miércoles, 9 de septiembre de 2009

POLÍTICA DE LA CRISIS Y CRISIS DE LA POLÍTICA EMANCIPATORIA


1.    El final de una ilusión y la presencia (de nuevo) de un mundo duro y terrible.

El nuestro ha sido el despertar de un sueño largamente anhelado, un sueño que ha unificado clases y grupos sociales, partidos y pensamientos; una cultura se ha ido asentando, convirtiendo a muchos españolitos y españolitas en triunfadores, los campeones de una liga (europea y mundial) que nos situaba entre los mejores. Zapatero dixit: primero alcanzaremos Italia, después Francia y, más allá, todo o casi todo para un pueblo que supera sus atavismo históricos y se incorpora al pelotón de los ganadores; algunos, más cultos, hablaron de plena integración en la modernidad. ¡Qué inmenso complejo de inferioridad!

Se trata del final de un sueño. La primera reacción es de incredulidad: esto no puede pasar y si pasa, será necesariamente breve. Lo dicen los “neutrales” medios y el siempre preclaro gobierno español lo anuncia: “brotes verdes”. Después, incertidumbre y miedo: ¿será posible de nuevo? ¿nos encontraremos como en los 70?, es decir, paro, retroceso en el nivel de vida y restricciones en el consumo. ¿Cómo se pagarán las hipotecas? ¿qué trabajo y qué tipo de trabajo?. La situación actual del precariado oscila entre la marginalidad liberadora y el colchón familiar. Mañana, seguramente, rabia, impotencia y frustración, deseo de volverse a dormir para engarzar con un sueño que era bueno y confortante y que apenas se ha podido vivir. Al final, todo dependerá de la duración y de la intensidad de la crisis.

Parece claro que el debate real está entre los que argumentan, los datos están ahí y no se pueden negar, que estamos ente una recesión global; y aquellos que pensamos que esta recesión abre una inédita y compleja depresión también global. Una y otra posición están de acuerdo en algo fundamental: nada será ya igual que antes y que muchas,  muchísimas cosas van a cambiar a medio y largo plazo.

Otro dato concita muchos acuerdos: la crisis española es específica y se tardará mucho en salir de ella. Zapatero, con mucho oportunismo e intuición, parece que toma nota. De hecho, en España convergen dos crisis que se alimentan mutuamente: la crisis económica internacional y la crisis del patrón de crecimiento dominante en los últimos doce años

2.    Descripción: del virus mutante al efecto boomerang.

La metáfora del virus mutante es de Jacques Sapir: primero, crisis de las subprime y del entero sistema hipotecario norteamericano; después, el virus muta, crisis financiera norteamericana y su extensión al conjunto del sistema financiero mundial; más tarde, una nueva mutación vírica: la economía real recibe ya todos los efectos negativos y se desencadena, por ahora, una recesión global. El  retroceso de la economía real agrava la crisis financiera, el efecto boomerang, en un juego pernicioso donde el “efecto riqueza inverso”[1] y la activación de los famosos CDS (credit default swaps)[2] se engarzan y se autoimpulsan. La contracción del crédito, la devaluación radical de los activos, la brusca caída de la demanda y la insolvencia general, agravan la situación de las empresas y de las familias y sitúan al sistema financiero ante nuevas dificultades. Un sistema, digámoslo claramente, en quiebra en todas partes.

La primera cuestión que hay que señalar con rotundidad es que esta es una crisis anunciada. No se sabía, obviamente, la fecha y la hora, pero que todo el andamiaje de la llamada “globalización financiera” tenía una “inherente tendencia a la inestabilidad y la crisis” (paz  Hyman Minsky) era un dato de la realidad difícil de ignorar aunque fuera ocultado sistemáticamente por los gobiernos, las organizaciones internacionales y los medios de(des) información; estos últimos, colaboradores consciente y necesarios en la “heroica” tarea de no alarmar, no crear incertidumbres y defender “patrióticamente” la economía nacional.

Los avisos eran cada vez más atronadores y los destrozos cada vez más grandes: México 1994, crisis asiática 1997-1998, crisis rusa 1998, Brasil 1999, Estados Unidos 2001-2022, crisis de los punto.com y “el corralito” argentino, etc. Así, según Susan George, hasta más de cien crisis financieras en los últimos veinte años. En este contexto, decir que la crisis pilló de sorpresa a los gobiernos y a las entidades es mentir descaradamente y no reconocer algo decisivo que el modo normal de funcionamiento de la globalización neoliberal ha sido la creación y recreación de burbujas sucesivas que agravaban la crisis y donde la anterior creaba y alimentaba las condiciones para la posterior. No sin razón, Robert Brenner  ha podido definir esta etapa abierta tras la crisis de los 70, como la de una “economía política de la burbuja” o, para decirlo como lo hace John Bellamy Foster, como la configuración de un tipo de acumulación de “capital monopolista financiero”

3.    El nùcleo geoeconómico de la crisis y su centro de anudamiento geopolítico: la hegemonía  de los EEUU en el centro de todas las batallas.

