jueves, 2 de diciembre de 2010

Encuentro en la Habana

En el marco del Coloquio Internacional sobre el Bicentenario organizado por Casa de las Américas, tuvo lugar el encuentro de Fidel Castro con intelectuales hispanoamericanos participantes en el evento Leer mas



miércoles, 17 de noviembre de 2010

La cuestión comunista, después del "comunismo"




Prólogo al libro de Lucio Magri




No está fuera de lugar recordar aquí una anécdota que nos contaba el difunto Paul Baran a su regreso de un viaje a Europa, probablemente, alrededor de 1960. Durante su estancia en Roma había sostenido una larga discusión (en ruso) con Togliatti, dirigente del PC italiano. Las preguntas de Baran traslucían su escepticismo en cuanto a la compatibilidad entre la táctica electoral y parlamentaria del PC italiano y la teoría marxista-leninista del “Estado y la Revolución”. Togiatti le respondió con otra pregunta. Es fácil hablar de revolución cuando se vive en los Estados Unidos, donde no existe ningún partido obrero de importancia, dijo. ‘¿Pero, qué haría usted si estuviera en mi lugar, si fuera responsable de un partido de masas al que los obreros confían la representación de sus intereses aquí y ahora?’ Baran se reconoció incapaz de ofrecerle una respuesta satisfactoria”. (Del artículo “El nuevo reformismo” de Paul M. Sweezy y Harry Magdoff. Monthly Review, mayo de 1976)
Para una persona de mi generación, presentar un libro de Lucio Magri dedicado a la historia del Partido Comunista Italiano es fácil y a la vez difícil; fácil, porque él y el grupo que ayudó decisivamente a fundar, Il manifesto, fue un referente insustituible para aquellos que en esa época empezábamos a pensar en comunista; difícil, porque nos topamos con una trama histórica, en muchos sentidos dramática, en la que la ruptura generacional pesa muchísimo. ¿Cómo explicarle a un joven de hoy la historia de un movimiento que protagonizó el siglo XX y que se saldó con una gigantesca derrota? ¿Cómo explicarles que hubo muchos “comunismos” y que éstos suscitaron en millones de personas, comunes y corrientes, una descomunal pasión revolucionaria y un coraje moral e intelectual únicos?
Este último aspecto es de los más inquietantes del libro: el comunismo, los comunismos, no parecen haber dejado herencia, legado y legatarios, sino sólo derrota, negatividad y, eso sí, una permanente y sistemática agresión a su historia, como si se quisiera convertir su momentánea muerte en definitiva: escarnio y lodo, crimen y represión, en eso consistiría la esencia de un movimiento que llevó a la política a millones de seres humanos y que atemorizó a los poderes dominantes de tal modo, con tal intensidad, que hoy necesitan periódicamente exorcizar al fantasma que una vez recorrió el mundo para que no emerja de nuevo de la ultratumba.
Nuestro autor intenta explicar esto partiendo de la riquísima historia del mayor partido comunista de Occidente, en el contexto de un mundo en permanente conflicto y transformación y de una Italia convertida “en caso”, en singularidad digna de ser analizada y estudiada. En estos momentos de derrota, confusión y pérdida de horizontes alternativos de la izquierda europea, la reflexión sobre la “cuestión comunista” sigue siendo, en opinión de Magri, pertinente y, en muchos sentidos, obligatoria, precisamente para fundamentar un nuevo pensamiento emancipatorio.
Preguntarse por qué millones de personas vivieron la política como instrumento de liberación, el comunismo como acción colectiva al servicio de una pasión justiciera y la militancia (organizada) como compromiso político-moral es identificar uno de los nudos decisivos que hicieron posible las grandes transformaciones de nuestra época. Es cierto que poco queda hoy de aquellas sociedades que se planteaban explícitamente el socialismo y que la izquierda realmente existente apenas es una sombra de lo que fue. Magri sabe que el mundo del comunismo tal como lo conocimos ha terminado y que las nostalgias ayudan poco a comprender el pasado e iluminar el porvenir. Simplemente constata que, de un lado, la problemática comunista sigue estando presente, de una u otra forma, en nuestras sociedades, es decir, que la tarea histórica de superar el capitalismo sigue siendo hoy, seguramente aún más que antes, una necesidad, y que el tiempo apremia; de otro lado, que la fundación del proyecto emancipatorio socialista exige medirse con el pasado, con el socialismo real y con aquellas experiencias, como la del PCI, que intentaron construir una vía original y, en más de un sentido, alternativa a lo existente.
Otra pregunta es también obligatoria: la de cómo y por qué un ideal de emancipación devino en despotismo y tiranía para las mayorías sociales y por qué fue aceptado como bueno y benéfico por millones de hombres y mujeres que en condiciones terribles (en China, Vietnam, Indonesia, Cuba, Argelia, Palestina) apoyaron el socialismo realmente existente. La famosa doppiezza del PCI tenía que ver centralmente con esto: afirmar la autonomía del proyecto de la vía italiana al socialismo y aprovechar la fuerza del campo socialista (frente al imperialismo norteamericano) para hacerlo posible, viable.
Lucio Magri, lo cuenta en el libro, ingresó en el Partido Comunista Italiano en 1958. Su biografía política, más común de lo que pudiera parecer hoy, se inicia en la juventud de la izquierda católica y continúa en el Partido Comunista. Fue un revolucionario profesional (él nunca admitiría la palabra funcionario) que siguió el itinerario habitual de aquellos que se dedicaban a esta especifica actividad (siempre sacrificada y mal remunerada): secretario de federación local, miembro de de la secretaría regional lombarda y, posteriormente (previa entrevista, muy significativa, por lo demás, con Togliatti), del aparato central del Partido, en concreto, en el departamento dirigido por Giorgio Napolitano. Intervino activamente en los riquísimos debates del comunismo italiano de los años 60, siendo expulsado, después de crear la revista Il manifesto, en 1970. Durante años fue el Secretario General del PDUP (Partido de Unidad Proletaria), realizando una labor política muy intensa y teóricamente innovadora, intentando poner la problemática comunista y la revolución en Occidente en el centro de la revuelta social y la protesta estudiantil en el “largo 68 italiano”.
En el año 80 vuelve al Partido Comunista Italiano, en un momento crucial, cuando Berlinguer (esto sigue siendo muy polémico hoy) gira hacia la izquierda tras el fracaso del “compromiso histórico”.Cuando Occhetto, sin debate previo y de forma improvisada, propone la disolución del PCI es uno de los que se opone con argumentos para nada oportunistas (el más que sugerente apéndice del libro dice muchas de sus razones y de sus convicciones) y lo hace no en nombre de viejas ortodoxias o de antiguas nostalgias (como los medios de comunicación insistieron una y otra vez) sino desde la necesidad de recuperar lo mejor de la tradición partidaria y refundar el proyecto del comunismo italiano. Con fuertes dosis de escepticismo participa en la creación del Partido de la Refundación Comunista. Más adelante abandonó dicho partido ante lo que él entendía como una deriva sectaria y maximalista insuficientemente refundadora. Los últimos años, fuera ya de la política activa, los dedicó a escribir este libro que hoy presentamos, es decir, la historia de 50 años del comunismo italiano.
Estamos aquí ante un libro singular sobre un partido singular. El tipo de trabajo que Magri realiza (luego abundaremos más sobre ello) es una valoración personal, una historia razonada del movimiento obrero, de la izquierda y del comunismo italiano en una etapa histórica precisa que por su trascendencia europea y, yo diría, mundial, le obliga, de una u otra forma, a interpretar acontecimientos esenciales de lo que fue el movimiento comunista internacional. Magri lo hace con un peculiar estilo intelectual, muchas veces en primera persona y arriesgándose por los peligrosos senderos del análisis contrafactual. Si algo identifica la metódica que emplea recurrentemente en el libro es su obsesión antideterminista: lo que ocurrió tenía otras posibles alternativas, otros nudos de explicación e intervención. Para decirlo más claramente: siempre hubo otras posibilidades en juego y las cosas se podrían haber hecho de otra forma. Una y otra vez, ante cada episodio significativo, el autor interviene dando opinión y argumentando, creo que coherentemente, otras posibles salidas.
La tesis central del libro es clara y explícita desde el primer momento: la singularidad del comunismo italiano. Su especificidad histórica tiene que ver con la construcción en la práctica, y en parte en la teoría, de una auténtica y verdadera “tercera vía” frente a la socialdemocracia europea y frente al comunismo soviético. La así llamada “vía democrática al socialismo”, con sus ambigüedades y contradicciones, fue la expresión más profunda de este singular camino, más producto de la práctica y de la experiencia colectiva que de desarrollos teóricos elaborados. El antecedente (genoma) Gramsci fue siempre inspiración, fundamento último de una estrategia no siempre compatible con la práctica. Magri, paradójicamente viniendo de él, hace una valoración muy positiva, no exenta de crítica, de la figura de Togliatti (convertido en “perro muerto” por los “ex comunistas” italianos).
Los cambios radicales que se producen en las relaciones internacionales con la guerra fría y la política de bloques, las respuestas que desde el bloque soviético se fueron dando a las diversas iniciativas puestas en marcha por el imperialismo norteamericano, son analizadas pormenorizadamente (las páginas sobre la Kominform son antológicas) y puestas en relación con las políticas que realizaba el grupo dirigente del PCI. Con mucho vigor polémico, analiza asuntos como lo sucedido en Polonia, Hungría, Checoslovaquia o China y critica, desde fundamentos poco usuales, las ambigüedades de Togliatti y del grupo dirigente sobre el estalinismo, así como sus consecuencias para la “vía italiana al socialismo”.
