriza en este proceso habrá cambiado de naturaleza.
Creo que el partido de Tsipras ganará las elecciones y que la Unidad
Popular no sacará un resultado demasiado brillante. Esta es la gran
victoria de los que mandan: matar la esperanza, obligar a escoger
entre lo malo y lo peor, convertir la democracia en un juego con las
cartas marcadas, desligar la política de la transformación social.
Todo ganancias, pues.
FG señala un dato que nos va a servir
de “hilo rojo” en este escrito, la clave de lo que fue el efecto
Syriza, volver a situar en el centro de la vida pública la soberanía
popular, el Estado nacional y la democracia en un sentido fuerte,
entendida como elección entre modelos de sociedad y organización
del poder. No fue poco, de ahí que la capitulación de Tsipras haya
tenido consecuencias tan negativas; de ahí, también, que la
victoria para los poderosos haya sido tan importante, tan decisiva,
mandando una aviso claro y rotundo: los hombres y mujeres, la
ciudadanía, nada vale, nada cuenta, frente al poder real de los
bancos, de los acreedores, de los Estados ricos, de Alemania. La
desmoralización organizada y programada.
La “cuestión alemana” y la
naturaleza de la UE van de la mano. Aquí tampoco se equivoca FG. Lo
que hay detrás del proceso de integración no es otra cosa que “la
destrucción de la soberanía popular y la demolición de los
Estados”. Aquí aparece, nuestro historiador lo sabe muy bien, lo
que ha sido una de las últimas trincheras de la socialdemocracia, el
llamado y nunca bien concretado federalismo europeo. La ideología
europeísta tiene aquí su fundamento básico: construir paso a paso,
de crisis en crisis, un espacio económico, político y cultural que
nos conduzca a los Estados Unidos de Europa. Cada tratado, cada
directiva o resolución que ceda soberanía de los Estados a ‘Europa’
es vista como una señal en la buena dirección, un avance en el
necesario e irreversible camino de la Unidad. Poco importa que dicho
proceso se haga fortaleciendo el poder de organismos e instituciones
esencialmente no democráticas. Tampoco parece demasiado relevante
que los principios neoliberales y sus políticas sean
constitucionalizados, que el Estado social sea sistemáticamente
demolido y que la UE se rompa entre un centro cada vez más poderoso
y una periferia sur económicamente dependiente y políticamente
subalterna, devenida progresivamente en protectorado; son, se insiste
una y otra vez, los costes necesarios que hay que pagar por la unidad
europea.
Ferrán Gallego, afirma con todo
claridad que “La cacareada ‘nueva soberanía’ desplegada hacia
arriba, hacia la constitución de una sola representación de un solo
pueblo europeo en instituciones transnacionales es un fraude, cuya
mezquina y decidida voluntad ha sido siempre la de destruir los
espacios políticos que podían ofrecer márgenes de maniobra para la
protección de los derechos sociales y para la obtención de espacios
de movilización y representación de los sectores subalternos”. Lo
que hay en el trasfondo, él lo sabe muy bien, es una viejo proyecto
de Von Hayek: impulsar una variante del “federalismo económico”
que sustraiga a la soberanía popular, a la ciudadanía
democráticamente organizada, el control sobre la política fiscal y
monetaria, impida la regulación del mercado y prohíba la
intervención directa del Estado en el conjunto de la actividad
económica y empresarial.
El otro lado de la cuestión es también
evidente: impedir el ‘Leviatán’ de los Estados Unidos de Europa,
es decir, de un súper Estado que pueda ser “politizado” por las
poblaciones y caer en la tentación de las democracias plebeyas de
controlar con mano firme la economía. Lo que se construye realmente
es un ‘federalismo económico’ fuertemente autoritario,
políticamente centralizador, al servicio de los poderes económicos.
Lo nuevo es que las durísimas políticas de austeridad y la cuestión
griega lo han hecho visible para las mayorías, especialmente, las de
la periferia sur.
El tema central sigue siendo el Estado
alemán. Casi todo el mundo lo sabe ya: la señora Merkel −al
frente de la Gran Coalición de democristianos y socialdemócratas−
es la que realmente manda en la Unión Europea. La desestructuración
de los Estados europeos, la planificada demolición de la soberanía
popular tiene, al menos, una excepción, el país germano. Es la gran
paradoja del “federalismo” realmente existente: la UE se está
organizando como sistema de poder y dominio en torno a un Estado
nacional que tiene definida una estrategia de desarrollo económico
neo mercantilista y deflacionario basada en el dumping social y en un
nacionalismo exportador. De ahí que cada vez que se demanda “más
Europa” lo que realmente se consigue es un control cada vez más
fuerte de la poderosa Alemania, mayor poder para los grupos económico
financieros dominantes y menos peso de la política entendida como
autogobierno democrático, sin olvidar, que todo esto va unido a una
creciente subalternidad a los dictados imperiales del ‘amigo’
norteamericano.
FG apuesta en tiempos como los
presentes por construir “una nueva subjetividad de resistencia y
transformación”, un sujeto político democrático-popular en torno
a la defensa del Estado republicano y federal. No es poca cosa. Estoy
convencido, como él, que el tipo de integración europea que
representa la UE es un instrumento de expropiación, de acumulación
por expolio, de derechos y libertades de los pueblos y de los
Estados, un mecanismo político e institucional que tiene como
objetivo liquidar las conquistas históricas del movimiento obrero
organizado, forjadas, nunca se debe de olvidar, en más de un siglo
de cruentas luchas sociales, de guerras y de enorme sufrimientos de
las y de los de abajo. La Unión Europea, insisto, este tipo concreto
e históricamente determinado de integración europea que se presenta
totalitariamente como la única posible y por tanto irreversible, se
está convirtiendo en el mayor enemigo de una Europa verdaderamente
democrática, pacífica y autónoma. La Europa europea, por así
decirlo, es la vieja intuición de De Gaulle, solo será posible si
se basa en los derechos sociales, la soberanía popular y la
independencia nacional. La pregunta hay que formularla: ¿por qué
una UE aparentemente fuerte, unida, integrada, es cada vez más
subalterna de los EEUU?
Para terminar, un asunto de mucha
actualidad y que da muchas pistas sobre las ideas de fondo que FG
defiende y propone. El enorme auge del independentismo catalán
tendría que ver, entre otras causas, con el desamparo, la
inseguridad, el retroceso social que las personas reales y concretas
están sufriendo, privadas de instrumentos de protección política,
de defensa ante la enorme agresión de los poderes económicos y
financieros que de nuevo exigen sacrificios humanos. Dotarse de
Estado, en este sentido, interpreto, sería una respuesta, con los
“materiales histórico-sociales disponibles” (nacionalismo
catalán e inexistencia de un proyecto nacional-popular alternativo),
a la crisis político-cultural de nuestras sociedades. Me viene a la
memoria el Karl Polanyi de la “La Gran Transformación” y las
duras, durísimas, experiencias de la historia europea cuando el
capital −el “mercado autorregulado” en su terminología−
intenta, una vez más, dirigir y colonizar nuestra vidas. Hay que
seguir discutiendo.