Hay cuatro cuestiones especialmente relevantes que se entrelazan y se anudan en estos escenarios: a) las políticas neoliberales; b) el nuevo régimen financiero internacional; c) la financiarización de la economía y d) la crisis de hegemonía de los EEUU.

a)    Veinte años de hegemonía neoliberal demuestran con mucha claridad su carácter de clase y (contra) revolucionario. El objetivo era -Harvey lo ha señalado con mucha fuerza- restaurar el poder de las clases económicamente dominantes y hacer retroceder sustancialmente  los derechos históricamente conquistados por el movimiento obrero organizado en particular, y la ciudadanía en general, después de dos guerras mundiales y millones de víctimas que las clases subalternas, como siempre, dejan como tributo, a mayor gloria de unos cambios históricos siempre reversibles y provisionales.

El “Estado social” (como instrumento de control y regulación de los mercados), la “democracia de masas” (como modo de intervención y participación política de los trabajadores) y el “pleno empleo” (como objetivo central de las políticas económicas y fuente del poder social de la clase obrera en la fábrica y en la sociedad) se convirtieron en los enemigos a batir en un proceso de “lucha de clases organizada y dirigida desde arriba”, audazmente puesto en práctica, en el cual se combinaban el uso reaccionario del  aparato del Estado, la ofensiva política-cultural y unas exitosas alianzas sociales al servicio de un individualismo de masas sólidamente implantados en los imaginarios colectivos, colonizados por los medios de manipulación y demás industrias de la organización del entretenimiento. La derrota de la experiencia del “socialismo real” cerró el circulo y legitimó la nueva cultura hasta convertirse, tal era su predominio, en el sentido común  de una época, en el “pensamiento único”.

 No fue casual que el epicentro de la contraofensiva estuviera situado en el mundo anglosajón y específicamente en los EEUU. La crisis del sistema de   Bretton-Woods, en un contexto de gravísima crisis económica y de  cuestionamiento de la hegemonía norteamericana, ponía de  manifiesto que se había entrado en una fase sustancialmente nueva y que el orden surgido después de la segunda guerra mundial ya no respondía a la correlación de fuerzas entre las clases y los Estados.

Lo Lo ocurrido después enseña mucho y convendría no olvidarlo en este complejo presente. No sin dificultades, las clases dominantes norteamericanas respondieron duramente y consiguieron restablecer su hegemonía por una larga temporada. El “golpe” de Nixon de agosto de 1971, suspendiendo la convertibilidad del dólar en oro, inició una etapa de conflicto y de inestabilidad que tendría su continuidad en el ”tratamiento de choque” de  Volcker -de Octubre del 1979 hasta agosto de 1982- consistente, entre otras medidas, en subidas brutales de los tipos de interés y el retorno a la ortodoxia monetario-financiera. Esta política, provocó una descomunal recesión económica mundial, la desestructuración de la clase obrera y de la entera industria norteamericana, la crisis de la deuda de tercer mundo, y el surgimiento de un nuevo régimen monetario  internacional, al que Peter Gowan ha denominado “sistema Dólar-Wall Street”.

 Desde ese momento, la Reserva Federal y el Tesoro conseguían libertad absoluta para hacer y deshacer con su moneda-papel, sin más respaldo que su control del sistema financiero internacional y su capacidad política y militar indiscutida. En definitiva, una verdadera “destrucción creativa” al servicio de una gigantesca reestructuración económica y social que modificó sustancialmente la correlación de fuerzas existente, garantizó el monopolio del sistema financiero norteamericano y, lo que era más importante, impulsó lo que se dio en llamar la globalización y la hegemonía de las políticas neoliberales. No fue por tanto poca cosa.

c) La financiarización de la economía mundial fue un instrumento decisivo en el proceso de recomposición hegemónica del capitalismo y en la derrota de la izquierda  sindical y política en casi todas partes.

¿De qué hablamos cuando decimos financiarización? Nos referimos, en primer lugar, al predominio de grupos de poder económico ligado al entramado financiero-monetario internacional y a su control del conjunto de la economía. Se trata de la conformación de una plutocracia mundializada que impone sus reglas a los Estados, domina a las empresas  y define los criterios de las políticas económicas que aplican los organismos internacionales.