Para continuar, parece necesario referirse a la metódica que emplea Magri. Ésta es, por lo demás, muy típica de la cultura del comunismo italiano de raíz gramsciana-togliattiana: primero, atención preferente a lo nacional-estatal, es decir, a la especificidad italiana, a la peculiaridad de su capitalismo y de su desarrollo histórico-social; en segundo lugar, individualización de las transformaciones ocurridas en la clase trabajadora, en su composición social y político-cultural, desde un punto de vista que privilegia el complejo y heterogéneo mundo de las clases subalternas y de las alianzas sociales; en tercer lugar, la lucha política en sus relaciones con el movimiento social y con el trabajo institucional. Clases subalternas, movimiento social, organización político-partidaria e instituciones del Estado, aparecen permanentemente interrelacionadas, configurando una determinada fase histórica; en cuarto lugar, las grandes tendencias del capitalismo imperialista mundial y sus conexiones con lo nacional-estatal. Lo internacional, los aspectos político-militares, nunca son algo externo y secundario, sino constitutivo, aunque diferenciable, de la correlación de fuerzas que hay que transformar y modificar.
El Partido de masas, el “Partido nuevo” es el instrumento a través del cual las clases subalternas pretenden convertirse en clases dirigentes y es, a su vez, un agente privilegiado, pero no único, de la transformación social. Como recogen también las memorias de Rossana Rossanda y de Pietro Ingrao, el partido de masas, sólidamente insertado en la realidad social, parte de la vida cotidiana de centenares de miles de personas, y es conformador de una verdadera cultura popular y creador de un imaginario colectivo enraizado en procesos reales de transformación social. Esta parte de la historia nos la perdimos las generaciones que no vivimos la República y la Guerra Civil. En la España de la transición democrática nunca tuvimos en la izquierda los grandes partidos de integración de masas y, por eso, nos cuesta tanto entender la singularidad de un proceso histórico que tenía al hombre y la mujer común como protagonistas y sujetos de la historia.
El elemento clave del análisis es lo que en la tradición comunista italiana se ha llamado la fase, es decir, comprender el momento histórico en el que se está, sus elementos individualizadores básicos y los nudos de las contradicciones sociales que expresan. Análisis de fase, entender la fase, insertarse en la fase, le ha permitido a la izquierda comunista italiana conocer la realidad en su dinámica, en su movimiento, buscando siempre lo nuevo, las discontinuidades históricas y desde ellas y con ellas, hacer política. Me perdonará Magri si le digo, a estas alturas todo se puede decir, que es el método que nos enseñó el viejo Ingrao, más seguramente como poeta que como dirigente revolucionario. Es esa cosa extraña y confusa que llamamos dialéctica, ese modo fino de pensar la realidad (en el pensamiento, no queda otra) de la que nos hablaron el Me-ti de Bertolt Brecht y mi maestro Manolo Sacristán, en definitiva, un arte, como lo es toda política revolucionaria verdadera (la otra, también; dicho sea de paso, eso del pensar no admite las fronteras del “pensar correcto”).
Hay un momento en la narración que hace Magri que tiene mucha importancia y que también ocurrió entre nosotros. Me refiero a la cuestión del trabajo político en las fábricas. Con acento crítico, Magri señala que se fue produciendo una división del trabajo político cada vez más acentuada entre el partido y el sindicato. El primero privilegiaba el trabajo en el territorio y en las instituciones, mientras que el segundo se centraba en el mundo del trabajo visto desde la fábrica. Nuestro autor señala que, si bien es cierto que la mayoría de las veces el sindicato iba por delante del partido y que en el terreno de la innovación y de la práctica el sindicato fue muchas veces más audaz y más revolucionario, digámoslo así, que el partido, la pérdida de un referente político orgánico en las fábricas, en un momento en que las clases trabajadoras y el conflicto social emergían, significó, desde el principio, un límite importante tanto para el partido como para el sindicato, lo cual no dejaría de tener consecuencias, sobre todo en el momento en el que la patronal y el gobierno iniciaron la contraofensiva.
.Un asunto interesante del libro tiene que ver con la relación del sujeto-Magri con la historia que cuenta. Él ha sido un protagonista, secundario si se quiere, pero protagonista al fin y al cabo, de la historia que relata. Magri es consciente del problema y para remediarlo se “inventa”, con mucho sentido común, una hermenéutica capaz de darle objetividad y distanciamiento. El procedimiento que emplea se basa en tres recursos: “El primero de ellos consiste en introducir en la narración, cuando tiene, al menos, un mínimo de importancia, cosas que yo mismo he dicho y he hecho durante ese periodo, aplicando el mismo criterio crítico reservado a otras posturas diferentes, es decir, reconociendo errores y reivindicando méritos. O sea, sin falsa modestia, ni versiones acomodaticias. El segundo recurso es el de utilizar, contra mi parcialidad, como antídoto, la presunción de quien se cree aún lo suficientemente inteligente como para reconocer las razones de los errores que ha compartido y la porción de verdades importantes mezcladas con éstos y que han sido reconocidas o reprimidas. El tercer recurso, obvio, pero aún más importante, es el compromiso de atenerse lo más posible a hechos documentados” .
No conviene equivocarse: el libro de Magri (sin notas y sin aparato bibliográfico) es un producto intelectual y militante hecho con rigor, múltiples lecturas, consulta minuciosa de documentos y contraste de fuentes tanto primarias como secundarias.
Seguramente, el núcleo más significativo del libro (obviamente tiene mucho que ver con su biografía política) es el debate comunista, que incluye a toda la izquierda italiana de los años 60. Magri analiza pormenorizadamente las cuestiones que estaban en el fondo del debate e ilumina elementos (auténticas leyendas urbanas) como el llamado “ingraísmo” o el papel que cumplió en toda esta historia Giorgio Amendola. Como siempre, la cuestión central fue el análisis de la fase. En concreto, de cuatro cuestiones interrelacionadas: el capitalismo italiano, su desarrollo y sus tendencias básicas; el centro izquierda, su naturaleza y su futuro; la cuestión del programa organizado en torno a conceptos novedosos en ese momento y que tenían mucho que ver con la “vía italiana al socialismo”. Me refiero a la apuesta por un nuevo modelo de desarrollo, la cuestión de las reformas estructurales y su conexión con la lucha de los trabajadores que, como no se cansa de señalar Magri, son los auténticos protagonistas de la década. Un cuarto aspecto tiene que ver con la espinosa cuestión del Partido y de sus reglas de funcionamiento.
No es este el lugar para hacer un análisis pormenorizado de lo que todo este debate implicaba. Duró toda la década y tuvo sus aspectos culminantes en la Conferencia de 1962 del Instituto Gramsci sobre el desarrollo del capitalismo italiano; continuó, más o menos pacíficamente, hasta la Conferencia Obrera de Génova del 65 y explotó en el XI Congreso del PCI en enero de 1966. Este fue algo más que una contraposición entre Amendola e Ingrao y tendría consecuencias enormes apenas unos años después, en eso que Magri llama el “largo 68 italiano”. La izquierda “ingraiana”, que fue durísimamente golpeada por el aparato, se anticipó a la revuelta obrera y estudiantil y situó temas fundamentales que, desde la propia lógica de la vía italiana, engarzaba con lo nuevo y abría la posibilidad de un giro a la izquierda del país. Gentes como Lombardi en el PSI o como Lelio Basso o intelectuales de la talla de Panzieri o Tronti, desde puntos de vista muy diferentes, coincidían en esta posibilidad de giro a la izquierda y la derrota del bloque conservador que se articulaba en torno a una democracia cristiana en crisis.
Ciertamente, las cosas no siguieron este camino. La expulsión del grupo de Il manifesto y la nueva línea política que fue emergiendo, en los durísimos “años de plomo” y que se llamaría “compromiso histórico”, significaron muchas cosas. En primer lugar, se rompió la conexión con una parte del movimiento y, especialmente, con los jóvenes; en segundo lugar, el Partido perdió peso en el conflicto social y encontró muchas dificultades para establecer nexos entre lucha social y alternativa política; en tercer lugar, la marginación de la izquierda debilitó al Partido, le limitó capacidad política y de intervención y, al final, le restó militancia. El PCI vio como, de año en año, incrementaba sus votos y perdía afiliados, con una juventud comunista incapaz ya de representar a las nuevas generaciones.
La historia es conocida y no queremos hacer más larga esta presentación. Pienso, con Magri, que este debate es un nudo crucial para explicar el por qué en el 89 se disolvió el Partido Comunista Italiano. Como él dice, la disolución fue una catástrofe política, no solo para los trabajadores y la izquierda italiana sino para la propia democracia italiana: miles de hombres y mujeres abandonaron la política activa y engrosaron la masa anónima de una democracia ya sólo electoral, en manos de las empresas. No es para nada casual que de esos restos acabara emergiendo Berlusconi y, seguramente, el único partido realmente de masas hoy en Italia, la Liga Norte.


