domingo, 28 de junio de 2015

PSOE: el partido del régimen se hace (norte) americano

El PSOE es el partido del régimen. Su suerte y su futuro dependerán del régimen del 78, hoy en transición hacia una democracia limitada y oligárquica. El bipartidismo, hoy lo sabemos casi todas y todos, es un modo de organizar el poder político para que sigan mandando aquellos que no se presentan a las elecciones. El papel del PSOE es crucial, articula el consenso de las clases trabajadoras y, lo más importante, impide que surja una alternativa a su izquierda que cuestione las relaciones de poder existentes en nuestra sociedad.

Esto lo sabemos pero es bueno recordarlo en momentos de confusión y cuando tenemos por delante unas elecciones en Cataluña y en el conjunto del Estado. Las elecciones municipales y autonómicas van a dar mucho poder al PSOE a pesar de perder 700.000 votos y, de otro lado, han configurado un mapa más plural y más complejo en lo que podríamos llamar el bloque democrático popular o la izquierda en un sentido amplio. Estamos en un “cerco mutuo” y en una “guerra de posiciones”. El PSOE, insisto, tiene más poder y sabe cómo ejercerlo, no necesitan 100 días, saben que lo que comunica realmente es el poder, es el medio y el mensaje y, rápidamente, configurarán las agendas públicas y las trasladarán sin grandes problemas a los medios.

Este poder que gana el PSOE lo obtiene del apoyo directo o indirecto de Podemos y de IU. También tiene sus costes para el PSOE; deber el poder a fuerzas hasta ayer calificadas de populistas, extremistas y hasta desestabilizadoras implica reconocimiento y eso limita en muchos sentidos las campañas descalificadoras. El cerco es mutuo e implica una “larga marcha” a través de las instituciones políticas y sociales, como nos enseñaba el viejo y grande Rudi Dutschke, hoy, desgraciadamente, casi olvidado. Sin duda, lo que pase en los ayuntamientos de Madrid y Barcelona marcará un ciclo político que terminará en noviembre o antes, si se adelantan las elecciones.

Pedro Sánchez, hay que reconocerlo con veracidad, está haciendo las cosas bien y no lo tenía fácil. Frente a una parte de su partido que miraba con buenos ojos acuerdos con el gobierno de Rajoy y hasta llegar a un posible gobierno de coalición, el secretario del PSOE lo tuvo claro: polarizarse con el PP y construir una alternancia a la altura de los tiempos que vivimos. La presentación de Pedro Sánchez como candidato comunicacional y discursivamente es equivalente a la sucesión de Juan Carlos I: protagonizar el nuevo tiempo, con un mensaje reformista que oculta una enésima restauración política en nuestro país.

La escenografía al estilo estadounidense dice mucho de una estrategia muy pensada y pactada con los poderes fácticos. Una de las palabras más fuertes de su mensaje político fue la de autonomía, el PSOE es un proyecto autónomo, lo ha sido siempre y lo seguirá siendo. Lo que se quiere decir con esto es clarísimo desde Felipe González, no aceptar “frentes de izquierdas” y ser en exclusiva la alternativa a la derecha. Para poder hacer esto hoy hay que transformarse en un partido demócrata ligado lejanamente a las clases trabajadoras y, sobre todo, representar a unas capas medias en proceso de proletarización.

Tiempo habrá para analizar a fondo el discurso político de Sánchez. Un asunto tiene, a mi juicio, mucha importancia; lo que pretende este PSOE es demostrar a los poderes fácticos, (desde la Troika al Ibex-35) que ellos son los únicos capaces de frenar y controlar a Podemos y asegurar el futuro del régimen en las nuevas condiciones de la España, periferia de una UE dirigida por Alemania. El PP no da la talla y su continuidad en el gobierno, como Juan Carlos, pone en peligro a la monarquía reinante y con ello los delicados equilibrios necesarios para un régimen, por así decirlo, post 78. Esa tarea es la propuesta de Sánchez, la misma que hizo Felipe González en el 82.

El territorio comunicacional y discursivo que va a marcar Pedro Sánchez tiene mucho que ver con eso que se ha llamado la centralidad del tablero: el PSOE es el único partido capaz de forjar alianzas, de asegurar a la vez continuidad y cambio y, en último término, garante de la estabilidad del sistema. Hay que cambiar para que los poderes que deciden y mandan puedan seguir haciéndolo en nuevas condiciones. ¿Cuál es la condición básica para que Sánchez gane? El apoyo masivo de los medios.