En segundo lugar, sitúa la especulación en el gobierno de la economía y de la sociedad. La libre circulación de capitales, las desregulaciones, las privatizaciones y el saqueo de los bienes públicos se han puesto abiertamente al servicio de una minoría en busca de ganancias extraordinarias. Lo demás vino como consecuencia: la puesta en disposición de sofisticadísimos instrumentos financieros encadenados ad infinitum, articulados en una arquitectura piramidales cada vez más compleja y peligrosamente interconectada; los procesos interminables de fusiones y adquisiciones sucesivas, basados en el endeudamiento crecientes y en la lógica de lo que se ha dado en llamar ”la maximización del valor del accionista”.

En tercer lugar, ha cambiado sustancialmente la vida de las empresas. Son los llamados inversores institucionales los que imponen sus criterios -la famosa regla del 15% como rendimiento- asegurándose la fidelidad de los gerentes -implicados de diversas formas en los beneficios de la empresa- y transfiriendo los riesgos hacia los trabajadores. La autofinanciación, la dependencia creciente de la marcha de las bolsas y del valor de las acciones, la preocupación gregaria por los rendimientos y la represión salarial, configuran así un tipo de organización social que hace de las relaciones laborales y del manejo de la fuerza de trabajo, la clave del beneficio empresarial.

En cuarto lugar, la creciente dependencia de las personas de las instituciones financieras. El dato tiene muchas consecuencias sociales y culturales. En general, las políticas neoliberales han tenido como resultante básica la depresión salarial y el retroceso de las rentas provenientes del trabajo. El incremento de beneficios empresariales no se ha dirigido a la acumulación productiva sino a la especulación financiera. Los viejos y siempre  existentes problemas de realización, así como la imparable tendencia a la sobreproducción, reaparecen con muchísima fuerza.

En este contexto, el endeudamiento ha sido un instrumento muy poderoso para amortiguar las tendencias negativas antes indicadas y dar capacidad de compra a los sujetos de unas rentas salariales deprimidas. La dependencia de las familias del crédito y su  endeudamiento creciente para comprar la vivienda, para incrementar sus consumos o simplemente para dar cierta seguridad a su futuro vincula estructuralmente a los asalariados con las instituciones financieras, en lo que Lapavitsas ha definido como un proceso de “expropiación financiera”, es decir, la clase trabajadora es explotada o mejor dicho, sobreexplotada, en el proceso productivo y expropiada por las instituciones financieras, en un complejo sistema de mercantilización del conjunto de las relaciones sociales.

c)LLa cuestión de la hegemonía norteamericana en la crisis actual. Giovanni Arrighi, citando a Braudel, ha remarcado que la financiarización es siempre el “otoño” de una potencia dominante; es el dato básico de una crisis de hegemonía que intenta ser evitada o amortiguada precisamente, financiarizando la economía internacional, como un penúltimo recurso para evitar un declive anunciado.

 No es este el lugar para discutir con la extensión y el rigor que merecen las tesis que sobre los ciclos sistémicos de acumulación y sus complejas relaciones con los ciclos de hegemonía que Giovanni Arrighi ha ido analizando en un conjunto de trabajos admirables, siguiendo una estela abierta por la escuela del sistema mundo que tiene a Immanuel Wallerstein como referente principal. La tesis básica es que estaríamos ante una transición sistémica en la cual el centro del poder político y económico se iría desplazando desde EEUU hacia el mundo asiático organizado en torno a China, potencia hegemónica emergente.

 No es casual tampoco que el debate sobre el largo declive de EEUU haya tenido contundentes respuestas en América Latina entre Intelectuales y científicos sociales (Fiori, Atilio Borón, Emir Sader). La complejidad del asunto requeriría de muchas matizaciones y de encontrar un terreno donde las estrategias políticas e intelectuales, convergieran más o menos armoniosamente y sobre todo, distinguir los ciclos cortos y largos de nuestra historia presente.

 La decadencia hegemónica de una potencia político militar que tiene cerca de mil bases militares en el mundo y que gasta ella sola más de la mitad del presupuesto militar mundial, tiene paradojas que en el terreno de la política concreta invita a reflexiones teóricas y prácticas de alcance no menor. Si tenemos en cuenta que el declive hegemónico de Gran Bretaña duró casi cincuenta años, podríamos afirmar que se puede vivir en decadencia durante mucho tiempo y seguir siendo un obstáculo formidable a cualquier impulso emancipatorio nacional o social. Es más, la capacidad de EEUU para crear alianzas estables ha sido una constante histórica de su tipo de hegemonía y esta se ha puesto de manifiesto brutalmente, en esta etapa de crisis sistémica que tiene su centro precisamente en esa potencia.

 Ahora bien, la tesis que mantenemos es que el centro donde se anudan todas las contradicciones del presente es en EEUU y en su modo de ejercer la hegemonía económica, política, militar y cultural sobre el planeta. El desafío neoliberal, el nuevo régimen monetario internacional y la globalización financiera tienen que ver centralmente con las dificultades de EEUU para perpetuar unas relaciones de poder internacional que desde los años setenta se encuentran cuestionadas. Sin esta limitación no entenderíamos uno de los rasgos decisivos de la presente crisis económica internacional y las enormes dificultades para salir de ella, que implicarían, entre otras cosas, una reestructuración de las reglas básicas que configuran hoy las relaciones internacionales.