Manuel Monereo Pérez
Madrid, 14 de Octubre de 2010


martes, 12 de octubre de 2010

Después de la huelga general: construir la alternativa de la izquierda






Armando Fernández Steinko y Manolo Monereo Pérez


La Huelga General del 29 de Septiembre ha sido un éxito del movimiento obrero organizado y de la izquierda social si tenemos en cuenta las condiciones de partida. Estas condiciones eran y siguen siendo las siguientes: a) el aumento de la heterogeneidad de las clases subalternas pero también de su predisposición a la lucha; b) el ataque radical y sistemático a los sindicatos y a los derechos sociales de los trabajadores y trabajadoras por parte de la derecha económica y política; c) el aún persistente desprestigio de las grandes organizaciones sindicales entre una parte significativa de la población, sobre todo por su apoyo a Zapatero en los primeros años de la crisis ; d) la debilidad de lo que podríamos llamar la izquierda alternativa, su escasa presencia institucional y su frágil implantación social.

1.

El ataque de los medios de comunicación a la huelga y a los sindicatos que la convocaban ha sido casi unánime. Esto dice mucho sobre la coyuntura política y la correlación de fuerzas que se ha ido configurando desde el estallido de la crisis financiera. Políticamente resulta decisiva en este momento la conformación de una derecha extrema, dura y revanchista que va más allá del Partido Popular, y que tiene como referente a Esperanza Aguirre.

Esta derecha desarrolla una estrategia de masas. Su núcleo argumentativo es la falta de legitimidad histórica de la izquierda social, cultural y política española y por eso no es casual que en el centro de su propuesta esté la revisión del pasado y la disputa sobre la memoria histórica. Tampoco es casual que tenga un acceso privilegiado a los medios de comunicación de masas financiados por los grandes grupos de poder económicos del país y del poder financiero en particular.

En segundo lugar, asistimos a una estrategia ofensiva por parte del PP destinada a provocar un desgaste sistemático del PSOE y a conseguir una mayoría absoluta en ambas cámaras. No hay ninguna duda de que esta derecha apuesta por una estrategia “reaganiana” de confrontación radical y abiertamente neoliberal. Su actitud ante la huelga dice mucho de lo que piensan hacer en el futuro: apoyo nítido y sin fisuras a la patronal y ataque a los sindicatos, desde un punto de vista que considera a los derechos sociales y sindicales obstáculos a superar para la así llamada salida a la crisis.

En tercer lugar, la huelga ha puesto de manifiesto la crisis del zapaterismo que es algo más que el PSOE. Sedujo a una parte sustancial de la izquierda política y social en los años del capitalismo inmobiliario y supo neutralizar el conflicto de clase desde una explícita alianza estratégica con los grandes poderes económico-financieros del país. De todo el entramado creado por el Gobierno y el Psoe, lo único que queda en este momento es la persistencia de su pacto de hierro con la oligarquía financiera, sus relaciones de servidumbre con la jerarquía eclesiástica y con la monarquía borbónica. Se ha acabado convirtiendo en el administrador de sus intereses generales y todas sus políticas van encaminadas a garantizar un trasvase gigantesco, de abajo a arriba, de rentas del trabajo hacia los propietarios del capital financiero, una casta que, literalmente, ha asaltado el Estado apropiándose del los bienes públicos.

La nueva (contra) reforma laboral tiene que ver mucho con todo esto. Su objetivo es debilitar al movimiento sindical y al núcleo central de las clases trabajadoras que le prestan su apoyo, que secundan sus movilizaciones y que representan o pueden llegar representar a sectores muy amplios de la sociedad.

2.

Después de la huelga nada será igual. La sima que se ha abierto entre el gobierno y los sindicatos debería ser duradera y tendrá, presumíblemente, varias consecuencias. La primera afecta a la estrategia de los sindicatos. Es más que probable que el gobierno no negocie los aspectos centrales de su propuesta y a los sindicatos no les quedará otro remedio que cambiar de política con el fin de prepararse para una resistencia sostenida a medio plazo. Es obvio que “la salida neoliberal a la crisis del neoliberalismo” debería ser es incompatible con un sindicalismo honesto, por reformista que este pueda ser, con el pacto constituyente entre capital y trabajo, con las formas de concertación social que han prevalecido casi siempre desde la transición política. Esta es la cuestión clave y los desafíos que pone encima de la mesa son muy grandes.

La segunda consecuencia de esta huelga afecta a la centralidad de la política. Al movimiento obrero no le quedará más remedio que poner en un primer plano su carácter sociopolítico pues una buena parte de la batalla se librará a partir de ahora en el terreno estrictamente político. Esto les obligara a plantearse la difícil cuestión de contribuir, directa o indirectamente, a la construcción de una alternativa de izquierdas a la ofensiva de los poderes económicos y al propio gobierno de Zapatero, una alternativa no meramente electoral, que exige la construcción de una nueva cultura, de nuevos valores, de una nueva forma de estar en el mundo.

3.

Se puede decir por tanto, que la izquierda vive en nuestro país una situación de emergencia. En situaciones así son necesarias ideas claras, convicciones profundas, lucidez estratégica y apuestas personales comprometidas. No es el momento de las pequeñas ambiciones, de las actitudes cobardes y timoratas.

Nos encontramos en un momento fundacional, constituyente. Lo que está en juego es si en este país, en un contexto histórico marcado por la mayor crisis del capitalismo desde los años 30, va a existir o no un referente de izquierdas con vocación de alternativas de sociedad y de poder. No nos debemos equivocar demasiado, en última instancia lo que se dirime es la entera legitimidad del sistema político vigente y su cualidad democrática.

Izquierda Unida ha sabido sortear, mal que bien, una situación difícil. Sin embargo sus principales dirigentes siguen pensando, más allá de las declaraciones de intenciones, que es el referente único y exclusivo del conjunto de la izquierda alternativa. Siguen pensando erróneamente, soñando mundos inexistentes, que todo lo demás que se mueve en la izquierda se nutre de actitudes oportunistas, de espacios políticos marginales y de conspiraciones palaciegas.

La enésima “operación verde” pretende construir un referente homologable con el partido verde europeo olvidando que la cuestión social y el conflicto de clase están en el centro de las preocupaciones ciudadanas; que las cuestiones identitarias, si son solidarias y no abonan un independentismo que suele apoyar las finalidades últimas sus burguesías nacionales, sólo pueden generar dinámicas emancipatorias si se funden con el rojo. La unión del rojo con el verde y lo identitario no solo es un elemento decisivo de cualquier alternativa de izquierdas, sino que es fundamental para darle a la reconstrucción ecológica de nuestras sociedades y a la configuración plurinacional y federal del Estado una salida realista y solidaria.

En el futuro inmediato probablemente prevalezca la fragmentación, la división y la disputa por un espacio político-electoral que, lejos de ensancharse, más bien tiende a estancarse.

Pero ¿no es absolutamente obvio que existe la necesidad, pero también la oportunidad histórica, de construir un referente alternativo de la izquierda después de una huelga general como la que hemos vivido y dada la crisis de representación por la que atraviesa actualmente una parte importante de la sociedad ante la deriva abiertamente neoliberal del gobierno de Zapatero?

¿Realmente podemos permitirnos seguir con la rutina de siempre y hacer prevalecer de nuevo las lógicas de poder y del reparto de los aparatos en función de unos intereses electorales mezquinos y a corto plazo que poco deberían tener que ver con las tradiciones emancipatatorias de la izquierda?.

¿No es posible organizar una plataforma común de las izquierdas del Estado español en torno a un programa antineoliberal, apoyada en el empoderamiento de la ciudadanía, en alianza sincera con los diversos y activos movimientos sociales realmente existentes utilizando las elecciones municipales y autonómicas para darle un impulso decisivo, esta vez si, a la democracia participativa, a la convergencia social, política y cultural de todas las izquierdas alternativas del Estado?

El tiempo apremia.

viernes, 8 de octubre de 2010

jueves, 16 de septiembre de 2010

La Democracia del Socialismo: la construcción social de la alternativa al capitalismo realmente existente.






Prólogo al libro de Marta Harnecker



1.-Prologar un nuevo libro de MH supone siempre una oportunidad para la discusión y el debate sobre los desafíos del movimiento popular y de la izquierda política en América Latina. Basta observar con cierto detenimiento la recopilación de sus obras (in)completas que está sacando Rebelión para tomar nota de la enorme variedad de temas, de la pluralidad de contextos sociales y geográficos y de la insaciable curiosidad de una mujer comprometida desde siempre con las clases subalternas, con sus experiencias y luchas, con sus sufrimientos.

El estilo intelectual de MH es una difícil síntesis entre investigación social en sentido estricto, periodismo de nivel y reflexión política al servicio de una pedagogía de la liberación meticulosamente construida y organizada. Todo ello desde un punto, lo diremos sin eufemismos, explícitamente revolucionario basado en la tradición marxista.

Este estilo intelectual se ha forjado en la experiencia chilena de la Unidad Popular; en el contacto directo con las transformaciones en la Cuba socialista y sus relaciones con el “socialismo real”; con la guerrilla centroamericana y la Nicaragua del primer sandinismo; con los movimientos populares sudamericanos (su trabajo sobre los “sin tierra” brasileños es ejemplar) y sus no siempre fáciles relaciones con la izquierda política; en el análisis de la gestión municipal y de las diversas formas de participación y autoorganización puestas en practica por la izquierda en diversos países; en fin, con el complejo mundo de postneoliberalismo latinoamericano y la apasionante aventura intelectual y política del así llamado “socialismo del siglo XXI”.

Este libro pretende dar cuenta de la experiencia, de los problemas y de los desafíos de unos procesos que, no solo impugnan el neoliberalismo, sino que pretenden, en estos tiempos de derrotas y de hegemonía del neoliberalismo, nada más y nada menos que construir el socialismo a las alturas de un siglo apenas iniciado. La aventura es, sin duda, apasionante. Hay muchas cuestiones abiertas.

Lo primero, es preguntarse el por qué estos procesos, de nuevo, se dan en países periféricos y singularmente en America Latina. Lo segundo, individualizar “lo nuevo” de un socialismo que pretende realizar una crítica no solo teórica sino política y de masas a las experiencias anteriores, es decir, pasar de “las armas de la crítica a la crítica de las armas”, por así decirlo. Nada fácil pues. En tercer lugar, evaluar las consecuencias de dichos procesos en otros contextos geográficos y políticos marcados por una grave crisis del capitalismo y una “transición geopolítica” de grandes dimensiones.

