viernes, 21 de marzo de 2014

Las marchas de la dignidad. ¿El inicio de una nueva etapa?


Sigue siendo difícil pero fatigosamente se abre camino. Es duro, durísimo si se me apura, entenderlo y, sin embargo, es crucial  comprenderlo para situarse bien en el presente: el capitalismo que emerge de y por la crisis es incompatible con los derechos, las libertades y las aspiraciones de las gentes, de nuestra gentes, comunes y corrientes. La novedad es radical y extremadamente negativa: el pasado no volverá y lo que viene es mucho peor. No será fácil convertir esto en política.
 Muchos y muchas, casi todos se agarran al primer clavo, aunque sea ardiente, para eludir esta cuestión central: toca ser radicales y es necesario volver a luchar y hacerlo a fondo. Después de vivir en la maravillosa  y consoladora etapa de endeudamiento para el ladrillo (¡por fin ya somos como ellos!) despertamos y nos volvemos a encontrar con la España de siempre: derecha pura y dura que expropia y privatiza, libertades menguantes, involución social y, de nuevo, la emigración como alternativa. Por si fuera poco, Rusia, también, de nuevo, culpable. Definitivamente, el pasado que vuelve es el  que creímos que se había ido para siempre y que amenaza con convertirse en nuestro futuro.
 Cuando decíamos esto no hace demasiados años las palabras de respuesta, dejo a un lado los insultos, eran acusaciones de catastrofismo y de dogmatismo  de nostálgicos de las crisis liberadoras de la revolución.  No seguiré mucho por este lado. Lo sustantivo: la izquierda social y sindical no está a la altura de la ofensiva del capital. En el reciente pasado de construcción pactada del  capitalismo español   se han desacumulado muchas fuerzas, se han perdido dosis elevadas de tensión política y moral y, lo que es peor, se demostró con mucha claridad que las reformas reformistas (eran eso y no otra cosa) son reversibles, rápidamente  reversibles. Dicho de otro modo: la condición de las reformas, mientras que exista el capitalismo, es la organización, el proyecto alternativo de sociedad y la movilización social de las clases trabajadoras realmente existentes. Los derechos solo se garantizan con poderes sociales activos y actuantes. Sigue leyendo --->
 Se suele decir que vivimos una inquietante paz social en medio de una crisis pavorosa. Es verdad solo en parte. Los poderes económicos fuertes, sabiamente guiados y coordinados por eso que se llama la Troika, siguen a la ofensiva y descaradamente practican la “lucha de clases desde arriba” contra los de abajo sin equivocarse nunca: se trata de incrementar sustancialmente la tasa de explotación como variable fundamental  para una salida capitalista de esta crisis. El guión se está cumpliendo día a día, minuto a minuto.
 El problema está en las enormes carencias organizativas, en la falta de  estrategia y en las debilísimas iniciativas de las organizaciones sindicales y del movimiento social en su conjunto. No es que no haya luchas o conflictos; No, este no es el debate; la verdadera cuestión  es que estas son respuestas dramáticamente insuficientes para  combatir y frenar la ofensiva del capital. Se pueden y se deben analizar las causas objetivas y subjetivas que explican la poca fuerza de las movilizaciones, su temprano agotamiento, hasta sus limitaciones programáticas.  Lo que asombra es la escasa reflexión autocrítica de un pasado  tan cercano y, más allá, la definición del tipo de sindicalismo que hay que organizar y practicar en el tipo de capitalismo español que se está configurando en y por la crisis, parecería que se tiene la esperanza de que de una u otra forma se pueda continuar con el tipo de sindicalismos que se hacía antes.
 Las marchas de la dignidad dicen mucho de la situación social existente y de los enormes esfuerzos que se están realizando para dar una respuesta organizada a la altura de los tiempos. Lo primero que hay que tener en cuenta, es que se trata de un movimiento que se hace al margen de las organizaciones sindicales mayoritarias y del conflicto laboral en sentido estricto. El en centro está  la “cuestión social” en sentido amplio: desempleo, eliminación de los derechos sociales, pobreza, nueva “cuestión juvenil”. Los protagonistas: sindicatos minoritarios, movimientos sociales y colectivos políticos que conscientemente se sitúan en un segundo plano porque saben que la politización más importante, aquí y ahora, es la que surge de la acción y del sacrificio colectivo.
La palabra dignidad da muchas pistas sobre la plataforma programática e ideal del movimiento. En el  centro una afirmación fuerte: no somos mercancías somos personas con derechos y deberes sociales. Puede parecer  muy genérico hasta moralista. No es así: el compromiso ético- político es siempre lo primero, la señal inicial de que se opta por un modelo social basado en la igualdad, en los derechos sociales para todos y todas y en un democracia, no es cosa menor, comprometida con la calidad de vida de las mayorías sociales. Todas las demás reivindicaciones (económicamente posibles, socialmente viables y moralmente justas) se anudan a una dignidad que fácilmente se convierte en autoestima y en orgullo de ser obrero creador de riqueza social.
El otro asunto más sutil y menos evidente tiene que ver con la política. Se habla mucho de que estamos viviendo un proceso de constituyente, es decir, que se está cambiando para peor nuestra constitución sin contar con el pueblo soberano. Esto es decisivo y sitúa la política en sentido fuerte en el centro de la “cuestión social y de clase”. Unir de nuevo lo social y político, fortalecer  la democracia  como autogobierno del pueblo, conseguir una sociedad más justa e igualitaria significa situar en el centro  el cambio político, la alternativa y no solo la  alternancia de un bipartidismo sin hegemonía social, la regeneración y la recuperación de nuestras libertades públicas y de los derechos sociales.
La paradoja más visible del conflicto social y sindical es que se quiera encorsetar la lucha de clases solo y principalmente en el territorio económico, en un contexto caracterizado por una creciente involución social y un durísimo autoritarismo del capital  masivamente impuesto por las afiladas armas de la política pura y dura. Esta puede ser la señal de una nueva etapa: cada vez  que el movimiento obrero y sindical define  una estrategia socio-política no solo se convierte en actor principal de la vida pública sino que disputa la hegemonía  al poder organizado del capital. Esto sí que sería un “nuevo inicio para todos”.