sábado, 16 de mayo de 2015

España, ¿neocolonia de una Europa alemana? Nuestro verdadero problema

Imagen de archivo de Rajoy y Merkel durante una rueda de prensa conjunta en Berlín. / Sebastian Kahnert (Efe)
El Debate Prohibido. Moneda, Europa y pobreza era el título de un libro publicado en 1995 por Jean-Paul Fitoussi, donde –era uno de los pocos– alertaba de los peligros de la Unión Europea para los derechos sociales, para nuestras libertades concretas y, específicamente, para nuestras ya maltrechas democracias. Sigue siendo un debate prohibido. No hay nada más que ver la campaña electoral para entender que nadie quiere entrar en el fondo de una UE que se ha convertido en una poderosísima máquina de expropiación de patrimonios, derechos y libertades de los pueblos europeos y, específicamente, de los pueblos del Sur.

Asombra la soledad de Grecia y que no haya solidaridades efectivas de unas fuerzas progresistas que con la boca llena hablan de que no hay salidas nacionales a la crisis, que son necesarias más convergencias europeas y que necesitamos más Europa; eso sí, a renglón seguido, se dice que tiene que ser diferente a esta. Mientras, repetimos, Grecia está sola frente a todos los demás gobiernos de la eurozona. ¿Dónde quedó el internacionalismo de la llamada izquierda europea?

La paradoja más sobresaliente es que más de siete años de crisis y el tipo de integración resultante justifica, hasta la exageración, las razones por las que algunos nos opusimos a la Unión Europea en general y al euro en particular. No fuimos muchos, es verdad, pero lo que sorprende hoy es que no critiquemos a fondo esta específica construcción europea y no hagamos de esto un elemento central de la crítica al capitalismo neoliberal; ambas cosas, integración europea y neoliberalismo, son parte de un mismo proceso que solamente cabe calificar de regresión e involución civilizatoria.

Hay tres cuestiones que están íntimamente unidas y de cuya solución va a depender el futuro de nuestro país y, especialmente, de las generaciones jóvenes que buscan un mañana de dignidad, justicia y libertad. Estas tres cuestiones configuran un nudo que es necesario cortar, romper en mil pedazos: a) España, periferia del Sur de la UE; b) el modelo productivo configurado por las políticas de austeridad y c) la crisis del régimen del 78. Como se ha dicho, es una sola cosa con tres nódulos que se entrecruzan y se relacionan entre sí.

¿Qué significa ser parte de la periferia de la UE? Decía Eduardo Galeano que la división del trabajo es un mecanismo en el que unos se especializan en ganar y otros se especializan en perder. En la UE, en la zona euro, se ha ido organizando una división del trabajo en torno a un centro, cada vez más fuerte y poderoso, y una periferia cada vez más subalterna y dependiente cuyos modelos productivos se han ido estructurando según las necesidades, objetivos y estrategias de los países centrales.

Los años de crisis no han hecho otra cosa que profundizar este esquema de poder y España, como los demás países del Sur, se está especializando en perder. Resulta patético que se pueda hablar hoy de impulsar de nuevo derechos sociales, laborales y sindicales, es decir, de realizar políticas económicas sociales y democráticas como si la UE no existiera. Algunos hemos insistido hasta la saciedad en esta paradoja: las fuerzas nacional-populares tenemos hoy una gran posibilidad de construir un bloque político y social muy amplio en defensa de los derechos humanos fundamentales y de las libertades básicas, es decir, un programa antineoliberal de reconstrucción nacional, económica y social. La otra cara, la que está sufriendo la Grecia de Syriza, es que los límites para reformas, aunque sean muy moderadas, son enormes. Para decirlo de otra forma, la UE es una estructura de poder funcional a la globalización neoliberal dominante y no admite políticas alternativas aunque estas sean mínimas.