2.-De todos es sabido que A. Latina fue el laboratorio mundial del neoliberalismo. Lo hizo al modo tradicional: mediante durísimos golpes de Estado coordinados y organizados por el poderoso “amigo del norte”. La doctrina de ”Seguridad Nacional” fue la cobertura y el instrumento para iniciar una “guerra de clases” contra los pueblos, las clases subalternas y las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda. No eran golpes de Estado “normales”, tenían la vocación y el propósito de de ser fundadoras: crear las condiciones económicas, sociales y político-culturales que hiciesen irreversible el capitalismo subalterno y dependiente; consolidar el poder de las oligarquías criollas y perpetuar la subordinación a los intereses estratégicos de los EE.UU. Perry Anderson, con su acostumbrada agudeza, denominó a estos golpes militares “contrarrevoluciones preventivas” cuyo objetivo y función fue “la de traumatizar a la sociedad civil en su conjunto con una dosis de terror suficiente para asegurarse de que no habría tentación ulterior de reincidir en desafíos revolucionarios contra el orden social vigente; para romper cualquier aspiración o idea de un cambio social cualitativo desde abajo; para eliminar definitivamente el socialismo de la agenda política nacional”(1).

Se trato de una verdadera (contra)revolución que significó un gigantesco proceso de ”acumulación por desposesión” al servicio del capital transnacional y de las élites locales; disolución de la viejas identidades políticas y sindicales y la desintegración de las clases trabajadoras sometidas a eficientes políticas de disciplinamiento y reeducación que combinaban desestabilización de las relaciones laborales con desprotección social, mercantilización universal y represión sistemática de derechos y libertades, es decir, el terror como momento constitutivo de la política; El “desmantelamiento del Estado”, realizado con el poder del Estado, con el objetivo explicito de aplicar sin obstáculos lo que posteriormente se definiría como ”El consenso de Washington” y, nunca se debe de olvidar, producir una radical distribución de poder hacia “arriba”, concentrando renta, riqueza y poder (el mediático, entre ellos) en proporciones nunca conocidas. Posteriormente vendrían las llamadas transiciones democráticas y los infinitos debates en torno a la caracterización de las nuevos Estados. No fue casual que el paradigma dominante terminara siendo el de la gobernabilidad: había que compatibilizar la democracia electoral con las enormes desigualdades sociales y el patrón económico (y de poder) dominante.

Es bueno, como hace MH, partir de esta realidad sin la cual no se puede entender unos procesos políticos y sociales que, precisamente, se organizaron y forjaron en la lucha contra dichas políticas neoliberales. Porque lo primero fue el conflicto social y la acción colectiva de nuevos sujetos, luego vinieron nuevas practicas de autoorganización (“piqueteros”, ”Sin tierra”) que recogían formas tradicionales presentes en la “memoria larga” de los pueblos y convertidas en “memoria corta” por los movimiento en contextos sociales muy diferentes y, esto es muy sugerente, que acabaron por converger en una síntesis histórica que anudaba la lucha contra la “colonialidad del poder” con lucha por la vida, por los bienes comunes de la Humanidad, en torno a los pueblos originarios, portadores de futuro porque fueron capaces de construir su memoria y dar sentido al tiempo y, por tanto, de la muerte.

Lo nuevo no ha sido solo esto, con ser ya mucho. La radical novedad ha consistido en el paso de la lucha y de la movilización social, de la resistencia, en definitiva, a plantearse el problema del poder. Las resistencias populares provocaron en última instancia la crisis de legitimidad de las políticas neoliberales y fueron el fundamento de las victorias electorales de la izquierda y del centro-izquierda en Latinoamérica. MH hace en este apartado un esfuerzo muy meticuloso y prudente para no caer en los estereotipos, claramente interesados, que pretenden trazar una línea fuerte y dura, un muro, entre las varias experiencias de los gobiernos postneoliberales; hasta arriesga una tipología de los mismos muy matizada y nada esquemática.

A estas alturas parece claro que los procesos de transformación social han estado marcados más por los contextos nacionales, por la hondura y la radicalidad de los conflictos sociales y las relaciones de poder, que por premeditadas estrategias políticas. MH señala con mucho acierto que Chávez llego al gobierno con un proyecto de “tercera vía” y que su radicalización posterior tuvo más que ver con la respuesta brutal de la oligarquía y de sus aliados imperiales a su moderado programa que a un proyecto elaborado de ruptura con el capitalismo. A mi juicio, lo determinante para explicar unas u otras derivas está relacionado con la existencia o no de una crisis nacional, de una crisis de Régimen. Cuando los procesos electorales (productos de precisos contextos nacionales) sancionan o inician cambios de Régimen (las nuevas constituciones representan mejor que cualquier otro dato dichos cambios), la radicalización programática y político- cultural se ha hecho más evidente y aparecen nuevos problemas y nuevas necesidades que empujan, por así decirlo, a horizontes socialistas.

3.- El meollo del libro es justamente este: intentar explicar el por qué emerge de nuevo la cuestión del socialismo en el contexto indoamericano y qué características lo irían definiendo como “construcción heroica” de los pueblos. El asunto no es nada fácil de dilucidar. MH narra con precisión como en el contexto venezolano va apareciendo el término hasta culminar en febrero del 2005 con la propuesta de Chávez de “inventar el socialismo del siglo XXI” como tarea de masas y como proyecto político a construir.

En general, tanto en Venezuela como en Bolivia y Ecuador, el programa real de las fuerzas populares implicaba una alianza social antineoliberal con contenidos claros nacionalistas, desarrollistas, democráticos y descoloniales .En el centro, la propuesta de nuevas constituciones concebidas como programa y hoja de ruta de las transformaciones, es decir, nuevos regímenes, nuevas legitimidades y las consagración jurídica de las aspiraciones de las mayorías sociales. La cuestión del socialismo aparece cuando convergen la reacción brutal de las clases dominantes, la permanente ingerencia de EEUU y las respuestas populares en defensa de las reformas; para decirlo más claramente, es la necesidad de cambiar el patrón de poder dominante lo que desencadena el cuestionamiento del capitalismo y abre el horizonte del socialismo.

“Inventar el socialismo del siglo XXI” implica dar respuesta, al menos, a tres conjuntos de problemas:

Primero, medirse con el “socialismo real”. Las afirmaciones sólamente ideológicas no ayudan demasiado. Afirmar que aquello no era socialismo por su desviación del proyecto original, ahorra demasiadas explicaciones y dice poco de su descrédito político-cultural en el imaginario colectivo. Si analizamos dichas experiencias históricas con ojos limpios y desde un punto de vista emancipatorio, encontraremos un “material” extremadamente sugerente y rico que ayudará a entender las enormes dificultades, los inmensos desafíos, los errores y dilemas, de la transformación revolucionaria de nuestras sociedades.

Segundo, desde dicha critica, fundada en ella, refundar el proyecto socialista-comunista. Es conocido que los clásicos de nuestra tradición fueron muy reacios a dar ideas muy acabadas de la futura sociedad emancipada. A lo máximo que llegaron fue a formular un conjunto de principios ético-jurídicos e hipótesis, fundadas en experiencias históricas concretas, que daban “pistas” sobre el andamiaje político-institucional de la transición socialista. No mucho más. El por qué de esto, y sus consecuencias, sería largo de explicar y nos llevaría demasiado lejos. Baste indicar que los bolcheviques en el poder, en condiciones no clásicas, como las definió el viejo Lukacs, tuvieron que “inventarse” el socialismo y, para bien o para mal, lo definieron, históricamente, de una determinada manera. Del Lenin de ”El Estado y la Revolución” al del “Renegado Kaustky” va un tiempo muy corto, pero desde el punto histórico-social es enorme.
La tarea, sin embargo, es más ardua. La refundación exige medirse con los viejos y con los nuevos problemas. La crisis ecológico-social del planeta, las luchas de las mujeres y el pensamiento feminista y la crítica decolonial, entre otros, exige algo más que meros retoques al edificio. Se trata de una tarea fundadora y no de mera acumulación de problemas y de respuestas apresuradas.”Otro” socialismo es posible, podríamos decir.

Tercero, transformar los imaginarios colectivos. Es la derrota más dura. La tatcheriana afirmación de que “no hay alternativa” pesa como una inmensa losa sobra las conciencias de las gentes. En momentos como el presente de grave crisis del capitalismo, es un obstáculo político fundamental. Para esta tarea, la “construcción social” de la alternativa que se está ensayando en diversas partes de A. Latina tiene una dimensión política que va mucho más allá de sus fronteras.

La importancia del libro de MH tiene que ver centralmente con esto: dar cuenta, en tiempo real, de las transformaciones políticas y sociales que se están produciendo en diversos países con el objetivo explícito de construir una sociedad alternativa al capitalismo.

MH lo hace recogiendo experiencias y dándole un filo, me perdonará, teórico. Lo hace tirando del “hilo rojo” del viejo Marx, aprendiz de la Comuna de París, del Lenin “soviético” y de la experiencia yugoeslava. Su objetivo, mostrar que los “elementos de socialismo” que se están intentado en esta sociedades son un crítica, practica y teórica, a los viejos modelos y un esfuerzo extremadamente duro para ir construyendo ”desde abajo” una sociedad socialista. El desafío es enorme y la posibilidades de fracaso también.

Lo que está en juego es mucho y nos afectará a todos: si el socialismo es un modo de producir, consumir y socializar el poder, es decir, un modo de vida diferente y alternativo al capitalismo o es una continuidad de este, de una u otra forma, encaminada a propiciar nuevas formas de dominio y opresión.

Manolo Monereo.12 de septiembre del 2010


viernes, 10 de septiembre de 2010

La lógica del reparto y la Refundación


¿Realmente la fruta está verde?

