Para Javier Aguilera Galera
nuestro hombre en ‘La Guita’
nuestro hombre en ‘La Guita’
En la izquierda, la división es la
norma y la excepción la unidad. Por decir estas cosas algunos de
nosotros hemos sido duramente criticados y descalificados. Lo que
queríamos decir era relativamente simple: hay motivos objetivos y
subjetivos para la división; la centralidad es siempre la política,
el proyecto, el programa. Cuando, además, la motivación básica es
la electoral, la cosa es siempre más difícil. No parece demasiado
exagerado, creo.
La alianza Podemos-IU nunca fue fácil.
De un lado, Podemos surgió, en un cierto sentido, de IU y
rápidamente ocupó su espacio político. Podemos es un embrión de
partido, trabajosamente está definiendo una identidad y con enormes
dificultades está construyendo una organización sin un equipo
dirigente consolidado y articulado. De otro lado, IU vive una
situación muy contradictoria. En cierto modo se siente golpeada por
la historia en forma de Podemos. Conviven dos modos de enfocar el
momento, unos ponen el acento en los errores propios, en las
equivocaciones, en los fallos de dirección política, y otros buscan
explicaciones autojustificadoras poniendo el acento en el enemigo
externo, cosa que siempre funciona bien en una fuerza que se ha
construido en la resistencia, y que vive en una travesía de desierto
casi permanente.
Podemos e IU tienen que definirse y
redefinirse en un ciclo electoral marcado por la crisis del régimen
del 78 y por un proyecto restaurador que se acelera. Desde enero,
Podemos ha sido enormemente golpeado por los poderes de una casta que
expresa una ‘trama’ firmemente empeñada en controlar nuestro
futuro colectivo. A ello Podemos ha resistido no demasiado bien. A
los conflictos internos embrionarios le ha seguido una pérdida
notable de dirección política y de tensión político-organizativa.
El discurso fresco, audaz y de oposición de las europeas se ha ido
progresivamente desarticulado en el contexto de unas elecciones
(andaluzas, autonómicas, municipales, catalanas) que eran las más
difíciles para un partido joven y en construcción.
IU se ha encontrado ante una situación
que le ha obligado a cambiar de discurso y de estrategia en medio del
ciclo electoral. Las elecciones municipales y autonómicas se
hicieron en clave identitaria: fueron un fracaso político. Es cierto
que los resultados en las municipales ponían de manifiesto que IU
sigue siendo una organización sólida, a pesar de la orientación
prevaleciente en su dirección. Constatado el fracaso, se puso tarde
y mal al frente de la operación a Alberto Garzón, siempre tutelado
por la dirección real de IU. El cambió fue sustancial pero, al
final, de lo que se trataba era de sobrevivir como organización y
hacerlo con dignidad. No era fácil.
En una coyuntura tan compleja como la
actual, la metodología unitaria ha sido, desde el principio,
inadecuada. No se puso el acento en las dificultades de la
negociación, se crearon falsas expectativas y los mecanismos de
gestión de los conflictos fueron muy pobres. De hecho, fue un debate
entre Alberto y Pablo, que no conocemos bien y al que le faltó
política. Se empezó por lo último y se terminó mal. Situar como
prioritario el debate sobres listas electorales y la colocación en
las mismas no ayudó demasiado. Ahora pagamos las consecuencias.
La unidad, y sobre ello la experiencia
histórica es inmensa, resulta casi siempre un proceso complejo,
trabajoso y, a veces, duro, muy duro; insisto proceso, es decir,
acuerdos, desacuerdos, conflictos, marchas atrás, marchas hacia
adelante. La vida misma. Hay muchas formas de unidad: la
programática, la electoral, la estratégica. Mas allá de los juegos
florales en torno a la nueva o la vieja política, la unidad
electoral era, aquí y ahora, la más difícil, partiendo de la
realidad objetiva de lo que hoy es Podemos y lo que hoy es IU. Ser
realista no es pedir lo imposible sino hacer posible lo que hoy
parece imposible y eso significa una dirección política capaz y
cohesionada y objetivos políticos claros.
Hemos discutido mucho de la unidad
popular y del partido orgánico. Ha sido, hoy se ve con claridad, un
debate abstracto, mala teoría en su sentido más genuino, a saber,
guía para la acción práctica que tiene como objetivo la
transformación de la sociedad, sabiendo, hay que subrayarlo, que la
historia avanza a saltos, combinando períodos de normalidad y de
excepción. Lo peor de esta coyuntura político-social es que
llegamos a ella con un potencial subjetivo débil, con una dirección
política inexperta y sin un proyecto alternativo a la altura de los
tiempos, con apoyos orgánicos nada firmes y una movilización
menguante. El tiempo transcurrido no ha mejorado la situación,
corriéndose el riesgo, cada vez más evidente, de que los que mandan
y no se presentan a las elecciones nos impongan una nueva
transición/restauración oligárquica en nuestro país. Esta
cuestión era y es la decisiva. Debería haber sido el centro del
debate.
¿Había otra alternativa? Siempre la
hubo y la sigue habiendo hoy. Primero, reconocimiento mutuo, como
fuerzas aliadas en el objetivo común de avanzar hacia la ruptura
democrática en nuestro país. Segundo, situar la política en el eje
de la discusión y que el debate fuese más allá de las propias
organizaciones. Esto significa tener un análisis consensuado y una
propuesta política-programática, en la medida de lo posible,
unitaria. Tercero, la unidad electoral no es la única posible;
nuestro sistema electoral, es cierto, requiere acuerdos entre las
fuerzas políticas alternativas; muchas veces, las más, la unidad
suma y hasta multiplica; esto es verdad, pero no es siempre posible.
Unidad de acción, acuerdos programáticos e iniciativas comunes
podían ser posibles sin necesidad de ir juntos en una misma plancha
electoral. Se dirá que estas son propuestas ilusorias. No lo creo,
ejemplo: IU y Podemos irán juntas en Cataluña y Galicia y en las
demás parte del Estado separadas: ¿Son elecciones normales para la
izquierda?.
Ahora hay que gestionar la derrota de
la unidad, es decir, de las percepciones creadas y ahora defraudadas.
Los unitarios de cada lado son los que pierden y los ‘duros’ los
que vencen. Lo que viene, si no se sabe evitar, va a ser complicado:
una guerra cainita entre dos formaciones políticas en un espacio
político electoral que amenaza con disminuir y que puede hacerlo aún
más. El ‘enemigo’ será el más próximo y, mientras, la
recomposición de las fuerzas del sistema avanza aceleradamente y las
organizaciones alternativas pierden fuerza y capacidad para actuar
como sujeto político autónomo. Todo el poder para las élites
económicas, políticas y mediáticas: una crisis que comenzó por
abajo y por la izquierda pasa ahora a ser reconducida, dirigida, por
arriba y hacía la derecha.
Después de diciembre, llegará enero.
Todos sabemos que lo que pase en enero estará muy marcado por los
resultados electorales. Sabemos una cosa con certeza: nada será
igual como antes, la anormalidad seguirá siendo la norma y todo,
todas y todos, serán cuestionados. En el centro el ‘Partido
orgánico’: iniciar los pasos hacia la creación de una gran fuerza
demócrata-socialista, republicana, ecofeminista, con voluntad del
gobierno y de poder. El futuro se construye hoy.
Publicado en Cuarto Poder
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