El PP de nuevo se encuentra con un dilema que vivió Fraga, que soportó Aznar y que, de nuevo, sufre Rajoy: ellos son los “representantes orgánicos” de los poderes económicos, pero no son el partido capaz de asegurar la estabilidad y la continuidad de un régimen que vive una difícil transición. Los que mandan harán como siempre, “invertir” en ambos lados y decantar la partida, en función del bloque de unidad popular en construcción en torno a Podemos.

La agenda parece clara: un mensaje redondo, sin aristas, centrado en la lucha contra el paro y la corrupción. El trasfondo, resucitar de nuevo un “patriotismo constitucional” que ya fracasó y que ahora renace de sus cenizas para intentar, paradójicamente, solucionar los llamados problemas territoriales del Estado. Pronto aparecerá, debe de ser uno de los temas más complejos, la necesidad de reformar la Constitución. La idea que va a ir emergiendo, a mi juicio, es clara, reformar la Constitución para asegurar la continuación de la misma e impedir un proceso constituyente.

Comunicacionalmente, insisto, la propuesta de Pedro Sánchez es, en muchos sentidos, similar a la operación Felipe VI: hay que asegurar por todos los medios la continuidad de la “constitución material” que se ha ido configurando en estos años de crisis. La clave es partir de lo ya ganado por los poderes fácticos, es decir, la Constitución del 78 ya no volverá, no se modificará el art. 135 y, desde luego, nadie cuestionará los tratados firmados con la Troika que nos sitúan como un país subalterno extremadamente dependiente y en transición al subdesarrollo económico y social. Estas son conquistas ya obtenidas por el capital y que, bajo ningún concepto, están dispuestos a cuestionar, y el PSOE lo sabe.

Afirmar una agenda política es, muchas veces, negar otra, es decir, concentrar la atención en el dedo que tapa la luna. Lo que quedará fuera del debate también estará claro; por ejemplo, la política exterior y de defensa, íntimamente ligada a los intereses de la administración norteamericana y teniendo a Rota y a Morón como vanguardia de la OTAN en un mundo que tiende aceleradamente a la multipolaridad.

Quedará fuera del debate el Tratado Trasatlántico, TTIP, que engancha asimétricamente a la UE a los intereses geoeconómicos de EEUU, a mayor gloria de las grandes transnacionales. ¿Es posible defender nuestro débil estado del bienestar, los derechos sociales apoyando este tipo de acuerdos?

Quedará fuera también la UE y sus inmensos dilemas. La Grecia de Syriza lo expresa con muchísima claridad: un chantaje político financiero de todos y cada uno de los países de la eurozona contra un pueblo que se “equivocó” votando por una propuesta democrática que aunaba la defensa de las mayorías sociales con la soberanía y la dignidad de un pueblo cruelmente agredido por un “sindicato” de acreedores dirigidos por la señora Merkel.

Quedará fuera, sin duda alguna, la necesidad imperiosa de reafirmar la soberanía popular al servicio de una democracia sustancial y efectiva. La UE no solamente es una institución básicamente antidemocrática sino que, como la vida pone de manifiesto, limita los derechos de los pueblos, erosiona sistemáticamente el estado social y liquida los derechos sociales, sindicales y laborales, sobre todo, en el Sur de un Norte rico y poderoso.

Quedará fuera el control democrático de las finanzas y la cuestión central de la deuda. Dar estabilidad es asegurar que ésta se pagará, pase lo que pase, y que se hará política, como hacen Hollande o Renzi, en los estrechos márgenes que deja la Troika, eufemísticamente llamada hoy “instituciones” de la Unión.

El “patriotismo constitucional” será perfectamente compatible, como ya lo fue en el pasado, con un Estado centralista y oligárquico cada vez más dependiente de los poderes extranjeros y de unas transnacionales en vías de convertirse en “estados privados sin fronteras”, sin control democrático alguno y, lo que es peor, imponiendo sus intereses por medio de una corrupción que ha devenido en sistémica.