Manuel Monereo

Por enésima vez y por los mismos protagonistas comienza la operación Verde. Es normal y nadie, insisto nadie, debería darse por sorprendido. El deterioro del PSOE es grande, IU no despunta (en las encuestas y en la sociedad) y sigue perdiendo efectivos y, lo fundamental, se abre un espacio político a la izquierda del zapaterismo, diremos que significativo. Todo ello en la vigilia de una Huelga General más que difícil a cuyo éxito hay que apostar con todas las fuerzas ideales, morales y organizativas.

Que IC esté en la operación desde el principio de los tiempos a nadie puede extrañar. Hablar de deslealtad y demás juicios morales es más rabieta que verdad: nunca lo han ocultado, los hechos lo han confirmado una y otra vez y, cosa no menor, el PCC lo ha legitimado (a priori o a posteriori) siempre, como muestra, las últimas elecciones europeas. Rasgarse las vestiduras y poner cara de ofendido no arreglará nada y lo empeorará todo.

La política tiene sus reglas, no son muchas y, además, no son fáciles de definir, pero existen. Cuando hace mucho tiempo algunos hablábamos de Refundar la izquierda (que no IU) constatábamos dos cosas: que IU estaba agotada como formula política y que era necesario iniciar un proceso constituyente para fundar una nueva fuerza de la izquierda alternativa. No éramos inocentes, sabíamos que, de un lado, la lucha por la hegemonía ideal y programática sería (como siempre) un problema básico que solo se podría resolver con reglas claras, democracia y consenso. De otro lado, que las estructuras de poder de IU no estaban por la labor. Esto es siempre entendible: se tiene representación institucional, poder (pequeño pero muy valioso) que repartir y los acuerdos internos cada vez están más marcados por los recursos derivados de dicha representación. La lógica dominante en IU ha sido lo que he llamado la “lógica del reparto”. Esta consistía, básicamente en lo siguiente: se sabía que se iba a subir electoralmente, poco o mucho, pero se subía y que lo fundamental era que las federaciones más importantes (Madrid y Andalucía) alcanzasen para ellos el máximo de poder institucional, que es lo realmente importante, según ellos, en la política. Hasta ahí, lo previsible. Ahora bien, eso tenía varios problemas: primero, que lo que queda de IU tiene poca sustancia social y un atractivo electoral limitado; segundo, que a la izquierda del PSOE se abren espacios que otras fuerzas, naturalmente, quieren ocupar electoralmente; y tercero, que para el PSOE, ante la evidencia de una marcada derrota electoral, no sería demasiado negativo que fuese ocupado por fuerzas complementarias y políticamente liberal-democráticas, como son en casi todas partes los Verdes.

La operación Verde han que verla, pues, en este contexto. Se comprende el nerviosismo existente en muchas gentes de IU: la subida electoral sigue siendo precaria y más competidores en los mismos espacios podría convertirla en nada. Este es el problema y de aquí vienen los dilemas políticos que, gusten más o gusten menos, hay que afrontar sin autoengaños: o la lógica del reparto o la lógica de la hegemonía social y cultural. Con la primera ya se sabe, más o menos a donde se va a llegar y conocemos claramente sus límites. La otra, el proceso constituyente, tiene una gran ventaja, responde a una necesidad social y electoral (después de la Huelga General más), abre espacios nuevos (se sale de los juegos de suma cero) e impulsa una dinámica unitaria por abajo que puede convertirla en un territorio propicio para la innovación social, cultural y política.

Las próximas elecciones municipales podrían ser un elemento decisivo en la reconstrucción de esta fuerza alternativa. Crear miles de candidaturas unitarias, construidas con una democracia participativa fuerte y real, conectadas con las izquierdas sociales, podía ser no solo un instrumento electoral, sino un medio de autoorganización política para dotar de sustancia social a la construcción colectiva de una nueva formación de la izquierda alternativa.

Si este proceso lo encabeza IU, la convertiría en una fuerza útil y ayudaría mucho a su extensión política y orgánica. Como las realidades son ontológicamente tercas, acaban siempre por imponerse. El otro escenario también es posible atisbarlo: hacer la refundación al margen o contra IU. Más desgarros, más divisiones y lo peor: no estar la a las alturas de las necesidades de las gentes.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

A propósito de la experiencia comunista italiana





























A propósito de la experiencia comunista italiana. Presentación y conferencia



lunes, 19 de julio de 2010

domingo, 18 de julio de 2010

Para que la Izquierda tenga futuro



1.- Para comenzar, dos afirmaciones que, creo, clarifican mucho el panorama político-cultural: una, la socialdemocracia realmente existente no solo no defiende programas socialdemócratas sino que se ha convertido en la variante de “izquierda” del proyecto neoliberal; otra, es la “izquierda de la izquierda” la que, hoy por hoy, defiende propuestas sociales y democráticas.

Lo que hay detrás de todo esto, lo sabemos todos, es que la correlación de fuerzas se ha hecho abiertamente favorable a los poderes económicos y que, derivadamente, las fuerzas del trabajo y del movimiento obrero organizado han perdido peso social, capacidad para organizar y movilizar. En el fondo, también lo sabemos, la (contra)revolución neoliberal, que ha conseguido derrotar los tres grandes proyectos-movimientos que habían actuado de contrapeso al capitalismo histórico: la izquierda política y sindical europea, los movimientos desarrollistas y nacional-populares y el llamado socialismo real.

Como toda revolución, el neoliberalismo ha cambiado duraderamente las relaciones entre el poder económico y el poder político, ha desarticulado social y políticamente a las clases trabajadoras y, es lo fundamental, ha conseguido hacer desaparecer del imaginario colectivo de las clases subalternas la idea de la revolución (en cualquiera de sus acepciones), de la superación socialista de la sociedad capitalista.

La derrota de la izquierda sindical y política en nuestro continente no hubiese sido posible, sin el consenso en torno al modo específico de integración europea (porque había y hay otras). Este ha conseguido: 1) desmantelar la soberanía económica de los Estados y transferirla a órganos sin control democrático y en permanente alianza con los poderes económicos y financieros; 2) constitucionalizar las políticas neoliberales al servicio de la construcción de un gran mercado donde la competencia sea libre y no falseada; 3) agravar la crisis de la política: la democracia, es decir, los hombres y mujeres comunes y corrientes han perdido poder, las decisiones fundamentales se toman al margen de la soberanía popular y se organiza sistemáticamente la subordinación de la política a los intereses de los poderes económicos; 4) De hecho (sin proceso constituyente) existe una “constitución material” superior y definitoria sobre la vigente en nuestro país en todo lo referente a la llamada “constitución económica” y a la llamada ”constitución del trabajo. Seguir hablando en estas condiciones de Estado social ofende a las palabras y a la decencia.

La defensa de los derechos sociales y económicos de los trabajadores y la reconstrucción de los vínculos entre la política y la sociedad van a estar directamente determinado por la capacidad de la izquierda para refundarse, es decir, por reencontrarse, desde abajo y desde la izquierda, con las clases subalternas y, específicamente, con las nuevas generaciones. Esto exigirá, entre otras cosas:

1º. Definir bien la fase. No hay que engañar ni engañarse; estamos ante una crisis profunda del capitalismo en el marco de “una gran transición geopolítica” y en medio de una crisis ecológico social de grandes dimensiones. Esta crisis va a durar mucho tiempo y apenas estamos en sus comienzos. Lo fundamental: el capitalismo finaciarizado en crisis es incompatible con los derechos sociales y sindicales de las clases trabajadoras y esto es importante con los valores u cultura de la izquierda.

2º. Refundar Europa. La Europa del euro, tal como está configurada, está en una crisis profunda: o avanza hacia una forma de Estado (en cualquiera de sus acepciones) o terminará disolviéndose en la crisis. El proyecto neoliberal europeo no da más de sí y exige de una refundación que dé poderes reales a los ciudadanos y ciudadanas, que gobierne la economía y que garantice la satisfacción de las necesidades básicas de las personas.

3º. La vuelta a los principios socialistas. El ideario socialista, basado en ideas fuertes de igualdad, autogobierno y comunidad, sigue siendo el fundamento de una práctica política alternativa a o existente. Hay que reconstruir los imaginarios colectivos y argumentar válidamente la deseabilidad y la factibilidad de la superación socialista del capitalismo.

4º. Un programa de izquierdas. Hoy más que nunca es necesario pasar a la ofensiva y demostrar que no estamos condenados a escoger permanentemente entre neoliberalismo y neoliberalismo. Es posible otra política y eso exige, sobre todo, coraje y decisión. Lo primero, definiendo bien el enemigo: la oligarquía financiera y la dictadura de los mercados y, lo segundo, organizar un conjunto de de ideas-fuerza capaces de mover la razón, el sentimiento y la imaginación rebelde.

5º.-Refundar la política. La democracia se defiende y se desarrolla desde el conflicto social y la implicación colectiva de las poblaciones: esta es la gran experiencia europea y su gran singularidad .La condición previa de todo es la política como ética de lo colectivo y como autogobierno de las poblaciones, es decir, la democracia como poder de los ciudadanas y ciudadanas y como el gobiernos de los políticos. Así de simple: o desarrollamos una democracia participativa y económica o esta, la democracia, se convertirá en una pura técnica de selección de élites gobernantes y eso es incompatible con la transformación social y la justicia, o sea incompatible con la izquierda: la norteamericación de la vida pública europea.

