
Las crisis suelen poner de manifiesto la verdadera naturaleza explotadora del capitalismo: la autonomía del Estado se reduce, las políticas económicas expresan abiertamente los intereses del capital, los derechos sindicales, laborales y sociales de asalariados y asalariadas, son cuestionados por las constricciones sistémicas (paro y precariedad) y por las estrategias de gestión puestas en práctica por el gobierno y la patronal. En el centro, el poder en sentido fuerte.
La política adquiere sus verdaderas dimensiones de clase: producir una gigantesca redistribución de renta, riqueza y poder a favor de los grupos económicamente dominantes. Todas las medidas de Zapatero tiene ese sesgo: la (contra) reforma laboral, las medidas tomadas (con el impagable acuerdo sindical) sobre las pensiones y las conversaciones iniciadas para modificar aspectos relevantes de la negociación colectiva. Lo que importa es debilitar la capacidad contractual de trabajadoras y trabajadores garantizando su sobreexplotación. El ajuste laboral permanente es el medio para mercantilizar sistemáticamente la fuerza de trabajo y ofrecerla “libre de derechos y poder” a los empresarios.
No nos engañemos, la plutocracia internacional que hoy domina el mundo va a exigir más sangre, más sacrificios humanos para el supremo objetivo de cobrar sus prestamos. Detrás de la Comisión y del Banco Central está el capital financiero francés y alemán que, obviamente, tienen a sus Estados para exigir lo adeudado. El artificio es discursivamente poderoso: una crisis, sin culpables, presentada como una catástrofe geológica. Estados que rescatan a los ricos y que terminan por endeudarse masivamente. La oligarquía financiera (anteriormente salvados con dinero público) que exigen planes durísimos de ajuste a las poblaciones para asegurar que lo prestado se pague a tiempo. Todos los poderes públicos se someten a este chantaje y, lo que es peor, lo legitiman en nombre de las inexorables leyes de la llamada economía de mercado. ( Sigue leyendo)