Se podría continuar y continuaremos. Al final, el asunto es más simple y más claro de lo que venden los discursos políticos: restauración o ruptura democrática, continuidad o cambio real, defensa de la soberanía popular y de los derechos sociales o tiranía de unos poderes económicos que, como ya sabemos, son insaciables. Lo que queda es ser coherente con lo que decimos: el capitalismo que surge en y desde la crisis es incompatible con los derechos sociales y con la democracia de los de abajo.



miércoles, 10 de junio de 2015

¿Podrá Podemos? Sí se puede, como lema y desafío

El objetivo táctico es derrotar al Partido Popular; el estratégico es derrotar al bipartidismo como forma precisa y concreta de organizar el poder político para que los que mandan de verdad y no se presentan a las elecciones sigan imponiendo sus intereses y decisiones. Así de claro, así de preciso. Todo lo demás debería ser secundario. Podemos tiene la fuerza y la responsabilidad histórica de organizar la alternativa a la enésima restauración borbónica y oligárquica en marcha. Este debería ser el punto de partida.
Ahora se lleva mucho decirle a Podemos lo que debe hacer y hasta cómo hacerlo. Tiene su lógica: se reconoce que la partida política en juego se gana o se pierde según lo que haga o no haga el partido de Pablo Iglesias. El asunto no es nada fácil. De un lado, se deben gobernar unos resultados electorales que dan un enorme poder institucional a Podemos, pero que van a reforzar también a su principal competidor electoral, el PSOE; de otro, el bloque alternativo se ha hecho más heterogéneo, más plural, con nuevas formas de liderazgos que transcienden el marco local y hasta regional. Hay, por así decirlo, un doble componente, forma-partido, forma-movimiento, que se han reforzado y se han retroalimentado no siempre armoniosamente.
No tiene demasiado interés —creo— hablar de futuros escenarios partiendo de estas singulares elecciones. Estas eran, con mucho, las más difíciles para Podemos. Inventarse organizaciones, resistirse al pesado juego de las encuestas y sustraerse a las tentaciones de unos poderes institucionales que parecían al alcance de los votos fueron siempre tareas muy complicadas para partidos hechos y más o menos derechos; para Podemos eran desafíos radicales. Ahora las cosas son diferentes, diría que sustancialmente diferentes: tres actores representando tres espacios político-electorales se van a enfrentar y tendrán cara y ojos singulares. La presencia de Ciudadanos va a depender más del PP y —atención— del PSOE que de ellos mismos. Los poderes deben, en este momento, sopesar diversas alternativas y escenarios posibles. Lo dicho, tres espacios a desarrollar, fortalecer y ampliar. Este es el centro de la partida.
La reciente propuesta de Alberto Garzón va en la buena dirección, pero me temo que llega tarde y que tiene problemas no pequeños de credibilidad y de implementación. La posición de la que parte el candidato de IU es acertada; los problemas de la coalición dirigida por Cayo Lara son centralmente políticos, de carencias de dirección y de incapacidad radical para situarse en el territorio adecuado. El asunto es en muchos sentidos dramático: una buena organización, solidamente implantada y con referentes locales significativos, puede volverse políticamente prescindible porque no ha tenido una estrategia adecuada.
¿Resulta creíble que aquellos que se han opuesto a la unidad popular dirijan o tutelen el proceso de convergencia? ¿Tiene sentido que aquellos que no asumen responsabilidades políticas vayan dando lecciones de unidad y de pluralidad? Se trata de esto: IU ha sufrido una derrota política y no organizativa; para salir de ella se requieren otros fundamentos, otras prácticas y otros liderazgos, es decir, hace falta un revulsivo nítido, una señal clara de que se ha rectificado, de que se va en serio y hasta el final. Estamos hablando de meses, de pocos meses; no hay tiempo para tacticismos.
La clave, a mi juicio, es organizar en torno a Podemos, desde la autonomía de cada fuerza u organización, un bloque, un espacio político electoral que permita construir una forma-movimiento capaz de convertirse en alternativa al bipartidismo dominante; hacer una propuesta que tenga como lema, referente e imaginario, el Sí se puede que hemos ido proclamando desde el 15M, grito de los de abajo, que expresa un desafío, una esperanza que debe convertirse en propuesta política y en fórmula electoral. Partimos de la idea de que se trata de una ocasión única y que su éxito o fracaso puede marcar el destino de nuestros país durante muchos años

En mi opinión, para lograr esto haría falta, en primer lugar, un discurso político claro que sintetice en propuestas concretas las demandas, las aspiraciones de las mayorías sociales; en segundo lugar, construir una alternativa electoral que tenga como base las nacionalidades y comunidades autónomas; en tercer lugar —no será fácil— desarrollar fórmulas de democracia participativa que impliquen a las gentes más allá de la militancia partidaria como ha ocurrido en diferentes lugares en éstas últimas elecciones; en cuarto lugar, buscar alianzas programáticas con los movimientos sociales; y en quinto lugar, un candidato o candidata que sea capaz de expresar estos anhelos y esperanzas. Yo tengo mi propuesta.

Publicado en Cuarto Poder