Manolo Monereo

Madrid a 14 de Junio del 2010.

jueves, 8 de julio de 2010

“Vivimos en una democracia oligárquica, en manos de los mercados




En la presentación de la asociación “Socialismo 21”, Manuel Monereo apostó por “superar la resignación y la apatía, y volver a los ideales”

Enric Llopis
Rebelión


Politólogo, abogado laboralista y militante del PCE e IU, Manuel Monereo es uno de los impulsores de la Asociación Socialismo 21, una asociación político-cultural presentada esta semana públicamente en Valencia, que pretende contribuir a la refundación de la izquierda “desde una perspectiva anticapitalista y con una voluntad socialista”. Durante la conferencia celebrada en Valencia, Monereo señaló “el punto central que debemos explicar: cómo el capitalismo fracasa mientras la izquierda se hunde”, en palabras de una viñeta de El Roto. “Todo ello en el contexto de una democracia oligárquica, en la que la soberanía está secuestrada por los mercados”.

A juicio de Monereo, “una minoría que no se presenta a las elecciones –el capital financiero- detenta un poder que ha arrebatado a los estados; además, hoy Europa significa la hegemonía de Alemania y el Banco Central Europeo, instancias a las que se ha transferido la soberanía popular”.

“La consecuencia de todo ello es una democracia sin tensión y sin conflicto, sin pasión por transformar la sociedad, que se reduce a elegir entre qué facción de las clases dominantes va a someternos”, ha añadido el politólogo andaluz.

En todo ello desempeñan un papel central los denominados “mercados”, que el militante comunista explica del siguiente modo: “Tratan de aplicar un ajuste duro, porque dicen que España se ha endeudado. Sin embargo, no se trata de deuda pública sino fundamentalmente privada, la contraída por los bancos españoles con la banca alemana y francesa. A que las clases populares paguen, por tanto, las deudas de Botín y Francisco González, es a lo que se llama los mercados”.

Además, “la democracia se ha convertido hoy en una mera anécdota; de hecho, la política la hace gente que no se presenta a las elecciones, controla los medios de comunicación y financia a los partidos; por tanto, el poder económico domina al político, que funciona de acuerdo con las directrices del primero. Esto también son los mercados”.

Ante esta situación, ha añadido Monereo es urgente “recuperar la lucha de clases; las élites la practican todos los días; los únicos que no creen en ella son los trabajadores”. Para ello, hay que tener claros tres principios: “Saber en qué mundo vivimos y que la crisis durará al menos entre 13 y 15 años; volver a los ideales, algo que nos sirve para criticar lo existente y proponer alternativas; y, por último, superar la resignación y la apatía; para ello, hemos de recordar constantemente nuestras conquistas y a nuestros muertos”.

De hecho, “la democracia es un fenómeno de hace dos días, producto de una lucha cruenta desarrollada por el movimiento obrero y por la izquierda; por ejemplo, en Grecia no votaban las mujeres ni los esclavos; cuando empieza la Primera Guerra Mundial sólo había sufragio universal en tres países y, hasta 1971, las mujeres no tuvieron derecho al voto en Suiza. Hay que recordar, así pues, que la historia de la democracia es la de la lucha de los hombres y mujeres que pretendían construir una sociedad distinta y el socialismo”.

Este proceso de luchas históricas nada tiene que ver, como quieren Jiménez Losantos y otros opinadores de parecido pelaje, con el liberalismo. “Los liberales nunca fueron demócratas; al contrario, casi siempre defendieron posiciones antidemocráticas, es decir, censitarias. Podían participar en política sólo aquéllos que tenían medios y dinero”, explica Monereo.

El contexto en el que nos situamos hoy es el de una “gigantesca derrota de la izquierda”, ha afirmado Manuel Monereo. Entre la década de los 70 y los 90 han caído los grandes frenos a la expansión capitalista: la izquierda y la clase obrera; los Movimientos de Liberación Nacional (por ejemplo, la guerra del Vietnam) y la URSS y el campo socialista. Es el proceso conocido como “Neoliberalismo”, en el cual se ubica el presente que vivimos, caracterizado por la restauración de la hegemonía del capital frente al trabajo.

Puestos a buscar ejemplos de qué hacer, Manuel Monereo se fija en América Latina. “Lo que allí está ocurriendo es la lucha popular por revertir el neoliberalismo, que comienza a implantarse en 1973 a raíz del golpe militar que derrota a Allende; El mensaje que se nos transmite desde América Latina es que cuando el pueblo se organiza y lucha puede conquistar derechos políticos y sociales”

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

lunes, 14 de junio de 2010

Perú ¿Línea de fractura en América Latina?


Introducción.
2.006 fue un año difícil para la oligarquía peruana. En un contexto general de cambios en América Latina, un candidato, Ollanta Humala, ponía en peligro el control que dicha oligarquía ejercía sobre la vida pública y sobre una democracia que, sin exageraciones, cabría definir como limitada y recortada al servicio de los grupos de poder económicos y de los intereses geopolíticos norteamericanos.
Alan García fue elegido presidente encabezando un amplio frente que iba desde el APRA a la derecha política, pasando por los llamados medios de comunicación y dirigidos por la embajada Norteamericana. Aún así, Ollanta Humala alcanzó el 47,5% de los votos del país, teniendo que soportar una cascada de descalificaciones, insultos y calumnias inimaginables en países con hábitos más o menos democráticos .

Después de las elecciones, el gobierno de Alan García ha dedicado una parte sustancial de su actividad a demoler sistemáticamente la persona y el proyecto de Ollanta Humala. Han sido más de once procesos judiciales abiertos con acusaciones tan graves como la violación de derechos humanos, la financiación ilegal o la insurrección militar (agravada porque a consecuencia de la misma hubo muertos). Como se puede suponer, cada procesamiento significó primeras páginas y titulares en los noticieros televisivos (acusaciones sin presunción de inocencia). Estos juicios obligaron al candidato de la mitad de los peruanos y las peruanas a presentarse periódicamente ante los juzgados, la prohibición de salida de Lima y la retirada del pasaporte para viajar al extranjero. Hoy Ollanta Humala ha ganado todos los juicios. Pero la imagen de “satanización” queda para una parte significativa de la opinión pública: “calumnia, que algo queda” es aquí una verdad que no admite demasiadas dudas y que funciona.

Podría hablarse de venganza o de persecución política, pero es algo más. Alan García sabe perfectamente que, hoy por hoy, en el Perú solo Ollanta Humala está en condiciones de organizar la alternativa al patrón económico y de poder dominante en el país andino. De ahí el ensañamiento: impedir que la esperanza se organice y gane peso en las aspiraciones del pueblo peruano. Por eso, nos tememos que los ataques y las calumnias no han hecho nada más que empezar y se agudizarán en el futuro conforme se acerquen las elecciones presidenciales y el candidato nacionalista siga encabezando las encuestas.

Las elecciones presidenciales peruanas en el contexto geopolítico sudamericano.

No hace falta insistir demasiado en la idea de que la geopolítica Latinoamericana está cambiando aceleradamente. En primer lugar, la crisis económica está teniendo consecuencias contradictorias en países que intentan construir alternativas reales a las políticas neoliberales. La recesión económica mundial está afectando a todos los países, especialmente a aquellos que dependen fuertemente de las exportaciones de materias primas y que están incrementando el gasto social desde el control público de los recursos naturales. En otros casos, como en el Perú, la crisis puede beneficiar a las fuerzas que, desde la oposición, rechazan el modelo neoliberal y el patrón de poder dominante.

En segundo lugar, la política de Obama en América Latina no se diferencia demasiado de la de Bush y, en cierto sentido, es mucho más peligrosa: neutraliza a una parte de la izquierda (en sentido amplio) y reorganiza a las fuerzas que, de una u otra manera, defienden los intereses oligárquicos. La presencia de la IV Flota, las nuevas bases militares en Colombia y el rearme general, nos dicen claramente que EEUU, en momentos de debilidad relativa, necesita volver a anclarse sólidamente en América Latina para defender sus intereses estratégicos globales. Honduras nos advierte de que el llamado “poder inteligente”, como no podía se de otra forma, vale porque tiene siempre el fundamento de los “poderes duros” con un objetivo preciso: evitar que nuevos países se sumen a los cambios sociales y a las transformaciones políticas en nuestro continente, advirtiendo, de paso, que el golpe militar, en determinadas condiciones, puede ser una alternativa viable.

En tercer lugar, el ciclo electoral latinoamericano está generando incertidumbres y contradicciones que no deben ser ignorados. Uruguay y Bolivia, desde sus especificidades, suponen nuevas energías para los procesos de cambio. Chile, sea cual sea la valoración que se haga de los gobiernos de la Concertación, significa el retorno de una derecha pura y dura en un país crucial que tiene relaciones privilegiadas con los EEUU. Brasil y Argentina tienen procesos electorales abiertos y cuyas salidas políticas son inciertas. La construcción de un eje (del Pacífico) entre México, Panamá, Colombia, Perú y Chile sería la alternativa al llamado “eje del mal” encabezado por Venezuela.
Perú y sus elecciones, en este contexto, cobra una importancia fundamental. En cierto sentido, aún más que en el 2.006, ya que ése era un momento de cambio y de ofensiva general y hoy, hay que subrayarlo, se vive el contraataque del imperio y una etapa (¿relativa?) caracterizada por el repliegue y la consolidación de espacios.

La coyuntura peruana: déficit de legitimidad sin crisis de Régimen

Si hoy llegara al Perú un observador atento advertiría una paradoja muy sobresaliente, a saber, un país que ha crecido en los últimos siete años en porcentajes “asiáticos” (6,74% de media), tiene un gobierno rechazado por el 71% y un presidente rechazado por el 66% de la ciudadanía (encuesta Ipsos –Apoyo del 17 de enero del 2010). ¿Cómo es posible esto? En primer lugar, porque las magnitudes macroeconómicas no reflejan la calidad de la vida de las poblaciones y especialmente el desigual reparto de la renta y de la riqueza. En segundo lugar, porque el modelo primario-exportador dominante en la economía peruana escinde social y territorialmente al país, agravando las desigualdades y marginalizando a partes significativas de la población. En tercer lugar, porque el sistema político vigente es una forma de dominio que asegura el control de los grupos de poder económico y que organiza una clase política a su servicio. La corrupción no es algo episódico o exclusivamente de moral pública, es el sistema; el medio a través del cual los que no se presentan a las elecciones ganan siempre. De ahí, el desprestigio de la política y de los políticos; de ahí la asociación entre la política, el robo y el expolio del país que explica el enorme déficit de legitimidad de todo el sistema político.