 Baste para entender lo que estamos diciendo, el saber que la economía norteamericana necesita para cuadrar sus cuentas y cubrir su déficit, de unos tres mil millones de dólares diarios; y que  el sistema de relaciones económicas configurado a partir de los años ochenta, se basa en la paradoja poco conocida pero enormemente sobresaliente, de que el resto de mundo aporta su ahorros para que EEUU siga siendo una poderosa máquina de consumo. De esta manera, el sistema financiero monetario internacional se configura como un mecanismo que traslada este ahorro (en torno al 50% del ahorro mundial) hacia los EEUU para que este pueda relanzar su consumo interno y como se ve en la crisis hipotecaria norteamericana, seguir endeudando masivamente a las familias. Para decirlo con brevedad, desde los años ochenta EEUU es una economía parasitaria en decadencia que usa y abusa de su poder monetario financiero para perpetuar un sistema económico profundamente desigual, depredador de las riquezas ajenas y con una huella ecológica incompatible con la vida del planeta.

 Al final, se ve aquello que Lenin, con perdón, decía con mucha contundencia: que la economía es la política concentrada y, diríamos, cristalizada en unas determinadas relaciones de poder. La moneda es poder y la economía refleja unas relaciones de fuerzas que solo se pueden perpetuar con los instrumentos, más o menos legitimados, de la violencia. Si algo debemos al aporte intelectual de Harvey es su idea, ampliamente argumentada, de que la llamada “acumulación primitiva” de la que nos hablaba Marx, es un rasgo permanente de la economía-mundo capitalista, lo que él ha denominado como “acumulación por desposesión”. Violencia, uso regulado o no de la fuerza y poder militar, es el marco sin el cual la economía nunca se acabaría de entender.

 

4.    La centralidad de la política: No hay salidas económicas de la crisis.

Las políticas en curso ponen de manifiesto que  no hay solo salidas económicas de la  crisis, más precisamente, que  las salidas son, en un sentido u otro, siempre políticas. Cuando se trata, como la presente, de una crisis  básica, es decir, que afecta al conjunto de las relaciones sociales, a las relaciones internacionales de fuerzas y a la distribución del poder entre  las clases y los estados convendría no olvidar la dramática historia del movimiento obrero y de las fuerzas políticas comprometidas con la emancipación social.

 Si algo nos enseñó Antonio Gramsci es que las crisis del capitalismo no van en una sola dirección y no garantizan una salida socialista. En muchos sentidos, podríamos definir al comunista sardo como el político que abrió, en condiciones de derrota, el debate sobre las políticas emancipatorias desde la crisis del capitalismo imperialista.

 El primer elemento de su enseñanza, conviene remarcarlo, es que no existe, sin más, una relación de causalidad entre crisis económica, crisis social y crisis revolucionaria. El asunto es mucho más complejo y admite diversas direcciones y líneas de fuerza en una realidad múltiple donde se concreta una trama de poder que relaciona base y sobrestructura, fuerzas políticas organizadas e imaginarios colectivos y tradiciones culturales, en marcos nacionales dados.

 En segundo, es que el modo “normal” de funcionamiento del capitalismo implica crisis económicas recurrentes y que estas son inevitables aunque -y aquí la experiencia de los sujetos vale mucho- sus efectos económicos y sociales puedan, hasta cierto punto, amortiguarse. Baste como ejemplo, lo siguiente: si algo enseña la crisis que estamos viviendo es que Estados que tienen un gasto público como los europeos, en torno al 40% del PIB, tienen una autonomía y una capacidad de maniobra macroeconómica que, si bien no tienen la fuerza para evitar las crisis, les otorga capacidad para influir sobre ellas, paliar sus efectos sociales y propiciar salidas de las mismas, al menos hasta ahora.

 En tercer lugar, la evolución de la crisis dependerá de la relación de fuerzas existente, teniendo en cuenta que la propia crisis modifica la estructura social, las percepciones de los sujetos y los marcos ideológicos y políticos de referencia. Para decirlo con contundencia: no hay salidas económicas de las crisis, sin salidas políticas. Este es un elemento decisivo que rompe con cualquier reducción economicista y que pone el acento sobre la subjetividad organizada, sobre las ideas y la esperanza de los trabajadores y las trabajadoras en un mundo que cambia de base y que abre posibilidades de transformación política y social que no están dadas a priori.

