jueves, 6 de agosto de 2015

Tsipras y el síndrome Tina: la alternativa como problema político electoral

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Alexis Tsipras, durante el Comité Central de Syriza celebrado el pasado jueves, 30 de julio. / Orestis Panagiotou (Efe)

Para analizar la Grecia de Syriza sería bueno evitar el lenguaje falsario e intentar, simplemente, decir la verdad. Las derrotas son derrotas y no avances sobre la retaguardia. La condición previa para salir en buenas condiciones de una derrota es encararla con veracidad y afrontarla radicalmente, es decir, ir a sus raíces últimas. El gobierno griego ha sufrido una enorme derrota que va a tener consecuencias graves en Grecia y, más allá, en la periferia sur de la Unión Europea.
Cuando Goliat vence a David siempre hay que condenar al fuerte que se impone y solidarizarse con el débil. Esto obliga a ser cuidadoso en la crítica, a analizar los diversos puntos de vista y, sobre todo, a aprender. Parece claro —Varoufakis ha dado muchos elementos de autocrítica— que la estrategia negociadora ha fallado desde el principio y que no se tenía un análisis realista de lo que es hoy la UE. Tiempo habrá para analizar a fondo los puntos débiles de dicha estrategia. Ahora hay que poner el acento en lo que son las consecuencia inmediatas, no solo para la izquierda griega, de la derrota del gobierno Tsipras.
Como muchos hemos venido diciendo en estos últimos meses, la negociación entre la Troika y el gobierno griego ha sido, desde el principio, centralmente política. Syriza era un mal ejemplo que había que derrotar y convertirlo en una línea de ruptura para los pueblos y para las fuerzas políticas contrarias a la austeridad neoliberal. La lección que se ha pretendido dar es clara: no se puede ir contra las políticas dominantes en la UE y quien se atreva, lo pagará caro; no es de extrañar que el ‘acuerdo’ haya sido el peor de los posibles y que ha podido calificarse de capitulación o entrega sin más a la Troika.
Lo que aparece ahora son las lecciones que debemos de aprender, es una versión burda del síndrome thacheriano TINA (There is not alternative), es decir, no hay alternativa a las políticas neoliberales dominantes, impuestas con puño de hierro por el Estado alemán y asumidas por las clases dirigentes, específicamente, del Sur de Europa. Las próximas elecciones van a tener a TINA en el centro de un chantaje discursivo, que va a ser convertido en una línea de masas para colonizar el sentido común de las gentes: o las políticas neoliberales o la salida del euro, es decir, entre la catástrofe o la crisis autoprovocada; más en concreto, recuperación económica o salida del euro, “corralito”, incluido. En esto estará de acuerdo todo el establishment bipartidista, con el añadido de Ciudadanos; obviamente, con el objetivo de situar a la defensiva a Podemos y a IU.
Muchos de nosotros estamos convencidos, desde hace años, de que la Europa alemana del euro es un instrumento decisivo para propiciar un gigantesco proceso de acumulación por expropiación de los Estados y pueblos europeos, especialmente los del Sur. La UE es hoy un sistema de dominación que organiza y administra los intereses generales de las clases económicamente dominantes, bajo la garantía y la hegemonía del Estado alemán. No basta con afirmaciones de principio, es necesario que las personas, que los trabajadores y trabajadoras hagan su propia experiencia de lucha y de acción, aprendan en lo concreto los límites reales del sistema euro. Estamos hablando de una propuesta política que permita avanzar, aquí y ahora, noviembre y más allá, a las fuerzas democrático-populares y de izquierda, en un contexto de crisis de régimen y ante unas elecciones cruciales.
¿Cómo construir la alternativa, a la vez posible y radical, de ruptura democrática y de transformación social? A mi juicio, en primer lugar, diciendo la verdad sobre la naturaleza de esta UE y no hacerse ninguna ilusión sobre su futuro. La UE es, en muchos sentidos, la anti-Europa, la divide y la convierte en un instrumento subalterno de los intereses geopolíticos norteamericanos.
En segundo lugar, hay que clarificar con precisión la naturaleza del adversario. En esto tampoco nos debemos de engañar: estamos ante un enemigo bifronte que expresa un proyecto común y una alianza entre las clases dirigentes de la UE. El Estado alemán ejerce su hegemonía porque defiende un proyecto en el que están de acuerdo las clases dirigentes de los países del Sur. El bloque en el poder en España, en el que se incorporan partes sustanciales de las burguesías vasca y catalana, está de acuerdo con el modelo productivo y de acumulación que los poderes dominantes y las instituciones europeas han diseñado para nuestro país. Este es el problema central y todo lo demás es secundario.
En tercer lugar, hace falta un programa político, económico y social de transición que defienda la soberanía popular, los derechos sociales y las libertades de nuestro país. Este programa debería expresar una alianza entre pueblos y clases de esa pluralidad que históricamente hemos llamado España. En el centro, la reivindicación de un Proceso Constituyente que dé voz, protagonismo y participación a las mayorías sociales en torno a un Nuevo Proyecto de País.
En cuarto lugar, hay que avanzar en una unidad electoral lo más amplia posible, creando condiciones para que pueblos, clases y grupos sociales puedan estructurarse como sujetos políticos. La Unidad Popular es algo más que una fórmula electoral, es la construcción consciente de (contra-) poderes sociales. Hoy, como ayer, la madurez de una fuerza política está relacionada con su concepción del poder. La característica de esta etapa —Grecia lo pone de manifiesto— es que es posible organizar amplios frentes democrático-populares, pero —es el lado negativo de la cuestión— una vez llegado al gobierno, los poderes reales que éste puede ejercer son limitados.

La tensión entre lo que es necesario y lo que es posible política y electoralmente nos acompañará hasta noviembre. Hacer propuestas políticas teniendo sólo en cuenta lo que dicen las encuestas electorales suele ser un mal método, sobre todo, cuando la crisis llega y las percepciones sociales cambian aceleradamente. El discurso político debe buscar una coherencia entre el proyecto y la propuesta programática. El programa debe de ser percibido como viable, posible y necesario, pero, a la vez, articulado a un nuevo proyecto de país que promueva un imaginario social transformador, creencias e ideas que engarcen razones y pasiones. En definitiva, un discurso por el que merezca la pena comprometerse, luchar y votar. Desde otro punto de vista, propiciar una campaña electoral, por así decirlo, no electoralista donde las personas concretas se sientan parte de una identidad colectiva que crea país y pueblo. Para lo otro, ya están el PP y el PSOE.