Cuatro elementos explican con cierta precisión la actual coyuntura del Perú:

a) El gobierno de García. Para poder ganar a Ollanta Humala, García tuvo que, de un lado, ganarse el apoyo de los poderes económicos fuertes y de la derecha política; de otro, convertirse en un crítico de las políticas neoliberales prometiendo un giro más social y más próximo a las capas populares. Una vez llegado al gobierno, García se ha convertido en un fundamentalista de las políticas económicas más a la derecha y, literalmente, ha cuarteado y puesto en venta el territorio peruano. De hecho, hoy es el prototipo de la desnacionalización de la economía, el ajuste y represión salarial permanente y de la sumisión a los intereses de las grandes trasnacionales.
b) García va, sin embargo, más lejos. Pretende construir lo que pudiéramos llamar el “Partido del Régimen”, es decir, perpetuar el sistema político fujimorista e impedir, usando todos los medios (legales e ilegales) que Ollanta Humala llegue democráticamente al gobierno del país. Como el mismo García ha dicho, el presidente del Perú no elige a su sucesor pero puede impedir que un político que cuestiona el Régimen acceda al gobierno.
c) En tercer lugar, la conflictividad social. Una de las singularidades del Perú es que existe una conflictividad difusa que no logra traducirse en alternativa política. Lo que se ha llamado “el Baguazo” (la sublevación de las tribus amazónicas) expresa con mucha claridad esto que se acaba de decir: conflictos sociales radicales, que no logran traspasar el muro de la política. Para decirlo con más claridad: la habilidad de la oligarquía limeña ha consistido en desconectar lo social de lo político. Esto tiene consecuencias importantes: deja a lo electoral como territorio único para dirimir los conflictos políticos-sociales y fomenta la “delegación” en torno a figuras extra o antisistema. Así como, perpetua la debilidad de los movimientos sociales y, derivadamente, de los partidos políticos democrático-populares.
d) Por último, la izquierda social y política en Perú fue destruida en el conflicto militar entre Sendero Luminoso y el gobierno dictatorial de Fujimori. Una de las izquierdas más creativas y con más apoyo social sucumbió presa, de un lado, de la represión fujimorista y, de otro, del cainismo de unas formaciones políticas y sindicales que nunca entendieron un problema capital: configurarse como alternativa de poder.

Hoy quedan los residuos de aquella izquierda, personas y organizaciones con poca incidencia electoral, apreciable presencia social y mucho sacrificio militante. El problema es muy simple y, a su vez, política y humanamente complejo: ¿cómo ayudar a construir una alternativa en la que ellos no serán los actores principales? Ollanta Humala parece consciente de esta realidad: él tiene votos y base electoral, pero tiene una organización aún demasiado débil, es decir, carece de cuadros (cantidad y cualidad) capaces de organizar e impulsar una fuerza (que es ideológicamente plural y socialmente heterogénea) con voluntad de constituirse en alternativa de gobierno y de poder.


El movimiento nacionalista y popular: una posibilidad real de la alternativa.

Que Ollanta Humala ha sido víctima de un proyecto de demolición personal y político es algo que nadie puede negar en el Perú. Hay una singularidad: García, para ser el presidente del “Partido del Régimen”, necesita polarizarse con Ollanta Humala y, a su vez, debe impedir que éste llegue al poder. Esto hay que entenderlo bien. García quiere volver a ser en el futuro Presidente del Perú y para ello necesita gobernar la transición y convertirse en el “gran elector” determinando, en lo posible, a su sucesor. Esta es una arista del asunto, la otra es que la derecha (económica, mediática y política) quiere tener las manos libres para imponer sus políticas y sus candidatos evitando hipotecas demasiado costosas y riesgos de bonapartismo. La carta última del Presidente es que una candidatura dirigida y gobernada por la derecha no seria capaz de impedir el triunfo del candidato (antisistema) Ollanta: solo él está en condiciones de impedirlo.
Con la feroz campaña contra el candidato nacionalista lo que se pretendía y se seguirá pretendiendo es que no pase a la segunda vuelta, pero esto es cada vez menos viable. La encuesta de Ipsos-Apoyo (aparecida el 17 y 18 de Enero de 2010 en el periódico “El Comercio”) pone de manifiesto que por mucho que intenten manipular a la opinión pública, hoy por hoy, Ollanta Humala es un candidato bastante seguro para la segunda vuelta. Para decirlo de otra manera, el problema real, como anteriormente se indicó, es saber cuál será el candidato de la oligarquía con posibilidades reales de ganar a Ollanta en una previsible segunda vuelta.

En Perú, como en casi todas partes, las encuestas son un arma electoral. Ipsos-Apoyo es la empresa más solvente, pero se sabe con claridad que responde a los intereses de los grupos económicos dominantes. Ha intentado en estos últimos años situar en un lugar secundario a Ollanta Humala: no lo ha conseguido. Hoy tienen que reconocer que Ollanta ocupa el tercer lugar, pero que fuera de Lima es ya mayoritario. Si hacemos un análisis de lo que podríamos llamar “las tripas” de la encuesta de Apoyo llegamos a la conclusión de que el interior del Perú está subvalorado y que, lo que podríamos llamar Lima en un sentido amplio, está sobredimensionada. Más claramente, a nuestro juicio Ollanta Humala está en un suelo electoral del 20%, y se configura como alternativa viable

El problema de fondo es cómo pasar de un suelo del 20% a conquistar la mayoría del país. Esto requiere credibilidad, solvencia y fuerza organizada. Configurarse como una alternativa de gobierno y de poder en las condiciones del Perú exigirá de Ollanta, en primer lugar, un programa claro, radical y posible; en segundo lugar, un equipo solvente, es decir, Ollanta debe convencer a una parte mayoritaria de la población de que no solo quiere, sino que puede y para eso es decisivo un equipo de hombres y mujeres capaces de gobernar para transformar, tejiendo alianzas sociales, aglutinando mayorías sociales y sabiendo gestionar; en tercer lugar, debe vertebrar y organizar una fuerza político-social donde converjan movimientos sociales, intelectuales y profesionales críticos, sectores empresariales emergentes y fuerzas políticas regionales. Una campaña electoral entendida como un proceso prolongado de acumulación de fuerzas, de alianzas con los sectores medios y de re-asentamiento en los sectores populares. En este sentido, como en el 2006,Lima será decisiva.

En cuarto lugar, la campaña debe ser fuertemente propositiva, generadora de alternativas concretas y pegada al terreno de las necesidades básicas de las personas de carne y hueso, de los “comunes y corrientes”. El objetivo central de la misma, el imaginario (el marco) que hay que movilizar, es que el cambio es necesario y posible; que hay futuro para el Perú porque hay futuro para los ciudadanos y ciudadanos que viven en esa tierra. Que la esperanza de los más venza al miedo de los menos. Hay Alternativa.

El manifiesto a favor de la gran transformación y de la candidatura presidencial de Ollanta firmado por un conjunto de prestigiosos intelectuales va en el buen sentido: demostrar que Ollanta quiere, puede y sabe. Todo ello desde una defensa intransigente de los intereses nacionales y de las clases subalternas, que al fin y al cabo, son su sustento moral, electoral y político.

Manuel Monereo Pérez
Lima, Marzo 2010

martes, 23 de marzo de 2010

Preocupaciones

De Jaén,de la refundación y del peligro de restauración


Querido compañero:

Te escribo para expresarte algunas preocupaciones y que, si lo ves oportuno, las "socialices" con los amigos. Como sabes, el tema de Jaén está ya en su tramo final y temo que termine mal, muy mal. Sabes también que no soy neutral: soy amigo de los "críticos" de mi tierra desde siempre. Ahora bien (es tan viejo como el mundo de los que piensan y reflexionan sobre como piensan) reconocer la propia subjetividad no significa trasladarse al mundo de lo arbitrario, más bien al contrario: partir de la propia posición para decantarla intelectualmente hacia lo argumentable y lo racionalmente consistente.

Yendo derecho, lo de Jaén es simple: los críticos son mayoría desde hace mucho tiempo y el "mecanismo único" PCA-IUCA no lo admite. Se podrían dar muchas pruebas de lo que digo, por todas: la sentencia judicial que anula la anterior Asamblea Provincial de Jaén de IUCA. La resolución es tan concluyente que de darse para cualquier organismo público llevaría emparejada la dimisión por responsabilidades políticas. Desde IU se han exigido dimisiones por mucho menos. Aquí no: se premia al secreto urdidor del asunto y se le legitima en la practica como Coordinador Provincial, puesto al que concurrirá de nuevo con los parabienes del "mecanismo único". La paradoja, una más, es que los órganos de control democrático del Estado (¡de este Estado!) son más garantistas que los de IU, es decir, de una fuerza política de izquierdas, democrática, alternativa y hasta republicana. Moraleja: hay que ser prudentes y modestos sobre nuestras autoproclamaciones.