En cuarto lugar, la crisis es siempre etapa de excepción que rompe con las “normalidades” y que genera disponibilidades sociales y políticas nuevas y  abre también el territorio de lo imprevisible, de lo incontrolable y ,esto es relevante,  de la creatividad social. De cómo afectan los cambios socioeconómicos a los imaginarios sociales consolidados, la rapidez y la contundencia de éstos y la emergencia de nuevos sentidos y orientaciones subjetivas, es el dato esencial para situarse bien  e intervenir conscientemente en la crisis. El viejo y derrotado Gramsci como teórico de las sobreestructuras políticas y culturales, nos dio muchas “pistas” y “atisbos” que debemos hacer nuestros como formas de problematizar un mundo que mucho ha cambiado y en muchos sentidos, para peor.

En este sentido, insistimos, no se pueden subestimar los aspectos políticos-culturales o culturales fuertes en la definición de las posibles salidas. Si algo ha caracterizado al neoliberalismo ha sido su capacidad para “producir” personas, seres concretos funcionales al modo de vivir y hasta soñar del neoliberalismo. El concepto de “mutación antropológica” definido en los años setenta por Passolini muestra todo su potencialidad para entender los cambios en las consciencias y en los comportamientos de unas  clases subalternas colonizadas por las poderosas industrias culturales, de entretenimiento y consumo del capitalismo en su fase tardía.

5.    La doble crisis de la economía española: el largo despertar de un sueño y la búsqueda desesperada de nuevos referentes.

Si se veía venir la crisis a nivel global, aquí estaba cantada. El modelo o patrón de crecimiento se sabía que era insostenible económica, ecológica y al final, solo al final, socialmente. Han sido más de doce años de crecimiento y nuestro mundo real y el imaginario, así como nuestra situación en él, cambió sustancialmente. Si algo nos ha enseñado Naredo en esta historia, es la profunda relación existente entre el “ladrillo”, las burbujas financieras, el creciente deterioro ecológico y el consenso socialmente construido, cuando se organizan como fundamento de un determinado patrón  económico y de poder.

 La política siempre ha estado por delante y por detrás, articulando, mediando y cohesionando un bloque económico y social que ha tenido a la oligarquía financiera e inmobiliaria en su núcleo central. La otra cara del asunto sin la cual nada hubiese sido posible, es la corrupción. Hablar de esto es políticamente incorrecto, pero hay que enfrentarse directamente con la realidad. Esta ha sido general, de arriba abajo y de abajo a arriba y las gentes lo sabían y lo saben.

 El consenso social también se ha basado en eso, en aceptar la corrupción de los políticos como parte de  nuestra normalidad. Por eso, políticos  socialmente reconocidos como corruptos son de nuevo masivamente votados, cuando no aclamados por sus poblaciones y hasta legitimados bajo el principio de que si todos roban, “estos al menos hacen algo”. Se llega hasta el esperpento moral de preguntarse por qué los pobres cuando acceden a un cargo público no pueden vivir como los ricos.

No sabemos mucho acerca de cómo están viviendo los trabajadores la crisis y como la sienten aquellos que la están sufriendo directamente, pero intuimos que la historia repetido una y otra vez por el gobierno y por los medios de que existen “brotes verdes” y que lo peor de la crisis ya ha pasado, será acogida con esperanza por una gran parte de la población que ha vivido la crisis como un amargo despertar. En parte se trata, de una cuestión de percepciones. No se ve el mundo de la misma forma pensando que el paro es algo coyuntural y que la crisis toca a su fin, que aceptar sin más que estamos ante una profunda crisis del capitalismo realmente existente y que, además, esta crisis converge en España con la de un patrón de crecimiento que nos ha situado en muy poco tiempo ante la realidad de nuevo del paro, de la restricciones en el consumo y, sobre todo, en la inseguridad permanente, es decir, el miedo ante el futuro.

Todo va a depender de la duración e intensidad de la crisis. Por lo que sabemos, ésta va a ser larga y profunda y que muchos de los fundamentos culturales y de los valores socialmente  asumidos se van a modificar, se están modificando en un plazo breve. La reacción al miedo es siempre la búsqueda de la seguridad.

 El gobierno nos ofrece un placebo: la crisis es solo coyuntural y de pronta salida. La derecha económica y social, que conoce bien el asunto, se prepara para combinar un fuerte intervencionismo del Estado con restricción de los derechos sociales y económicos de los trabajadores, es decir, la continuación del neoliberalismo por otros medios; la derecha política hace un uso alternativo de la crisis como instrumento para derrotar al gobierno, repitiendo las viejas consignas del periodo de Aznar y dando muy pocas pistas sobre su programa real y ,sobre todo, esperando que la agravación  de las situación social les lleve en volandas a la Moncloa; mientras, la izquierda social y sindical apenas si comprende el carácter de la crisis y busca salidas que en ningún caso cuestionan el patrón de poder que organiza y articula el modelo económico hoy dominante.