Las personas serias lo sabían y así lo dijeron. La introducción del euro sin una política económica común, una hacienda común y una legislación laboral y social común, es decir, una moneda sin un Estado detrás y con economías extremadamente heterogéneas tendría como consecuencia la profundización de lo que ya antes existía y que hoy es gravísimo: un centro cada vez más fuerte y poderoso y una periferia, los países del Sur, cada vez más dependiente económicamente, más subalterna políticamente y en regresión social y laboral.

El cuento que se nos narra es algo peor que una mentira. Se trata pura y llanamente de bloquear el futuro de nuestro país y conducirnos al subdesarrollo económico, social y político. Si no hay políticas realmente redistributivas en la UE y, específicamente, en la zona euro, estamos condenados a una “devaluación interna” permanente y a ir liquidando lo poco que queda ya de un Estado social que fue siempre débil. Haremos, como siempre, del ajuste salarial la variable clave y ganaremos competitividad rebajando derechos sociales, derechos laborales y precarizando sistemáticamente la fuerza de trabajo.

¿Alguien se imagina al Estado alemán dedicando el 8 o el 10 por ciento de su PIB para ayudar a los países del Sur? ¿Alguien se imagina al resto de los países ricos haciendo algo parecido? ¿De qué federalismo hablamos si no hay redistribución territorial, social y económica de renta y riqueza en nuestra cada vez más desigual e injusta Unión Europea? ¿Qué solidaridad? ¿Qué modelo social? El federalismo es la cobertura que legitima no solo las políticas neoliberales sino que, paradoja de las paradojas, impide la Europa política. Friedrich Hayek siempre defendió esto y no otra cosa.

El modelo productivo que emerge tras las políticas de crisis es cada vez más claro: una industria débil, dependiente y poco integrada en la economía productiva nacional; un sector servicios hipertrofiado, basado en un turismo de masas de bajo coste y, de nuevo –el entusiasmo es irresistible– el ladrillo como mecanismo de futuro, a lo que se añade una agricultura sin impulso y, en muchos sentidos, bloqueada. El asunto es simple, un modelo productivo así configurado no genera pleno empleo con derechos, hace de la precariedad la forma predominante de gestión de la mano de obra y consolida un modelo de relaciones laborales que significa para la mayoría de la población una nueva forma de servidumbre.

Nuestro sistema productivo es, sobre todo, un sistema de poder; ambas cosas están íntimamente relacionadas. No es casual que la crisis económica esté significando una enorme erosión del régimen del 78. Los poderes económicos, una alianza entre la oligarquía española y los poderes europeos, decidieron que los derechos y libertades consagrados en la Constitución de 1978 ya no servían para el capitalismo salvaje y depredador que estaba emergiendo de y desde la crisis. La “Constitución material” fue cambiando a golpe de directivas europeas y Zapatero terminó por convertirla en Constitución formal modificando el artículo 135.

El proceso constituyente, mejor dicho, destituyente, comenzó hace tiempo con una pequeña y singular variante: al margen y contra el pueblo soberano. Ser periferia de una Europa alemana significa más desigualdad, pérdidas concretas de libertades y de poderes reales, en definitiva, una ciudadanía condenada a la inseguridad económica, a la vulnerabilidad social, simples mercancías en un mundo cruel, despiadado y sin alma. No hay que darle demasiadas vueltas. A un modelo económico así configurado le corresponde una democracia cada vez más limitada y oligárquica y una clase política que convierte la corrupción en el modo normal de gestionar la cosa pública.

Al final el nudo se fortalece y se consolida cada vez más. El tipo de Unión Europea que el Estado alemán garantiza, representa una alianza duradera entre élites económicas y políticas, entre oligarquías en guerra de clases contra sus poblaciones. Las élites económico-financieras que hoy mandan en nuestro país, incluidas la burguesía vasca y catalana, están de acuerdo en este modelo de sociedad, con este sistema productivo y con esta estructura de poder resultante. Ellos son los enemigos de España y solo enfrentándose a ellos sistemáticamente estaremos en condiciones de vencer. O ellos o nosotros.


¿Cuándo entenderemos que nuestros pueblos tienen un enemigo común y que solo unidos podemos vencerle?