Las gentes no es tonta, miran y ven y, al final, miden la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Un resultado de todo esto suele ser la credibilidad, mejor dicho, la perdida de la credibilidad en un proyecto donde el hacer es apenas un eco del decir. Muchas veces nos quejamos, seguramente con razón, que un fallo, un error, de IU se paga durísimamente en términos políticos y electorales. Hay que entender las cosas: una parte grande de la población sabe perfectamente que en las fuerzas de lo existente (las grandes formaciones políticas) anidan la corrupción, la dependencia de la plutocracia y el apego al poder. Periódicamente (se juegan mucho) elijen casi siempre lo que les parece que es el mal menor, para luego continuar una vida que es todo menos fácil. ¿Por que votar una IU que para lo bueno y lo malo es una "copia" (algunas veces algo peor) de lo que hacen los demás?. Las palabras y las proclamaciones son importantes pero para "perder el voto" se exige mucho más, muchísimo más.

Lo de Jaén no es una anécdota no solo porque está en juego una provincia y mas de mil militantes, sino por que pone en cuestión la Refundación misma. Aquí quisiera iniciar una reflexión de más calado de la que nunca escribimos y de la que hablamos mucho, muchísimo. Me refiero a las relaciones PCE-IU

Cuando pasamos de IU "coalición" a IU "formación política de nuevo tipo" sabíamos lo que estábamos haciendo: iniciar la construcción de un movimiento-político social plural, democrático y de base programática. Un hombre y una mujer, un voto era el corolario necesario: ¿Por qué? Primero, porque pretendíamos atraer a miles de personas "sin partido" que emergían a la política en torno a Julio Anguita y al proyecto que él encabezaba. Segundo, la necesidad de formas nuevas de hacer política y de formas de organización -luego lo llamamos democracia participativa- más horizontales y más abiertas. Tercero, no podía haber militantes de primera y de segunda: los militantes del PCE éramos como los demás y nos sometíamos a las reglas comunes. Es más, algunas veces defendimos que era bueno que en la futura IU el PCE fuese minoría (se entiende organizativamente): señal de que el (su) proyecto había triunfado y que el movimiento político-social llegaba a su mayoría de edad. Hasta aquí la teoría.

Lo increíble es que la crisis de IU se da porque triunfa demasiado pronto. Cuando se pasó de fuerza de minoritaria de oposición a la oposición determinante, todas las costuras estallaron y todas las contradicciones aparecieron. Contradicciones transversales y que eran, antes que de nadie, del PCE: Nueva Izquierda fue una formación compuesta y dirigida por militantes comunistas en su inmensa mayoría. Lo primero fue la política y luego vino la organización. La contradicción real no fue nunca PCE si o PCE no, eso fue una trampa que ocultaba lo fundamental, a saber, el carácter autónomo y alternativo de Izquierda Unida. En momentos de "caída del muro" hacer anticomunismo daba (y da) réditos y los dirigentes ex-comunistas lo supieron usar con eficacia.

Quedaba un problema: las relaciones entre IU y el PCE. El asunto era simple: IU se cerraba, centenares de militantes, miles, se fueron y centenares de miles de votantes nos dejaron. Ahora, como antes, los debates seguían siendo entre comunistas dirigentes de IU y comunistas dirigentes del PCE (que a su vez eran de IU). Con un matiz: Gaspar Llamazares nunca fue, en las grandes cuestiones políticas, minoría. Se pudo cuestionar su gestión o sus formas organizativas, pero el grueso de su política (desde el así llamado Tratado Constitucional a los acuerdos de "asociación preferente" con Zapatero y alguna cosa más que no quiero acordarme) siempre contaron con un respaldo mayoritario y algunos fueron mucho más lejos que el otrora Coordinador de IU.

Esta es una cuestión muy difícil de dilucidar. Para decirlo directamente: esto se resuelve por IU o se resuelve por el PCE. Siempre hay puntos intermedios pero no caben demasiados atajos. La coherencia del Comité Provincial del PCA de Sevilla es en este punto digna de elogio y para mi respetable, precisamente por que no estoy de acuerdo con ella. Constato que dicha posición política requiere de respuestas y no de descalificaciones y, mucho menos, de artilugios ( Carrillo versus Claudín ) tan conocidos en nuestra tradición como el de "dejar pasar la pelota pero no al jugador". No hay que confundir política con politiqueria.

La propuesta es simple: convertir IU en una especie de CDU portuguesa, es decir, coalición electoral más o menos estable donde no se confundan el PCE y su frente electoral. En este sentido se haría realidad lo que se dice: el PCE recupera todas sus competencias excepto las electorales. Claro, que siempre queda la duda de por qué no se presenta el Partido con sus propias siglas en vez de "cargar" con unas que, hoy por hoy, tienen una realidad electoral, lo diríamos así, no demasiado brillante. Se me ocurre que tiene motivaciones estrictamente electorales. Parece normal

En Andalucía, sin embargo, se ha ido construyendo una formula que creo que esta cargada de futuro. El "modelo andaluz" intenta superar, desde la practica, las cuestiones planteadas por el PCA de Sevilla. El esquema es el siguiente: el PCA define la política de IU y la hace obligatoria para sus militantes a todos los niveles. Los que no la siguen, de una forma u otra, son separados, autoexcluidos o, simplemente, son dados de baja. A su vez el Partido cotiza colectivamente por el número y la cantidad que considera oportuna y, además, reclama su presencia pública. El objetivo es claro: todos, y especialmente los dirigentes de IUCA, deben de seguir las directivas de la dirección del PCA, desde la línea política, la composición de la dirección y sus funciones hasta, decisivo, las listas electorales.

Prácticamente, excepto la CUT, no hay otro tipo de afiliados que los militante del PCE, en sus diversas condiciones (activos, expulsados, excluidos, separados) y un número reducido de "independientes". En estas condiciones es más claro y más democrático el sistema propuesto por Sevilla.

Lo que se construye, paradojas de la política, es una democracia elitista u oligárquica: una estructura de poder define, fuera de la "esfera y de la deliberación pública" de los afiliados y afiliadas (formalmente iguales, como en nuestras democracias), las reglas y determina las decisiones porque "tiene más poder" (lo organización es poder) que la persona individual. Más claro: hay una asimetría estructural de poder; todos ya no son, no somos, en derechos y deberes, iguales, la desigualdad deviene en permanente. Lo de un hombre y una mujer, un voto es algo formal.

La única posibilidad, como se hizo en las viejas y antidemocráticas sociedades liberales, es organizarse y crear estructuras de poder como, en este caso, el PCA. Lo que se echa por la ventana entra por la puerta, es decir, al final hay coalición de partidos o, como pasa en Andalucía, un partido controla y determina IUCA. Para decirlo con más precisión, el sistema (el llamado modelo andaluz) funciona por que solo existe un partido (organizado) de verdad, si existieran varios, o seria una formación de corrientes organizadas (fracciones en el sentido de Lenin) o una coalición de partidos.

¿Se puede alguien imaginar una organización de varios partidos o fracciones que hicieran lo mismo que hace el PCA? Por eso, repito, organización de fracciones o coalición de partidos. El mecanismo, el truco, como diría el castizo, es que una fuerza política así constituida impide que ingresen otros partidos (con estas "barreras de entrada" es imposible competir) y hace muy difícil que personas individuales encuentren atractivo afiliarse (¡conforme está eso de militar en un partido!) a una organización así.

Luego están las marrullerías, como pasa en Jaén, que consiste en abusar del artilugio de poder. Si se cotiza colectivamente siempre se gana. Cuando hay disputa siempre aparecen afiliados, vivos o muertos, que dirimen los delegados y la mayorías en lo que realmente es importante: las direcciones que eligen a los cargos públicos, que no es otro el bien que se derime. Este método es mucho más fácil que otros como manipular censos, hacer aparecer y desaparecer afilados y cotizaciones virtuales consentidas por el órgano superior, siempre que sea de la misma "cuerda" o de la misma mayoría, si no lío y comisión de garantías.

Cuando el problema de una organización son sus censos, es decir, la carencia de censos limpios y veraces estamos en la antipolitica y en el triunfo de las oligarquías. Se puede matar al mensajero y decir que el problema no existe. Pero la verdad, como la vida, no se para y vuelve por la puerta. Todo ello en una organización que, con dificultades, anda por el 5 por ciento.

¿Es a eso a lo que vamos? ¿Es creíble?¿Merece la pena? No nos engañemos: dos estructuras (organizaciones) de poder paralelas y simétricas en todo el entramado (tan débil y con tan poca sustancia social) de IU no la llevó muy lejos (cuando habían mejores condiciones) y no creo que lleve muy lejos ahora.

Una organización política anticapitalista y con voluntad socialista y, digámoslo en serio, republicana, no se construirá si no es en base a la democracia participativa, la deliberación publica y un "demos" claro, es decir, un pueblo, un conjunto de ciudadanos y ciudadanas (afiliados y afiliados) conocidos (censos claros) y que decidan soberanamente. La legitimidad nace de esto: procedimientos claros, libertades republicanas e igualdad de opciones. La minoría aceptará las decisiones mayoritarias si las reglas se cumplen y si en algún momento posterior pueden ser mayoría. Cuando esto se impide (la manipulación de los censos y la arbitrariedad de las direcciones sirven para esto) lo que viene es el reino de la selva y la guerra civil interna.

¿Por que lo que pedimos como gobierno y sociedad no se puede cumplir en esta comunidad de hombres y mujeres libres que según decimos es IU?

Para terminar, yo sigo confiando en Cayo Lara. Su discurso y su estilo político me dicen que hay posibilidades de hacer girar las cosas. Hay que ayudarle en todo lo que se pueda.

Manolo Monereo. Lima 17 de Marzo del 2010

miércoles, 10 de marzo de 2010

Diálogo sobre un ideario socialista en el siglo XXI



Conferencia que tuvo lugar el pasado día 12 de febrero de 2010 en Jaén







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