   El debate real sería este: ¿se pueden defender los derechos sociales y políticos sin modificar sustancialmente las relaciones de poder? No parece posible, porque no se trata de salir de la crisis sino del neoliberalismo en crisis, sabiendo -y es necesario insistir sobre ello- que detrás del modelo de crecimiento hay un patrón de poder que es necesario derrotar, que no caerá por sí solo y que existe el peligro de que el bloque de poder acabe recomponiéndose en y desde la crisis.

 Estas son las cuestiones de fondo y estos son los desafíos objetivos que de una u otra forma debemos responder los que estamos comprometidos con las mayorías sociales. Si se me permite, con aquellos que en esta dramática historia seguimos teniendo un punto de vista de clase. Lo que no se puede decir, como se dice y se hace, es que esta crisis es tan grave o más que la del 29 y a reglón seguido, proponer viejas y gastadas recetas, como si se tratase de una simple recesión económica. No se trata de mala lógica sino de un mal análisis y de una estrategia equivocada. Tratar una tuberculosis como si fuera un simple resfriado.


6.     La crisis de las políticas emancipatorias y la permanente cuestión de las alternativas

Llevamos hablando tantos años de la crisis de la política y de sus consecuencias que hemos terminado por cansarnos de una terminología que confunde más que aclara y que no deja demasiado espacio para volver a pensar con “ojos limpios”. Sin embargo, los hechos son los hechos. Lo que se quería decir con aquello de la “crisis de la política” era que se estaban produciendo fenómenos muy significativos en la esfera democrática (abstencionismo electoral, crisis de los partidos de masas, pérdida de peso del conflicto social, etc.) que cambiaban sustancialmente la relación de las personas con la política en un contexto de (norte) americanización de la vida colectiva, tanto en su vertiente privada como en la pública.

 La “sobrecarga” que sufrían las crecientemente “ingobernables” democracias (esa era la terminología del primer informe de la Comisión Trilateral) se estaba saldando radicalmente con una separación radical de la ciudadanía de la cosa pública, el Estado mínimo como realidad y la llamada globalización como proceso (ideológico) de naturalización del mercado (capitalista) y de la “despolitización” de las políticas, no solo, económicas. Al final, la privatización del conjunto de relaciones sociales y económicas se convirtió en una parte decisiva del imaginario colectivo y con ello, la pérdida de entidad de lo que había sido la sustancia de los procesos de democratización y nuestro diferencial,  conviene insistir sobre ello, con el sistema político norteamericano: la política como instrumento de transformación social y  la democracia como  autogobierno de los ciudadanos y ciudadanas.

 Pietro Ingrao ha situado desde siempre en el centro de estas transformaciones la  emergencia de los “comunes y corrientes” como sujetos políticos autónomos, dotados de un proyecto político preciso y capaces de generar instituciones sociales y políticas propias, como el dato más relevante de la historia moderna europea. Este proceso histórico unió en la vida real de millones de personas conflicto de clases, democratización y socialismo. Esto es lo que en gran parte se ha perdido en estos años; cuando se habla de crisis de la política no estamos hablando solo de fenómenos coyunturales, más o menos significativos, sino que “los comunes y corrientes” ya no sienten, no se comprometen, no actúan desde una conciencia y un imaginario que tenía la emancipación social y política en su centro.

 Esta ha sido la gran derrota político-cultural. Todo lo demás es secundario. En un momento donde, de nuevo, el capitalismo aparece con todas sus lacras y su profunda incompatibilidad con la vida, las personas, las clases, las fuerzas sociales, no solo no tienen un referente alternativo, sino que, en muchos sentidos, ya no son capaces de pensar y de sentir desde un horizonte alternativo al modo de producir, consumir y vivir de esto que todavía seguimos llamando capitalismo.

 Exigir, como se exige a la izquierda en general y a la izquierda anticapitalista en particular, el rápido y urgente despliegue de alternativas, no deja  de ser una ilusión. Alternativas las hay, siempre las ha habido: dotarse de un programa y de una estrategia de salida del capitalismo en crisis. Esto nunca fue una operación teórica  donde bastaba reunir  un grupo de cuadros  intelectuales y  obreros  para producir una propuesta o un esbozo  de propuesta; siempre fue algo más, en su base: la capacidad de organización, de ilusión, de lucha y muchas veces de desesperación de las grandes mayorías. El problema es que, para una parte consistente de los asalariados, de los trabajadores y trabajadoras no parece creíble y, seguramente, hasta poco necesario, un programa de transformación social más allá del modelo económico dominante.

 Para decirlo con más claridad: ¿cómo luchar por una alternativa de sociedad y de poder cuando las mayorías sociales realmente existentes han perdido la confianza o no creen que esto sea posible? .O dicho de otra forma: los que estamos por el socialismo, en cualquiera de sus acepciones, somos una minoría  muy minoritaria, extremadamente dividida y   socialmente muy aislada.

 Hay otro asunto que conviene destacar aquí y que suele pasar desapercibido en los debates de la izquierda cuando se habla de alternativas. Me refiero a la Unión Europea. La crisis de la política tiene mucho que ver también con la deconstrucción del Estado-nación ante el doble embate de la globalización capitalista y de la llamada integración europea. El “papanatismo europeísta” que ha atravesado a la opinión pública, a la publicada y al conjunto de la izquierda social y política, ha impedido un análisis riguroso del tipo de construcción europea que efectivamente se iba construyendo, más allá, de  las diversas y casi siempre manipuladas campañas propagandísticas de las instituciones de la Unión.

 No es este el lugar (algunos lo hemos hecho con fuerza desde hace años) para hacer una crítica completa de la UE. El Estado español, desde el punto de vista socioeconómico es, en muchos sentidos, una “comunidad autónoma” de una Europa que ha constitucionalizado el neoliberalismo, que ha concentrado enormemente el poder económico en una oligarquía financiera e industrial extremadamente influyente y que, de modo creciente, han ido sustrayendo a la soberanía popular las decisiones fundamentales de la política económica. De hecho, se ha ido construyendo (con la complicidad consciente de los gobiernos) una constitución material diversa de las formalmente existentes en cada uno de los países y que ha tenido como consecuencia fundamental la progresiva desaparición del Estado social y de sus complejos mecanismos de control del mercado, promoción de la igualdad material y lucha por una democratización efectiva.

 La “pinza” entre la globalización de un lado y de la UE de otro, han contribuido poderosísimamente  homogeneizar a las fuerzas políticas, a sustraer las  decisiones relevantes del control de los órganos representativos, propiciando  un distanciamiento de enormes dimensiones entre lo político y las demandas y aspiraciones de la ciudadanía. Hasta hace poco tiempo, unos y otros hemos defendido que ante dilemas de tal magnitud la única alternativa posible era convertir esta Unión Europea en los Estados Unidos de Europa. Por lo que parece, de nuevo, confundimos deseos con realidad.

 Es cierto, que cualquier alternativa seria desde la izquierda necesita también de  cambios radicales en la estructura y funcionamiento de la Unión Europea. Ahora bien, este tipo de integración europea no está dirigida a crear unas instituciones y unos sujetos políticos de lo que podríamos llamar, el poder instituyente del pueblo europeo, más allá de los Estados-nación realmente existentes. Esta integración lo que ha conseguido es sustraer a la soberanía popular (del Estado nación, que hasta ahora es la única soberanía que hemos conocido en Europa) la definición, las reglas y los objetivos de las políticas económicas para imponer las consagradas en los tratados, es decir, neoliberalismo puro y duro.

7.    Empezar desde el principio: reconstruirse socialmente en la crisis y fundar una nueva práctica de la política.

¿Cómo volver a empezar aprendiendo crítica y autocríticamente de más de cien años de lucha, de tantos sacrificios y tantas muertes? Obviamente la respuesta no es fácil y, desde luego, tiene que ser contestada colectivamente por miles de hombres y mujeres que siguen creyendo en la emancipación del mal social de la explotación y del dominio. Mis propuestas son  modestas y no tiene ninguna vocación de ser la alternativa correcta, sino poner en circulación ideas, análisis, sugerencias para refundar y refundarnos colectiva e individualmente.

La primera cosa, consiste (Manolo Sacristán lo señaló hace ya muchos años) en  no engañar ni engañarse, es decir, realismo revolucionario o emancipatorio. Analizar el mundo desde sus raíces y hacerlo desde el punto de vista de los de abajo. El movimiento obrero y socialista, en un sentido amplio, desde la 1ª Internacional pretendió eso: comprender la explotación y encontrar instrumentos eficaces para luchar contra ella. Esta aspiración no deberíamos perderla nunca de vista: denuncia, lucha social, compromiso ético y alianza con la ciencia disponible.

Lo segundo, tomar nota, de una vez por todas, que los proyectos  que durante tantísimos años han dividido, fracturado y sectarizado a la izquierda, ya no tienen razón de ser y, guste o no, están agotados históricamente. No se trata de que nadie renuncie a su propia identidad, sino esforzarse en la crítica y en la autocrítica de la propia tradición y la búsqueda de un terreno común capaz de impulsar el conflicto social, la unidad programática y formas de coordinación más allá de las actuales definiciones partidistas.

En tercer lugar, una nueva práctica de la política capaz de reconstruir  imaginarios colectivos críticos y alternativos. Lo que hace que “los comunes y corrientes” comprometan su tiempo, y muchas veces sus vidas y las de sus familias por la emancipación, es algo más que una teoría justa o una propuesta más o menos acertada. La política, para los de abajo, siempre ha sido una pasión, un sentimiento dotado de razones. La emancipación, más allá de tácticas y de estrategias, ha sido y es un compromiso ético-político. La práctica de la política, los fundamentos de la organización y las relaciones con los ciudadanos y ciudadanas, o tienen este sólido fundamento o la construcción de nuevos nexos entre las personas y las plataformas alternativas, no será posible. Así de simple.

En cuanto lugar, la reconstrucción de los imaginarios sociales requiere con claridad definir a los enemigos y ponerles cara y ojos. Desde una alternativa republicana, federal y socialista se hace necesario y urgente una crítica a esta democracia oligárquica y a los grupos de poder económicos y mediáticos que la dirigen. No hablar para los convencidos, sino para las mayorías sociales, explicando bien las cosas, sabiéndonos minoría, pero no resignándonos a serlo permanentemente. Una pedagogía de masas al servicio de la emancipación.

En quinto lugar, redimensionar bien lo electoral-institucional. Aquí también es conveniente no engañarse demasiado. La tendencia a la autonomización de los aparatos políticos e institucionales es parte de una sociedad que tiende a la organización de una democracia oligárquica. La experiencia, todas las experiencias, nos dicen eso, tanto en las formaciones tradicionales como en las nuevas (o no tan nuevas) que se denominan así mismas como  alternativas. La lucha por el poder interno y por llegar a ser cargo público va a seguir existiendo y es necesario crear mecanismos de intervención que si no lo impiden, al menos lo amortigüen o lo debiliten.

En esto también hay que ser claro: si queremos la participación activa de los hombres y mujeres, su implicación subjetiva y militante es necesaria una forma-organización democrática y de base. Nadie, y mucho menos los jóvenes, van a dedicar horas y energías, trabajo voluntario, para engordar aparatos y promocionar a unos cargos públicos que, casi siempre, acaban por independizarse de sus  bases, renuncian a cualquier práctica alternativa y de defender el necesario cambio de las instituciones terminan por ser cambiados por ellas.

El mejor antídoto es una forma- organización capaz de reconstruirse en la lucha y en el conflicto social. Para decirlo directamente: la condición previa de una izquierda política es una izquierda social implicada moral y emocionalmente con las clases subalternas y con las  personas. El tipo de estructura que vayamos construyendo debe dotarse de una dinámica propia más allá de las contiendas electorales y de las agendas construidas por los medios de comunicación. Esto es lo que significa, entre otras cosas, tener realmente un proyecto autónomo y definir un recorrido político y organizativo desde  fundamentos propios.

Se trata de pensar en grande y hacerlo a medio y a largo plazo, prepararse para una larga travesía en el desierto, sabiendo que los plazos no los marcamos nosotros y que nada está dicho de antemano. Las crisis, lo hemos dicho antes, son grandes y poderosos mecanismos para la innovación social y la creatividad de masas: lo que antes parecía imposible en poco tiempo y masivamente se convierte en un hecho histórico capaz de influir decisivamente en las consciencias de las grandes mayorías hasta convertirlas, en positivo, en mutaciones antropológicas de carácter emancipatorio.

Lo sexto, necesitamos un nuevo tipo de militante. La auténtica revolución debe pasar por aquí, por cambiar nuestras prácticas y nuestras tradiciones, unidas casi siempre a un espíritu estrecho de partido, aplicado, con frecuencia, con  sectarismo y hasta con “cainismo” que termina por degradar la vida interna de las organizaciones y la relaciones entre los y las militantes. Maquinas de desmoralización y caldo de cultivo de todo tipo oportunismo.

Para explicarlo con claridad: deberíamos constatar la enorme dificultad que hemos tenido históricamente para combinar un proyecto autónomo, un talante unitario y una actitud no sectaria. En el fondo, estamos obligados a distinguir entre el partido-orgánico  y el partido-institución, es decir, el partido como bloque alternativo, ideológicamente plural y socialmente complejo, unido (idealmente) por su crítica al sistema de poder existente (partido orgánico), con las distintas formas organizativas en que esta pluralidad se concreta históricamente(partido-institución) Deberíamos de aspirar a ser militantes del partido orgánico y no solamente del partido al que le pagamos la cuota. Este es el cambio que debemos hacer cada uno de nosotros y nosotras.

 

Manolo Monereo Pérez.

Madrid, 30 de junio de 2009



[1] El llamado efecto riqueza aparece cuando se incrementa el valor de los activos, independientemente de los ingresos.

[2] Un tipo de derivados que protegen de los riesgos de impago y que son entre 60 o 70 billones de dólares que circulan por todo el sistema financiero internacional.